Caminaba sin rumbo fijo, herido, sangrante, con la garganta seca de tanto respirar por la boca, pero soportando la tortura, ya que respirar por la nariz sería el equivalente a un suicidio, el rastro húmedo que dejaba gota a gota de color azul era la señal más propicia de sus seguidores. Sus manos todavía tenían gotas rojas de gente asesinada esa misma tarde por sus manos, sus ojos estaban perdidos, llenos de desilusión, parecía que ese era el fin de lo que jamás tuvo inicio, los boquetes abiertos en su pecho lanzaban sangre a chorros cada vez que tosía debido a la resequedad de la boca.
Lo que manaba de su cuerpo no era sangre, si acaso podría ser su equivalente, no era roja como la de toda la gente, era de color azul, aún así, formaba costras azuladas en las heridas no tan profundas, como en los arañazos de su rostro por ejemplo, era un joven muy atractivo, claro que ahora toda la vitalidad de su juventud estaba escapando en sacar fuerzas para no caer desmayado en cualquier momento, poco a poco el aire comenzó también a matarlo un aire lleno de humo, sencillamente no podía perder más el tiempo, tenía que ir a las montañas o morir en el intento.
La gente se le quedaba mirando estupefacta, es obvio que uno sienta temor al ver algo como eso, era… era… un joven, herido, que sangraba de color azul, que parecía ahogarse al no poder respirar, dejando un rastro sanguinolento y cargando una niña de unos cinco años proporcionalmente igual de herida que él, pero ella ya había perdido el conocimiento, en su cara se veía el agotamiento de su cuerpo por luchar contra sus heridas y retener la vida, tan joven, tan tempranamente atentada.
El muchacho se veía lastimosamente obligado a cargar a la niña con su brazo izquierdo, el derecho estaba dislocado y roto del cubito y el radio, además, su mano izquierda no estaba del todo bien que digamos, ya que todas sus falanges se encontraban dislocadas, además su bíceps le dolía de cargar tanto a la niña.
La gente veía claramente como su andar era constante, sin embargo, no siempre llevó esa velocidad, salió corriendo junto con la niña, que era lo más seguro; pero al parecer se metieron por ramajes y cloacas, terrenos rocosos, y recibieron unos cuantos balazos, antes de seguir corriendo, al parecer fue ahí cuando la niña perdió el conocimiento y el muchacho tuvo que cargarla, y siguió un terreno montañoso, en los que el muchacho se hizo todas sus lesiones óseas y la niña se metió igual unos cuantos golpes, pero ella no tenía nada roto; bueno, estaría desnucada pero en su lugar fue el joven quien se dislocó todos sus dedos de todas sus falanges.
¿Alguien se ha puesto ha pensar porqué la gente no se ha atrevido a darle ayuda? La indiferencia es una de las cualidades más grandes del ser humano, como todos lo sabemos, todo esto provocó que toda la gente que andaba en la banqueta simplemente se hiciera a un lado, con temor, con asco o incluso con odio. Gracias a Dios, los montes que estaban al finalizar la ciudad estaban cerca, había un largo sendero de carretera saliendo de la ciudad, medía como cuarenta kilómetros, los cuales el muchacho pensó en que jamás los sortearía, más que como lo dijo lo hizo, se encontró en una casita humilde ya adentrándose en las montañas, ya para entonces se había desatado la lluvia, la cual borró el rastro de sangre e hizo que los perseguidores del joven, unos hombres vestidos de manera extraña, dejaran de perseguirlos.
Caín estaba sentado en el patio de la escuela, recortaba unas flores, luego se las llevó a una jovencita que el niño estaba acortejando, Caín tenía catorce años y estaba cursando el tercer grado de la secundaria, además de estaba enamorando a una linda muchacha llamada Elizabeth.
Abel por otro lado, hermano de Caín, estaba con su grupito de amigos, quienes lo tenían por líder, platicaban de muchas cosas, la mayoría de ellas sin sentido y disfrutaban de los alimentos en el receso, sencillo, sin meterse en problemas.
Caín miraba fijamente como Elizabeth contemplaba la flor, se sentía como flotando de estar a su lado y de saber que la mirada de la joven en la mayoría de las ocasiones se dirigía a él, todo esto le alegraba el alma, se sentía puro, lleno de vida, ligero sobre todo, ese sentimiento hacía que su sangre se limpiara, ni siquiera él sabía que onda con su condición, solo sabía que cuando se enojaba o sentía celos por Elizabeth se sentía como envenenado, y cuando estaba haciendo deporte o se sentía feliz como en ese momento, sentía como si su cuerpo se purificara de algo.
El noticiero lo veían todas las personas de Enkeli[1] City era un lugar donde todas las personas hacían lo mismo, ese estilo de vida era bastante cómodo de seguir, puesto que daba tranquilidad a la vida. El noticiero Enkeli News se transmitía a las ocho de la mañana, a las tres de la tarde y las ocho de la noche, el periódico Enkeli Times se repartía a las siete, la gente regaba sus jardines, paseaba en bicicleta, tenía un pequeño picnic en el jardín y llevaba un estilo de vida tranquilo y un poco rutinario y ninguna búsqueda de nuevas emociones, solo el gusto por lo cotidiano; lamentablemente, ese estilo de vida impedía que las personas avanzaran y sobre todo evitaba las cosas nuevas, si algo novedoso entraba a Enkeli City se arriesgaba a dos destinos: que fuera aceptado poco a poco o su destrucción total.
Algo así pasó con el extraño peregrino que tomó la ciudad como atajo, ya para entonces, dicho asunto estaba en la boca de todas las mujeres con nada que hacer:
– Dicen que su sangre de color azul y que olía a cobre.
– Llevaba una niña en brazos, pobrecita, a lo mejor era un asesino.
– Dicen que tenía una gran fuerza, que de sus ojos lanzaba algo así como “ondas de choque”.
– Que transmitía sus sentimientos a través de los ojos.
– Que tenía orejas y cola de zorro.
En fin puro chisme. La gente desfiguró cada vez más y más la verdad que llegó a un punto en que fue olvidado, pocas personas que guardaron declaraciones veraces de los hechos lo mencionan de vez en cuando, en fin, el forastero herido de sangre azul era un tema que no se volvería a tocar en mucho tiempo.
Precisamente, por todas estas características en Enkeli City, Caín se vio atraído a ir al principio era un forastero en la calle, la gente le lanzaba ciertas miradas, algunas inofensivas que solo buscaban inspeccionarlo y otras bastante agresivas, pero Caín no los tomó en cuenta, tenía veinticinco años, estaba en buena forma, había conseguido un trabajo en una de las oficinas del lugar que ofrecía un sueldo más que suficiente para quien vive solo y además tenía una casa, que él había comprado tras haber ahorrado desde que inició la secundaria, una vida como la de la mayoría de las personas que habitaban dicha ciudad, con el tiempo ver y a lo mejor saludar a Caín se volvería parte de su rutina y de la rutina de las personas y terminarían por aceptarlo.
Abel estaba en el consultorio del médico, esta era como su quinta visita en la semana, el tema era el mismo: su sangre y aunque se había negado miles de veces, por fin el doctor lo pudo convencer de que se dejara sacar un poco de sangre para poder hacerse unos análisis clínicos.
Abel estaba totalmente en contra de dejarse sacar sangre, pero las enfermedades que sufría eran al parecer por falta de nutrientes en la sangre ¿Cuál era ese nutriente? No lo sabía, el doctor intentó darle hierro pero Abel volvió con una tenue cirrosis, vitamina K y regresó lleno de moretones, vitaminas y al parecer mejoró, pero su anemia no se resolvería con esas vitaminas, bueno sí pero con cuál de ellas, el análisis lo diría.
El doctor tomó la aguja y preparó el brazo de Abel, le dio unas palmadas y sus venas saltaron, después de eso introdujo lentamente la aguja, el doctor era un profesional, Abel prácticamente no sintió dolor, pero sintió un terrible escalofrió que le recorría la espina al ver la sangre fluir y almacenarse en la ampolleta, sabía que la sangre en grandes cantidades se veía negra, pero esa era de color azul, esa sangre… su sangre, con nervios en la voz le preguntó al doctor.
– ¿Eso es normal?
– No- dijo el doctor con serenidad – pero tampoco me preocupo, no es el color de tu sangre la enfermedad, sino ya estarías muerto.
– Entonces ¿qué es?
– Eso nos lo dirá el resultado del laboratorio, ven mañana por él.
Esa noche, Abel no pudo conciliar el sueño, esperó y esperó horas sentado mirando su reloj como un loco, esperando a que fuera hora para ir al médico. Las horas pasaron y Abel empezó a sentir la necesidad de dormir, pero intentó seguir despierto, ya para las tres de la madrugada empezó a sentirse como si lo hubieran envenenado, tenía fiebre y estaba sudando frío, además de que temblaba, sentía el cuerpo horriblemente cortado, y todo junto lo hizo tumbarse en la cama y comenzar a relajarse, en ese momento sintió como su sangre empezaba a purificarse, y empezó a sentirse nuevamente bien.
La niña regresaba de comprar las tortillas, era de cinco años, bastante inocente todavía, era siempre observada por Gabriel, un muchacho que vivía cerca del pueblo, en una casa entre los montes.
Al otro lado de dicho pueblo, atravesando los montes se encontraba la carretera que iba a Enkeli City. Pero nadie del pueblo la usaba, todos vivían contentos en ese lugar.
Gabriel había perdido a sus padres, más bien sus padres se “libraron” de él, lo dejaron botado al ver que no era normal por tener sangre de color azul. Una señora del pueblo lo recogió y lo educó como a su hijo, hasta que la señora murió, dejando al muchacho con dieciocho años pero sin conocimiento en algún oficio, motivo por el cual se pasaba la vida haciendo mandados, iba por todo el pueblo montado en su bicicleta buscando a quien ayudar, de propina recibía cinco o diez pesos por lo menos, el caso que en un día recibía suficiente para comer solo lo necesario y lo que quedara guardarlo y ahorrarlo. Gabriel era popular en el pueblo por ser un buen muchacho, no iba mal vestido y siempre estaba aseado, se bañaba en el río junto con los otros jóvenes con quienes se divertía jugando.
Fue en uno de sus mandados que vio a Estefanía, la niña de cinco años que siempre iba por las tortillas, a partir de ese momento, todos los días esperaba a un lado de la tortillería únicamente para verla pasar comprar un kilo e irse de ahí.
Estefanía de padres que no tenían mucho dinero, pero que tampoco les faltaba, era la menor de tres hijos, sus dos hermanos mayores y el padre mandaban en la casa, la esposa obedecía al padre y la hija menor a los hermanos. La familia funcionaba, no había problemas económicos ni escolares, eran gente de bien que cumplían con sus obligaciones morales, que nunca lastimaría a nadie ni cometería un delito, así era la demás gente del pueblo que vivía ahí: buena, sencilla y muy noble.
Fue una mañana, en la que Gabriel estaba en otro de sus mandados, que encontró a Estefanía llorando a la entrada de la panadería, cargaba una bolsa de papel revolución con cinco baguettes cuyas puntas asomaban por la bolsa, la niña tenía los puños cerrados y con los nudillos se quitaba las lagrimas, la gente que pasaba se le quedaba mirando con extrañeza y muchas le acariciaban la cabeza. Fue Gabriel quien se acercó y le pregunto:
– ¿Qué te pasa, niña que llora?
– Es que…- contestó la niña subiendo el moco – mi mamá- y cortando el aire – me mandó por el pan… y me perdí- estalló en llanto nuevamente.
– No te preocupes, niña que llora- contestó Gabriel, su voz sonaba armoniosa y bastante consoladora – yo te ayudaré a volver a tu casa- Gabriel no sabía donde vivía la niña, pero pensó en un lugar donde la niña se pudiera ubicar: la tortillería, claro estaba, Gabriel tomó a la niña y la colocó en la canasta de su bicicleta, la niña aferró contra su pecho la bolsa de pan que medía poco menos que ella y Gabriel pedaleó hasta la tortillería; una vez ahí, la niña le fue dando instrucciones para llegar a su casa, al cabo de unos cinco minutos ya estaban ahí, el muchacho llegaba a la niña sobre sus hombros quien no soltaba la bolsa con el pan. El joven tocó la puerta y en seguida abrió la madre de la muchacha.
– ¿Dónde estabas?- preguntó la madre con angustia y cariño en la voz – estaba preocupada.
– Me perdí pero mi amigo de la bicicleta me trajo a casa- la señor volteó a ver a Gabriel quien estaba feliz.
– Muchas gracias, Gabriel- dijo la señora – ¿quieres… desayunar algo?
– No… no señora yo…- contestó Gabriel.
– Sí, quédate y te enseño mis juguetes- interrumpió Estefanía
– Bueno… supongo que no me haría daño.
La mesa ya estaba preparada, era de madera sin mantel, las sillas eran de plástico y las cinco estaban acomodadas en tres lados de la mesa, el cuarto estaba pegado a la pared, la señora separó la mesa de la pared para poner una sexta silla que estaba en la sala y que Gabriel se sentara a comer, Estefanía tomó la silla y se sentó a su lado, de manera graciosa partió a la mitad su pan y le ofreció a Gabriel.
– Gracias, niña que llora- contestó el muchacho y remojó su pan en el chocolate caliente que le sirvieron. Estefanía imitó sus movimientos y terminó muy rápido de desayunar, luego se levantó de un brincó y jaló a Gabriel de la mano.
– Ven, quiero enseñarte mis juguetes- dijo la niña emocionada jaloneando a Gabriel y provocando que por poco se ahogara
– Deja que el muchacho coma- dijo la señora
– No se preocupe señora- Estefanía lo jaló – estuvo muy rico, adiós- subió casi con la boca las escalera y entró al cuarto de Estefanía.
Era muy sencillo, había una cama, abajo había un huacal con juguetes y otro con más cobijas, había un ropero con ropa arriba del ropero una caja de cartón, donde se asomaba la cabellera y brazos de variadas muñecas, la niña subió al carril que hacía que las puertas se corrieran, pero no alcanzó la caja, Gabriel le ayudó: con solo estirar el brazo alcanzó la caja y la puso en el suelo, Estefanía se admiró más de su nuevo amigo. La niña hurgó graciosamente en la caja y sacó una muñeca chata de trapo
– Esta de aquí se llama Fulanita- se la dio a Gabriel – esta se llama Josefina- era una barbie con la ropa un poco sucia – esta se llama como yo: Estefanía, es mi favorita- era una muñeca de trapo, como la otra, tejida de manera artesanal totalmente a mano, representaba a la Adelita y medía lo doble de la mano de Estefanía, muy bonita por cierto.
Pasaron las horas y llegó la noche, los dos amigos seguían jugando cuando entró la madre.
– Gabriel, es muy noche, debes ir a dormir- dijo amablemente la señora.
– Sí señora, lo olvidé- se levantó y se dirigió a la puerta de salida, pero lo alcanzó Estefanía.
– Espera- le dijo – ten- estiró ambos brazos y llevaba la muñeca de trapo en las manos.
– Pero… es tu favorita- dijo Gabriel.
– No importa, te la regalo, vienes mañana con ella para jugar- Gabriel se agachó y se puso en cuclillas para tomar la muñeca pero la niña la quitó y le dio un beso en la mejilla, después le dio la muñeca y se sonrojó, al igual que Gabriel
– Bueno, adiós- dijo Estefanía, Gabriel no contestó nada, se llevó la mano a la mejilla con mirada de “no lo puedo creer” subió a su bicicleta y se fue.
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[1] Enkeli: “Ángel” en Finlandés
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