jueves, 29 de octubre de 2020

Antes de que nos Olviden I - Somos Jóvenes

Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sin entender que se llamaba primer piso, porque la planta de abajo respondía expresamente a ese nombre: planta baja. No le importaban los clientes que, curiosos, caminaban entre los exhibidores conociendo los productos y buscando el que les resultara más atractivo y a los cuales él tenía que abordar para ofrecerles un buen servicio y convencerlos, sin que se dieran cuenta, de que compraran la mayor cantidad de productos posibles. Eso no le importaba, como tampoco le importaba que una cámara de circuito cerrado estuviera colocada precisamente en esa esquina para que el gerente y los guardias pudieran notar qué empleados pasaban tiempo mirando a la ventana, sobre todo cuando hubiera clientes en el piso de venta.

Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sintiendo el aire fresco golpear suavemente su bello rostro y refrescando ligeramente el calor que en la habitación se encerraba y que poco a poco se volvía insoportable, como ella. Habían pasado ya cuatro meses desde que se enteró que en seis meses más traería vida nueva al mundo y desde entonces no había podido salir salvo en las ocasiones que su madre descansaba y le pedía que la acompañara a comprar la despensa y, de paso, acudir a su cita con el doctor para asegurarse de que el bebé estuviera bien y que el embarazo fluía en orden. Pero ella, con el espíritu libre que la caracterizaba, estaba harta de permanecer encerrada en su casa, sin más compañía que la Pelusa, quien saltaba, corría y hacía destrozos por toda la casa, sin comprender por qué su dueña jugaba cada vez menos con ella. De igual manera, el contenido disponible en Facebook se volvía cada vez más monótono y el sonido de la música a lo lejos le recordaba lo igual de lejos que sonaban ahora sus momentos de fiesta y ruido.

Comenzaba lentamente un sonido de tambores, quizá sintético, pero a Ian le gustaba, más le gustó al reconocer que dicho sonido indicaba el inicio de una de sus canciones favoritas y que sonaba en el alto volumen de la fiesta ya a nada de salirse de control. El DJ había abandonado el recinto, cuyo techo lloraba por el calor condensado que los plafones no habían logrado filtrar, el ambiente olía a alcohol, sudor, humedad y calor, revueltos ya con humo de cigarrillo, marihuana y otras sustancias. Más de uno se encontraba ahora bajo el efecto del éxtasis, la cocaína o de cualquier otro estimulante de acción rápida, venta ilegal y fácil distribución entre los jóvenes.
    Saliendo del mar de gente, haciendo un excelente uso de su capacidad de orientación que pocas veces fallaba en situaciones como ésa, apareció Alice cargando dos vasos rojos llenos con alcohol y refresco sin ladearlos y sin permitir que la apretada multitud de jóvenes de los alrededores le hiciera derramar una gota siquiera, pues junto a cada vaso llevaba un paquetito bien enrollado de papel arroz, con la rica hierba que habrían de fumar para sentir lo bueno de la fiesta y había que impedir que se mojaran. Alice llegó por fin a lado de Ian y le ofreció el vaso con todo y el churro. Él la miró, en sus ojos de ebrio había la sorpresa, el miedo, la desaprobación y la duda dirigida a los ojos de ella
"¿Estás segura?"
     Mientras sus dedos se rozaban en el intercambio, ella lo miró con la ebriedad, la locura y la gran alegría de estar con la única persona en el mundo en quien confiaba, bebió de su vaso y el contenido resbaló rápidamente de su lengua a la garganta, el sabor se quedó prendado en su boca mientras adquiría otros mil sabores más y con sus hermosos ojos se clavó en los de él
"Sí, ¿tú no…?"
     Ian literalmente se empinó el vaso y Alice le siguió para vaciar juntos su contenido, después encendieron el churro, había que hacerlo, pues la fiesta podía acabar en cualquier momento, aunque ella, de querer, podía hacer que la fiesta durara toda la vida. La cámara lenta personal dentro de la cabeza de cada quién comenzó a grabar con efecto de baja exposición, las luces se convertían
mágicamente en estelas de colores que se difuminaban lentamente en el aire… 

Esa era la primera vez que lo sentía, asomado en la ventana lo recuerda él, sin fijar la mirada ni lejos ni cerca, solamente en el pasado que se hacía presente en su mente, cada vez más ocupada en los eventos venideros de los cuales desconocía el resultado y escapaban de su control. Miraba a lo lejos desde el ventanal, aún era posible mirar el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl desde ahí, cuando los niveles de contaminación lo permitían, cuando no, era más difícil y otras, imposible.
     Miraba a lo lejos desde la ventana, aunque el basural y los camiones removiendo la tierra para meter más basura en ella no eran precisamente un espectáculo interesante ni bello para ver, pero era lo que había, ella nunca se quejaba del momento presente, a diferencia del pasado el cual siempre rondaba su cabeza no sin atormentarla una que otra vez, había aprendido a mitigarlo mediante métodos poco ortodoxos, pero de un tiempo para acá, en su vientre, crecía una criatura con el poder suficiente para alejarla del pasado e iluminar su incierto futuro... pero el pasado seguía ah, a veces.

Alice estaba bailando con la gracia y la sensualidad que solamente ella era capaz de proyectarle al mundo cuando entraba un momento consigo misma; bastaba sólo un segundo para darse cuenta: todos los muchachos morían por bailar con ella y el único afortunado capaz de acercarse para acompañarla en ritmo y movimiento en su momento más sensual era Ian, solamente con el permiso de su cuerpo y de su corazón. El muchacho se sentía el centro del universo cuando Alice se sentía exactamente igual, y vio que la luz azul que los golpeaba se desvanecía suavemente como si estuviera hecha de humo dejando una larga estela con olor a fiesta en todo el ambiente.
    Estaba demasiado ebria y drogada como pa
ra preocuparse en controlar lo que estaba pasando con ella y con su alrededor, el presente se convirtió en una fuerte sensación difusa e instantánea que se convertía en un pasado incapaz de ser recordado, lo que vendría después era una pregunta que tampoco existía en su mente, Alice no podía pensar claramente, menos encontrándose en su lugar favorito, sin saber por su estado si era el ambiente de la fiesta o los brazos de Ian. Era aquél momento igual que los muchos otros que se hubieran vivido, pero era especial, podía sentirlo de manera diferente pues no era fácil decir algo como lo estoy sintiendo en tal o cual lado del cuerpo, simplemente estaba ahí y le haría cometer locuras o quizá burradas, pero no en esa noche en que, después de separarse de Ian, sintió los estragos del mareo como nunca antes. El aliento alcohólico iba delante de ella y se quedaba atrás trazando su rumbo, rápido encontró la mesa, rápido preguntó quién, rápido tenía en sus manos todo lo que necesitaba. El mejor momento de la fiesta era cuando se atrevían a repetir la dosis.
    Ian se había mostrado renuente al principio, pero Alice era
completamente consciente de lo que el chico se estaba perdiendo, no era una persona fácil de comprender, había que encontrar la manera de convencerlo para que se portase mal y ella era el pretexto perfecto. Encontrar la manera de llegarle se convirtió en un arte que Alice dominó pacientemente sin darse cuenta, le gustaba estimularle lo suficiente para que se pusiera en acción y dejara de pensar, pues esto último era lo que siempre le impedía ir más lejos en la búsqueda de las nuevas emociones que ella conocía más que de sobra.
    Ahora se encontraba tratando de descifrar con sus aturullad
os sentidos lo que estaba ocurriendo a su alrededor, unos cuantos gramos quemados liberando deliciosa sustancia en su sangre habían sido demasiado repentinos para él; la bacha murió pisoteada por mil gentes y mojada por mil fluidos en el piso y se puso a bailar. Más de momento algo pasó, Ian solamente había volteado pero el movimiento se sintió extraño, los colores se intensificaron y los sonidos se volvieron más intensos, regresó la cabeza esperando escapar de aquella súbita entelequia buscando refugio en donde sabía perfectamente que lo podía encontrar: en los ojos de Alice. Ahora en su mirada se encontraba ya alojada la estupidez, la fiesta, la sorpresa de estar experimentando algo completamente nuevo, por fin, después
de muchos años de privarse de dicho placer.
    Ella se encontraba en sus brazos, después de dejar morir un
montoncito diminuto de puro papel arroz con la punta quemada debajo de los pies y los sudores típicos de la fiesta, se resguardó en sus brazos esperando el momento oportuno. No se hizo esperar, en las cosas en las que Alice era experta rara vez se equivocaba. Los problemas salieron exorcizados como los espantosos demonios que eran y dejaron el campo libre a la paz y al momento presente siempre tan efímero. Cuando el ruido se intensificó y la cara se puso pesada con el placer de quien laxa los músculos lo volteó a ver, debido al constante ir y venir de las luces no podía ver su cara de sopor por la hierba consumida pero supo sin duda que, sin necesidad de quitar la mueca ridícula de sorpresa, tenía exactamente el mismo semblante que Ian…
    Esa noche eran jóvenes, Alice poseía únicamente 18 años en su
haber e Ian ya llegaba a los 22… salir juntos había sido siempre una tarea difícil que, ahora que se veía lograda, Alice disfrutaba. Al joven Ian no lo podías sacar de fiesta pero aquella noche, con el tiempo detenido, los sentidos intoxicados y la sordera de la música, todo se había vuelto diferente, Alice había logrado sacar a una fiesta
a Ian e, incluso, hacer que se divirtiera…
    Por el dulce efecto del café, Ian quedó
con cara de estúpido y mirada perdida contemplando todo a su alrededor, mientras Alice le rodeaba con sus brazos y colocaba el rostro en su pecho, sintiendo su fuerte taquicardia. Con la boca abierta y la sed a tope, Ian sonrió… Ya no importaba la hora que marcara su Fossil, regalo de Alice, importaba el vaso de cerveza que volaba por sobre las cabezas de los desafortunados que se encontraba debajo, importaba cuál sería la siguiente canción, importaba que el alcohol fuese suficiente para todos, pues junto a Alice solamente importaba el desmadre y la esperanza depositada con fe en un mañana que no llegaba todavía y que en ese momento no sólo era incierto, sino que no importaba en lo absoluto…
    El vaso de cerveza se vació mientras volaba por los aires a todo lo largo del salón hasta que golpeó de ll
eno el rostro de un joven que bailaba y el resto del contenido salió expulsado en efecto de explosión salpicando blusas favoritas, camisas de la suerte, peinados
para la ocasión y maquillajes de fiesta…
"¿Lo ves? No pasa nada."
"Nunca pasa nada."

El ruido del elevador abriéndose lo sacó de su improvisado y bien interiorizado soliloquio, no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado mirando por el ventanal y, sin duda, había llegado ya el momento de retirarse y volver a trabajar… fue eso o fue algo más, un impulso sublime llegado de la mujer que, al no encontrar nada inmediatamente saliendo, buscó de manera lógica –o quizá a través del mismo impulso sublime- en dirección al ventanal detrás del cubo del elevador. 
    Ambas miradas se encontraron en el mismo momento, verla era la más grande alegría que había sentido en mucho tiempo, pues Alice no había perdido su toque en cuanto a romper la rutina de Ian se trataba. Cuando pronunció el nombre del joven que, antes de ser nombrado había ocupado sus músculos para volverse, supo sin duda que si sólo quitaba la mueca de ridícula sorpresa del rostro de Ian ella tenía exactamente el mismo semblante que él. La hermosa jovencita con una dulce pancita de tres meses de buenas noticias sólo dejó el campo libre a la paz y al momento presente, siempre tan efímero. 
 
 

 


viernes, 2 de octubre de 2020

Convenio Mancebo


Llegaba a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido: iba para portarse mal una vez más.

El hotel no era sencillo, era más que decente, un buen hotel. Aunque aquella noche le faltó mucha clase al lugar para entonar siquiera un poco con el señor que se presentó antes que la guapa mujer enamorada: joven aún, alto, gallardo y con un estilo elegante que resaltaba su porte, el traje gris azulado le iba muy bien, haciendo resaltar la camisa negra de fondo y la corbata vino de tono mate, el largo de las mangas tan bien cuidadosamente cortadas dejaban ver el plateado extensible del fino cronógrafo que adornaba la muñeca izquierda de aquel caballero. Ante la sorpresa de la recepcionista, el amante se dirigió a ella con una seguridad y una sonrisa:
– Buenas noches…- dijo aquella voz grave y espesa como la de los locutores de radio, la joven detrás del escritorio fracasó al querer responder –. Tengo reservación.
    La joven por fin reaccionó sonriendo y deseando ser ella quien se portase mal esa noche. Una vez entregada la primera de tres copias de la llave – la tercera era de uso exclusivo del personal de limpieza – la chica se quedó un buen rato mirando a tan buen partido adentrarse en el corredor que conducía a la habitación.


Lucía iba despertándose tarde aquella mañana, un poco extrañada por la ausencia de la chacha, quien tenía prohibido levantarse antes que el señor pero después que la señora. Por fin entró, sólo entonces Lucía se dio cuenta de que se despertó diez minutos tarde.
– Buenos, días, señorita – saludó Lupita dejado la charola con el desayuno en la mesita de noche.
– Buen día, Lupita – contestó Lucía estirándose y desperezándose – No escuché a Vicente salir… ni lo sentí levantarse.
– No señorita. El señor se fue media hora más temprano y me manda decir que llegará dos horas más tarde - Lupita entregó una nota a Lucía, quien suspiró mirando como no había ya vapor saliendo de su taza de cafe.
    Era el colmo, tras el fraude de Odebrecht, muchas empresas subsidiadas se fueron a la quiebra, AllTech, la empresa donde trabajaba Vicente, igual había caído víctima del fraude; debían millones a Hacienda y el tratar de aclarar todo se había convertido en un caos, muchas empresas fantasma y prestanombres figuraban en las acciones de AllTech, pero el excelente Vicente había logrado, hasta entonces, demostrar el fraude e ir develando poco a poco el misterio, logrando así evitar las demandas por evasión de impuestos y mantener el barco a flote. Aunque esto último le consumiera mucho más tiempo al día del que esperaba y eso afectaba a su mujer. Ella trabajaba en su propio consultorio a varias cuadras del departamento.

La doctora Lucía Monroy Betancourt poseía una rutina casi inflexible dentro de casa, pero estando arriba de su auto de lujo y del año todo podía cambiar ya sea para bien o para mal, era de esas personas que salían adelante por ser capaces de analizar las situaciones fríamente. Alternaba siempre entre las cinco rutas distintas para llegar a su consultorio: un local propio en la planta alta de un centro comercial. Lo siguiente sería escuchar las nuevas disertaciones de sus alocados pacientes; gente de clase media alta con múltiples manían y obsesiones, muchas veces producto del estrés y del aburrimiento. A veces los medicaba cuando sus pobres mentes estaban a punto de colapsarse. La Dra. Lucía siempre tuvo talento para la gente, nadie podía engañarla y es que en más de una ocasión un adicto o adicta había llegado a su consultorio con cuadros muy precisos que requerían de algún tipo de calmante, sólo un par de veces fue engañada, pero ahora no había quien pudiera verle la cara. Además, su fuerte carácter de hierro salía a flote y una sola orden bien dada por ella alcanzaba y sobraba para aplacar un ejército entero.
     Lucía y Lupita llegaban a la misma hora de siempre al consultorio. Lupita tomó su lugar en la recepción, prendió el computador y, luego de abrir unos cuantos programas, mandó a imprimir dos copias de la agenda electrónica de la doctora, posteriormente se dirigió al archivero ubicado a un costado del escritorio en donde buscó los expedientes de aquellos clientes que irían a cita ese día, los ordenó y serían entregados uno por uno cinco minutos antes de la hora agendada. Por último encendió el televisor, pantalla de 52 pulgadas frente a un amplio sillón de cuatro plazas.
     Al otro lado de la puerta al fondo de esa estancia, una cómoda habitación con varios libreros llenos en las paredes, un confortable diván, una silla negra para oficinista y un escritorio al fondo esperaban la entrada del próximo cliente-paciente. La Dra. Lucía tomó su lugar en el escritorio y esperó a que Lupita entrara con el primer expediente, primero revisó su Iphone para leer su mensaje de “buenos días, hermosa. Te amo” cortesía de su marido, con quien no estaba casada, pero ocho años de relación y de vivir juntos ya los convertían en marido y mujer. Aunque por ese mismo motivo, la buena de Lupita no dejaba de llamarla:
– Señorita - la joven entró al consultorio de la doctora con una sonrisa divertida y una mirada de confidencialidad – Hoy viene su novio.
     Le pasó la lista del día, figuraba Adriel Valdés, un joven actor amigo de Lucía en la universidad. La Dra. Lucía no se permitía mostrarse conmovida en lo exterior, pero internamente, la Dra. pensaba en aquel chico: era atractivo y atlético, estudiaba una licenciatura en arte dramático y coincidía con Lucía cuatro veces a la semana por cuatro horas. A ella le gustaba el teatro y asistió puntualmente al taller que ofrecía la facultad y al que Adriel estaba obligado a ir por su carrera, coincidir tantas veces tanto tiempo los volvió amigos, pero el corazón de Adriel tuvo que quebrarse al conocer a Vicente, novio ya de la bella y joven Lucía; no podía competir con él: era mayor, seguro de sí mismo, galante y, además, con auto propio y mucho dinero, no obstante, el carisma de Vicente se ganó también la amistad de Adriel.
    Vicente no entendía nada de teatro, pero le gustaba ver a su novia actuar, fue en una de esas cuando conoció a Adriel, o mejor dicho, a Odilón, personaje interpretado por el aspirante a actor. Ahí se hicieron amigos tras una formal presentación por parte de Lucía. Aún sin saber nada de teatro la memoria y capacidad de análisis por parte de Vicente eran increíbles, por lo que solía platicar horas y horas sobre teatro con Adriel, quien estaba enamorado del arte y sus tertulias se prolongaron mucho tiempo después de finalizar la carrera. Fue cuando, tras obsesionarse con un personaje muy complejo, Adriel recurrió a su mejor amigo, quien le agendó citas en el consultorio de la Dra. Lucía, una excelente y recién recibida psiquiatra.
    Adriel se le había insinuado en un par de ocasiones, pero las sutilezas no funcionaban en Lucía, por lo que decidió ser directo. Un tajante “no, gracias” como sólo Lucía podía emitirlo, borró toda esperanza en el actor. La terapia y los fármacos funcionaron en el muchacho y, de hecho, Adriel pudo haber sido dado de alta pero a Lucía de agradaba su compañía y ahora las citan eran un poco más para charlar con un buen amigo al final de una agotadora jornada de trabajo que para otra cosa.


Vicente llegó casi a la una de la mañana, Lucía dormía envuelta en sus sábanas y despertó el deseo de su marido, quien no logró despertarla. Había ya pasado mucho tiempo alejado de ella y comenzaba a afectarle a sobremanera, conversaban, claro, y mucho a través de sus teléfonos, pero no podían compensar la distancia de ninguna manera, siempre se habían deseado y el no sentirse juntos los hería. Más le hería a Vicente el no haber podido darle a tiempo la noticia a su esposa de que saldría con rumbo a San Luis Potosí de manera urgente al día siguiente, pues habían avanzado en el caso de los prestanombres y los pocos que quedaban por investigar tenían domicilio hasta ese estado. No sería más cuestión que la de ir y tomar declaraciones para volver lo más rápido posible, pero con los prestanombres anteriores lo difícil no había sido hacerlos cantar, sino localizarlos físicamente. Igual retrasaría el viaje un día, tan sólo uno para hablar con Lucía y explicarle su ausencia… no sería posible, los boletos habían sido comprados y saldría en unas horas, si tan sólo fuesen horas en que ella estuviera despierta. Dejó recados y se fue.


Ella se preparó, se puso linda, con un vestido corto de tela roja ajustada y elástica, se pinto los labios a la perfección, sombreó sus ojos y delineó sus párpados. Odiaba ir demasiado cargada de maquillaje, que además en ella estaba de sobra. No obstante, las bases, las sombras, los contornos, los colores y los polvos resaltaron mucho sus bellos y finos rasgos, haciéndose miles de veces más hermosa.
  Aquella noche, el recepcionista del hotel entregó unas llaves con su tipico aire indiferente al señor que llegó, pero no pudo evitar arquear las cejas y apretar los labios luego de que unos quince minutos después llegara la Dra. Betancourt a preguntar por la habitación cuya llave había sido entregada anteriormente... Esta rutina se repitió muchas veces a partir de ese día.

Poco después de llegado el caballero al hotel, arribó una guapa mujer joven aún, con un vestido entallado color azul, medias semitransparentes de color canela y maquillaje al punto, su bolso Chanel que colgaba de su bello hombro derecho fue la envidia de la recepcionista, quien seguía suspirando por el caballero que recién había solicitado llave, así llegaba a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido: iba para portarse mal una vez más.
   Lucía abría la puerta de la habitación, tenía corrido el cerrojo, pero ella había alcanzado a ver en el tablero que sólo había dos llaves, su amante ya se había presentado, el corazón detonaba mil revoluciones por segundo a la par de que su respiración se agitaba y se volvía cálida, como un soplo divino. Un calor impaciente hervía en medio de sus piernas y escalabas hacia su bajo vientre, continuaba escalando y llegaba frío a los pezones endurecidos que se resaltaban orgullosos a través del fino y entallado vestido entonces la puerta se abrió.

Adriel esperaba en un bar a que llegara la hora. Su rostro, que de por sí mostraba una ansiedad indisimulable aún para él, se contrajo en una mueca de desagradable sorpresa, cuando vio entrar a Vicente al local, iba bastante bien vestido, sin duda había llegado hacía un par de horas, suficientes para ir a la estética, ducharse y arreglarse para... ¿Qué?
   Vicente echó un vistazo en derredor y miró por fin a Adriel, quien trató de mostrarse alegre por el regreso de su amigo, charlaron un poco y bebieron en silencio un rato largo, a juzgar por la actitud de Vicente, algo se traía, Adriel apenas tomó consciencia de que se había dejado el telefono en la barra a lado de su vaso cuando este vibró
- No sabes lo que me acaba de contar mi criada- dijo Vicente justo después de que el celular de Adriel vibrara.

Lucía abrió la puerta del hotel, adentro estaba oscuro, casi completamente, a no ser por una lamparita de noche a lado de la cama, que da una tenue y cálida luz a la habitación, pudo contemplar muy difusamente a un hombre sentado a un lado de la luz, pero colocado a tal distancia que las sombras le ocultaban casi por completo. La excitación de Lucía sería evidente a no ser por la oscuridad casi total, cerró la puerta y su mano buscó lentamente el botón para encender la luz
- No prendas la luz...- la voz fue imperante, además de resultar familiar, pero Lucía pensó que eso no sería posible - Al fin estás aquí en este hotel- continuó la voz y Lucía se supo sorprendida
- Vicente, yo...
- Imagina que no soy yo... que soy el otro, al que esperabas ver- la voz de Vicente vibraba víctima de la excitación, la lujuria apretaba sus cuerdas vocales quizá tanto o más que sus pantalones 
- Desnúdate...

Una ambulancia y una patrulla recogían del basurero el cuerpo maltrecho pero vivo de un joven, el único testigo de lo ocurrido: el tipo que atendía el bar conocido "El Templo del Morbo", relató que salió de su bar acompañado de un señor de buen ver.
 
 


 


lunes, 10 de agosto de 2020

El Llanto del Palomo (Cuento)

 Inspirado en la canción "Cucurrucucú Paloma" de Tomás Méndez
 
Es lo que dicen, mi amigo, y yo se lo digo también, no dormía ni por un ratito; toda la noche se veía prendida la vela de su habitación ¿Que cómo sé yo que sí? Pues porque su casa es esa que da directamente a la avenida principal de entrada a la plaza y su ventana es aquella, esa que da merito a la calle también y toda la noche se encontraba prendida. 
    Sí, mi amigo, yo veía esa vela prendida toda la noche, siempre pasó a dar mi rondín, hora con hora, ida y vuelta y la luz nomás prendida, obviamente la tenía que cambiar a cada rato, por eso se compró un foco ¿Que haciendo qué? pues no me consta ¿Verda'? pero yo digo que nomás se le iba la noche todita en puro llorar. Como es la única luz que daba a la calle y la de la farola quedaba en esquina, pues abajito de la luz de la ventana del caballero soplaba yo mi silbato para gritar que todo estaba sereno, nomás de ida, ya de vuelta sólo pasaba y veía la luz prendida.
    Claro que lo conocí, joven... venía muy seguido aquí después de estar en la plaza con sus amigos, o luego de un evento bien pagado, que cada vez eran más. Tomaba poco, pero puro tequila de a solo. Un día llegó acompañado con una muchacha, pero ya luego, una tarde que él vino solo, se la agarró tomando de a diario... ya bien borracho se ponía a cantarle a quién sabe quien y cayéndose de briago me compraba dos botellas de a litro y se las llevaba a su casa, para seguírsela ahí hasta Dios sabe qué horas de la noche. Hombre si todos saben que las almas que andan bien despiertas después de la media noche le pertenecen al diablo, pero él era un buen muchacho, mejor presa para el maligno oiga. Yo nunca lo vi, la verdad, porque acabando la noche yo me voy a dormir, pero dicen que de plano no dormía nomás se le iba en puro tomar.
    Sí, yo digo que sí se lo comió el vicio, la gente en el pueblo anda dando de habladas, ya sabe uste' que pueblo chico chisme grande, pero todos conocían al muchacho porque cantaba bien bonito y con mucho sentimiento. Nomás que un día le dio por darle duro al vicio... ¿Que por qué? Pues una muchacha que llegó un día aquí al pueblo, nunca había yo visto mujer más guapa y eso que en mis días no estuve nada mal, mijito... Blanca la condenada como si fuera de papel, la niña... ¡ni gringa, ni extranjera! Criollita como todos los de aquí ¿Que cómo sé? Ay, joven, pues porque sus ojitos no eran ni azules ni verdes... sí eran más claritos, como de caramelo, pero de ahí en fuera bien mestiza.
    Se lo traía bien loco, mi amigo. De por sí el mendigo Palomo era rete enamorado, muchacha que le gustaba, muchacha que ya luego andaba trayendo del brazo bien enamorada la pobre. Pero siempre se aburría de ellas y al mes o a las dos semanas ahí las veías llorando en la plaza solitas en una banca con un ramo de rosas en la mano. Yo digo que ya le tocaba, pero es que sí se pasó la mendiga... o al menos eso digo yo porque había noches en las que lloraba tan amargo el pobre Palomo que, mire, mi amigo: 'por ésta', que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto... Y es que él no era de llorar a moco tendido porque era bien hombre, pero cuando uno anda bien enamorado pues como que ya no le funciona muy bien a uno la razón... ella le dijo que la esperara, que volvería en la noche, pero ni máis.
    Cantaba el Palomo acompañado de sus cuatro amigos mariachis, cantaba hacia un balcón de una casa al otro lado de la plaza. La muchacha que se asomaba poseía una piel blanca como la luna y miraba embelesada al mariachi que de su ronco pecho dedicaba una hermosa canción tradicional. La voz de aquel barítono cargaba un sentimiento que volvía chinita la piel de la muchacha y de todo aquel que lo escuchase. Él la vio desde su ventana la tarde en que llegó al pueblo acompañada de su madre viuda y sus hermanos empresarios, todavía estando lejos pudo contemplar su belleza y su corazón dio un vuelco cambiando de lugar dentro de su pecho.
    Jamás conocí al Palomo, al menos no en persona, sólo las habladas que en el pueblo se daban de él a raíz de su lento y tormentoso suicidio... para mí: un hombre deprimido, humillado y adolorido por la decepción amorosa que se encerró en su cuarto para matarse de borracho, de hambre y de insomnio... para el escritor, una paloma entristecida que cantaba desde su jaula un triste y elegante zureo para dar noticia al cielo de su pesar, hasta que su alma pudo al fin huir libre de este mundo de crueldad y de dolor...
    Sí, mijito, el día que lo encontraron, una paloma bien blanca salió volando de la ventana de su cuarto, ésa que da a la calle y se fue a posar justo en el balcón de la casa al otro lado de la plaza. Correcto esa era la casa de la muchacha, y todavía se puede ver como una paloma triste muy de mañana le va a cantar, nomás que esa casita ya esta abandonada, sola, las puertas que dan al balcón se quedaron abiertas de par en par como puede usted ver si pasa por ahí. 
    No lo va a ver, joven, al Palomo. Durante el día no se le ve para nada, solamente en las madrugadas ¿Que por qué? Pues porque a las almas en pena nomás se les puede ver en la noche ¿a que no me cree? se lo juro, esa paloma no es otra cosa más que su alma, va y viene, viene y va nomás para lanzar lamentos. Sí, pus ella le dijo que volvería pero nomás nunca volvió y él viene a esperarla a la desdichada, a ver si regresa...
    Eran las cinco de la mañana y yo llegué a las tres. Me congelaba con el frío de la madrugada y pensaba que la gente del pueblo aquel estaba vuelta loca... era un pueblo todavía bastante alejado de la urbe aunque no se veía empobrecido... 
<<cucurrucucú>>
    Un gorjeo... que provenía del balcón, justo del balcón debajo del cual estaba yo parado, esperando a ver al tan dichoso Palomo... me alejé unos metros para ver mejor y mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo justo en ese momento...
<<cucurrucucú>> 
    Ataviado completamente de un traje de charro color negro, con los bordados de un blanco mármoleo, ancho sombrero, capa larga al cuello con el interior plateado y ocultando su rostro del frío con un paliacate negro igualmente bordado en plata, estaba el palomo sentado sobre la orilla del balcón. Una bella paloma blanca estaba posada suavemente sobre los dedos índice y medio de su mano derecha y su arrullo era tan triste que el llanto colmaba mis ojos y acongojaba mi alma... sentía que me iba a morir de tristeza
<<Cucurrucucú>> 
    - ¡Paloma! ¡Ya no le llores! 
 

sábado, 11 de julio de 2020

Otro día el mismo día (Narración)

Mi día comienza: suena el despertador, aunque yo le llevo ganadas un par de horas… horas que aprovecho para estar solo, intentar hacer un poco de lo que me gusta y disfrutarlo, así despierto… así me dormí. Serían las tres o a veces hasta las cuatro de la mañana cuando por fin me duermo, vencido más por el cansancio que convencido por mi voluntad para dormir… voluntad que me hace falta para hacer todo de un tiempo atrás hasta hoy.
    El despertador suena una hora y media antes de mi hora de partida… es decir: hoy debo entrar a la una a trabajar, por lo tanto debo salir de casa a las once y media, por eso a las nueve y media debo levantarme para asearme y vestirme ¿suena bello, no? Lo era… si recordamos lo agotadoras que son mis cortas jornadas de sueño y teniendo en cuenta que viajar en transporte publico es una experiencia demasiado nociva actualmente… oh el transporte, ese tema tiene tanta tela para hablar; justo en ese preciso artefacto te la pasas encerrado una buena dosis del tiempo de tu día a día y sólo estiras un poco las piernas en lo que llegas a trabajar; si tienes que transbordar te jodes porque es volverte a encerrar en esas jaulas para macacos, encima de que seguramente debiste levantarte el doble de temprano; pero aún con todas esas existe gente que es puntual en el trabajo y que rinde y demuestra resultados, es decir, hay gente capaz de adaptar su cuerpo y su mente a ese estilo de vida… yo no podría, no puedo levantarme a las nueve para irme a trabajar porque no puedo dormir a las diez, por dormirme hasta las cuatro… por querer un momento para mí, por querer huir de la realidad… no me gusta estar aquí, me cuesta demasiado trabajo adaptarme, adaptarme a los cambios, al mundo... Al miedo.
    No siempre fue así. Cuando era mucho más joven de lo que soy ahora, iba y salía de mi casa con valor - o tal vez sin miedo, que no es lo mismo- a enfrentar el mundo, a conocer gente, por un momento de hecho pensé que se podía cambiar al mundo… hoy lo recuerdo para escribirlo y me doy cuenta de lo estúpido que suena eso. El mundo está jodido, lo ha estado más ahora que en otra época, quizá, pero siempre se ha estado pudriendo y me tocó verlo… hay un cuento sobre un incendio en el bosque, del que todos los animales huyen, excepto el pájaro que, ignorando el gran peligro, iba al estanque a cargar las plumas de sus alas con agua y volaba de regreso para arrojar unas pocas gotas sobre el cada vez más bravo incendio. En fin que, luego de unas cuantas vueltas, el gorrión se murió vencido por el cansancio y a medio volver del estanque. Agotado por el peso del agua en sus alas, cayó, no logró ni siquiera llegar al cuerpo de agua, el fulgor de las llamas a la orilla del incendio fue lo que le carbonizó… hermoso y triste cuento ¿No? Esa avecilla murió tratando de defender lo único que tenía y que le daba valor a su vida… mientras los demás animales miraban, ya que existen versiones del cuento en la que los demás animales le gritaban:
“¡Hey! no hagas eso, es inútil ¿no te das cuenta de que no ayudas para nada con la poca agua que recolectas con el plumaje de tus alas?
    O sea que los tristes animales no sólo presenciaron como perdían todo lo que tenían; además vieron morir al único con la poca dignidad de hacer algo por inútil que pareciera. Pero bueno, igual el estúpido pájaro tenía que darse cuenta pues lo único que demostró era lo poco que valía su miserable vida, tanto que a nadie le importó en realidad.
    Supongo que ya es hora de levantarme, luego de bañarme y desayunar seguro, seguro que me siento como nuevo… y es mentira: el cuerpo me duele, los hombros me pesan demasiado, las rodillas me arden como si no me hubiera movido en días, estoy demasiado cansado y después de una más o menos eficiente estirada salgo de la cama tiritando casi siendo vencido por el frío y me miró al espejo para ver la nueva versión de mi rostro decadente y desesperado para el día de hoy… no me gusta lo que veo, no me gusta lo que soy ni como soy, mi rostro iba bien pero ahora se convirtió en una víctima más de mi estrés, ya no solo es el acné, sino todo lo demás, mis ojeras, mis parpados; mis brazos que delatan a leguas mi debilidad; mi estómago gordo con esas horribles lonjas. De la cintura para abajo no me quejo nada. Sonará gracioso pero es un poco preocupante cuando a una persona le gusta solo la mitad de su cuerpo… qué horror me da ver mi cabello.
    No encuentro una manera de salir a la calle sintiendo que a la gente le va a gustar lo que verá en mí… casi todo esto son payasadas, al principio no me importó tanto hasta que me di cuenta… las cosas sin importancia fueron desde entonces mi martirio diario y ahora las cosas realmente importantes me congelan debajo de mis cobijas, me obligan a quedarme quieto por horas y horas muriéndome de miedo sin saber que hacer, cambio de posición pero no encuentro la manera de relajarme.
Nunca saldrás de esta
    Escucho que mi propia voz me dice a mí mismo… alguna veces era yo mismo hablando en voz alta, por lo que sólo faltó callarme y controlar mis palabras para darme cuenta de que esa voz, mi voz, estaba dentro de mi cabeza, rebotando en mi cerebro, recordándome que no puedo seguir adelante, que los perdedores como yo somos los que nos quedamos en la cama jodiéndonos a la par que todo lo demás se jode alrededor nuestro…
    En fin, que ya todo está en la mochila… sólo me falta mandarle un mensaje <<uff>> sin ella estaría realmente perdido, aunque últimamente no sé si es mi mente jugándome horribles trampas mentales, porque ya me ha pasado, o es que ha dejado de interesarse en mí. No la culparía, puesto que le he dado más que motivos para hacerlo y es lógico que cuando tratas mal a una persona y le haces daño, esa persona deje de quererte. Aunque a veces esa ilusión se desvanece y veo en ella a la mujer fuerte protectora y poderosa que siempre ha sido y que le sobran todavía un poquito de fuerzas para curarme a mí y digo quizás es eso… ella tampoco ser fuerte todos los días. Menos con las cosas que le has hecho.
    No paro de sentirme culpable, cuando la culpabilidad me asalta comienzo a esconderme, cuando el berrinche se me prolonga es cuando cometo una tontería, está otra vez esa voz que te dice que nadie en el mundo es capaz de querer a alguien como tú, que sólo está jugando contigo y otras cosas que me apenan mucho recordar en mis momentos de mayor sobriedad y lucidez. Momentos buenos que todos en la vida pasan, cuando te permites estar de buen humor, cuando le agarras ritmo a la vida y las cosas parecen volverse levemente más fáciles, todos sabemos como son esos días en los que todo va en orden y no hay nada de qué preocuparse… pero no me engaño, es sólo que las cosas aún están lejos de suceder y, como siempre, no tendrás manera de salir de ésta y recurrirás a la ayuda de alguien esperando contar con ella… ¿pero de quién vas a recibir ayuda? No hablo con nadie fuera de mi familia inmediata, me cuesta relacionarme lo mínimamente como para aceptar y de perdida considerar las palabras que alguien de buena fe me dice.
    Un día estás bien y animas a la familia y le demuestras tu alegría al mundo y al rato te quieres morir… eso es importante: saber y ser bien consciente de que así es esto, es como una montaña rusa en la que has llegado a un punto muy alto y debes bajar; la bajada no es nada agradable, de hecho la primera es, muchas veces, la caída más profunda y sientes cómo estás a punto de salir disparado del carro rogando a Dios que el cinturón no se suelte… Bueno, es eso pero adentro de la cabeza y, en lugar de ser el cinturón de seguridad, es el dinero, el trabajo, la ropa los problemas personales… hay que saber caer, saber que no es que las cosas vayan mal, es que tenemos puestos los lentes de sol y, aunque tampoco hay que estar frescos, no es necesario estar tan preocupado… es aquí donde el siguiente sistema falla, donde una manguerita hidráulica estalla producto de la presión: la voluntad.
    No sé exactamente lo que sea la voluntad, pero la entiendo como esa fuerza humana capaz de levantarse paraa luchar ante la adversidad, el deseo no solóo de hacer algo sino de lograrlo no importa cuán grande sea el reto. Y es que esa fuerza de voluntad se me ha enfermado por el miedo y la ansiedad que generan los pequeños micro fracasos sin importancia de todos los días y esto hace que se vuelvan tan grandes y, tomando en cuenta que la vida es toda una serie en conjunto de esos micro fracasos, puedo hacerme la idea de lo mal que la he estado pasando últimamente. Luego llega el cansancio… luego llegan las voces.
    Cuando se enferman el hígado, los pulmones o los riñones, el cuerpo comienza a asesinarse a sí mismo. Cuando se enferma la voluntad pasa igual, pero ahora es la mente la que se destruye a sí misma… es una sensación horrible, el ir perdiendo cada uno de tus pensamientos y el poder sobre ellos.
    Llego por fin al trabajo, que es una porquería, no podría llamarlo de otro modo, estar soportando a cada loco con su tema de los cuales tú eres uno más; el jefe que no para de molestar, otro jefe haciéndose tonto, pero todos son la misma locura, no hay uno que sea mejor que otro. Los clientes... no sabes de dónde sale esa gente que parece no tener cerebro, hay quienes saben pensar y hacer las cosas, otros de plano se comportan como bestias sin educación…
    Me repugnan la vida, la sociedad y el mundo en general... no quiero salir de mi cama, quiero quedarme dormido, no por pereza, sino para ya no pensar en nada, para no tener que enfrentarme al monstruo de mis pesadillas al día siguiente, para no sentir la opresión y el miedo apoderándose de mí al momento de afrontar un problema, para tener algo de dignidad que me permita alzar la frente y levantar la voz, pero no hay nada de eso… sólo un simple saco escuálido de huesos, una débil membrana que protege un interior todavía más frágil el cual ya está enfermo.
    Me siento triste… pero es una de las muchas cosas más que siento y de las cuales sólo consigo identificar unas pocas porque siempre  siguen el mismo orden: triste, molesto, no triste, neutro… yo preferiría mantenerme entre las últimas dos… pero de un tiempo acá mis emociones pertenecen al campo de la primera mitad. No importa cuánto sea capaz de esforzarme, no consigo mejorar, no consigo ser reconocido por algo que sea positivo para mi currículum, no soporto a la gente, no quiero estar aquí… quiero irme, quiero largarme de aquí, quiero que llegue la hora de la comida, que llegue un cliente que no se comporte como si fuera un perfecto imbécil, quiero irme a casa sintiendo que hice bien las cosas… no como un patético perdedor que parece no querer darse cuenta de lo mucho que ha jodido su vida… Permítanme descansar, permítanme descansar, por favor…
    Llego por fin a casa… hacerlo nunca ha sido nada fácil, el trayecto es tenso debido al tema de la inseguridad, algo más a lo que mostrar el debido valor, igual hay que salir y, si te meten un balazo, sólo queda esperar que se trate de una persona que quería matar y una persona que quería morir, cuando no es así hay mucha pena. En fin que el regreso a casa por la noche es triste, a veces hay alguien con quien platicar, y nuevamente no sabes si es tu mente, pero parece ser que no le caes tan bien… Apenas escribiendo esto me doy cuenta de que la mente enferma, la mente con un mal, juega sin piedad conmigo. Total, de regreso prefiero transbordar, pagar un poco más por el transporte que me deje lo más cerca de casa posible… llegar a casa es bonito de unos días para acá, sé que la mayoría de las veces alguien me recibirá y podremos hablar un poquito sobre cómo nos va.
    Pero con ella no he hablado, eso es finalmente lo que me termina de romper, podemos decir que el sentir que una persona te hace falta para sentirte fuerte es lindo… en la realidad no lo es tanto, cuando éramos un par de jóvenes enamorados esperando vivir un día más para querernos sí que era lindo… pero cuando la realidad llegó dejó de serlo tanto. Cuando me levanto sin verla tengo miedo, sueño terribles pesadillas y despierto con unas ganas inmensas de que esté a mi lado, de que me consuelen, de besarla y acariciarla, el no verla eso sí no… todo lo que sea menos eso… dice mi cabeza, o tal vez mi corazón, y lloro, y mi día fue una enorme pila de mierda.
    Ya sé que siempre ha de haber esperanza, y de hecho la hay, la vida presenta su forma más bella de manera bien desplegada para que mis ojos la presencien… es la maravilla de esa vida la que me hace bien, la que me da valor… gracias a Dios… un poquito de valor… en medio de todo.
    Mi día termina: sigo despierto, quizá vea otro vídeo más, quizá espere un ratito más en lo que me contesta, o a ver si me contesta, no, ya no va a contestar mejor me pongo a hacer otra cosa… ya no quiere estar conmigo, ya no le importo, como no le importo a nadie, debería demostrar entonces lo mucho que los demás no me importan…
    Son las cuatro de la mañana, ya me dormiré… mañana me levanto a las nueve treinta, sí alcanzo a descansar un poco si me duermo ahora. Mañana será otro día.


lunes, 6 de julio de 2020

Mescalito (Relato)


Se sabe que algunos pueblos nativos de la región ocupan el equivalente a un diminutivo en nuestra lengua para referirse a las cosas de mucho respeto… tradición muy extraña, que se ha ido preservando para señalar entidades y poderes muy antiguos.



Después de haber aspirado la pantanosa niebla del bosque en el que me encontraba, llegó un claro apenas iluminado por una luna bastante lejana. Entre la torpe luz que me era dada naturalmente pude vislumbrar un ser antiguo, no sabré decir cuánto, pues carezco del conocimiento para dar el dato exacto de la antigüedad del universo entero… o posterior incluso al mismo universo… una sabiduría que ya existía, viviendo y creando.
    Los mismos abuelos, los puntos cardinales, los comieron para soñar y crear al hombre, y aún entre ellos, eran pocos los que llegaban a presenciar al ser con forma de cactácea, el conocimiento ancestral capaz de guiar la sabiduría del universo. Nadie sabe de dónde viene tanto conocimiento, sólo que es capaz de dar poder a aquel que lo domina.
    Presenciarlo es tan terrible como hermoso, tanto que no sabía si contemplarle o aborrecerme… Ese ser que no permite que su poder sea usado por aquellos que le desagradan, existiendo casos de personas que habían muerto tratando de conocer y descifrar sus secretos. Cuando preguntó: su voz sonó terrible como una especie un zumbido ultrasónico, un tipo de onda más allá del poder de comprensión humana, que no supe diferenciar entre música o ruido; tan estridente, que tuve que gritar en voz alta mis propios pensamientos. Yo mismo me sentí tan abatido y confundido por la situación, que no supe en realidad qué le respondí a lo que me preguntó, pues mis palabras brotaron de mi boca como negras nubes cargadas con rojos destellos… Como si la física no permitiese la conexión material para hablar con un ser tan lejano capaz de romper todas sus leyes… Un ser capaz de romper esas leyes a voluntad y sin problema, quizá fue esa la sensación que me obligó a adornar con contorsiones mi intento de discurso a lo que me preguntó.
    Luego se fue, tan rápido cómo había llegado… algo me había querido decir, pero estuve demasiado asustado como para entenderle. Aun así fue bondadoso y jugó conmigo, en vez de destruirme por entero, con sólo uno de sus pensamientos.
    A veces también tiene forma de perro, aunque los más viejos se burlan y se ríen aclarando que en verdad se trata de la forma de un coyote. En fin, los más sabios a veces dicen que cada quien lo ve como su razonamiento quiere. Y eso en parte es verdad, pero sólo niveles más altos del conocimiento lo llevan a uno a poder ver alguna de sus verdaderas formas, revelando rara vez más de una.
    Capaz de atravesar el éter y llegar a estar al lado de quien lo invoca, pues se transporta desde las afueras del universo hacía esta dimensión tan limitada por sus leyes a través de la savia ancestral, el fruto del desierto y de los valles. Aquel que conoce a los enemigos y, conoce el procedimiento para vencerlos. La eterna sabiduría más allá de la naturaleza. Aquél que conoce el secreto de la herbolaria medicinal y sagrada, la historia del mundo y de los hombres y es de los pocos guardianes del secreto de su destino; la paz interna, la comodidad interior, la visión para el viajero... El viejo sabio que anda por el camino. Es la poesía existente antes de existentes las artes mismas… la danza y la armonía cósmicas, el sonido del universo, la vibración.
    Pero también el tormento, el castigo merecido por la osadía y el atrevimiento, el severo castigo de un honor ofendido, la justa venganza, el castigo divino, el terror vívido. Entonces, cuando volvió casi tan rápido como se fue, tuve la sensación de que ya estaba de vuelta hace tiempo y apenas me volvía a percatar de haber estado largo rato en su bello trance.
    Trance que no hubiese interrumpido de no ser la sensación, la noticia que nuestro cuerpo da cuando entiende que algo no está bien en él. Luego viene el miedo, el enemigo, no es el más poderoso de los cuatro enemigos que existen, pero últimamente hay muy pocos hombres que logran superarlo. Sin embargo, este miedo era tan real y auténtico, que me hizo sentir el más antiguo de mis terrores infantiles. La mente es mucho escándalo para sintonizar con la máxima presencia, por lo que puede resultar lesionada gravemente, llegar a sentir la propia muerte, la inexistencia… tus átomos dispersos en los espacios existentes entre dimensiones, la muerte de la mente, el cuerpo, y el espíritu, morir de verdad, ser un cuerpo condenado a pudrirse.
    No regresé a terminar mi preparación, permití con el máximo respeto posible que aquellos secretos quedarán ocultos y guardados únicamente para el uso de los sabios, aquellos que vivían largas horas en el árido desierto, aquellos que viajan a través de los planetas sin sufrir alteración fisica o química, los adoradores del poder prohibido, los casi inmortales, conocedores de los rumbos...
    Naturalmente mi guía se molestó mucho, más nunca supe ver si fue por hacerle perder su tiempo o por la decepción que sintió de mí, quizá fue también que estaba desesperado o un poco apresurado de encontrar un digno sucesor... él mismo me lo había contado, que cada día se sentía más viejo y cansado, pero mescalito le había prometido un sucesor y acémila de sus conocimientos, y mescalito no mentía, pero vaya que gusta de poner prueba tras prueba. Espero que Don Juan logré pasarlas todas.... pues si tan extraña e incomprensible era una entidad bondadosa ¿cómo de terribles serían aquellas destinadas únicamente a la destrucción?



Herejía y Fe*

Quisieron hacerme creer que no te merecía; todo el mundo estaba de acuerdo, menos yo.   Quisieron hacerme sentir que no merecía tu cariño y ...