lunes, 22 de febrero de 2021

Fue un Día Maravilloso, Casi

Ella y yo salimos, una amiga nos había invitado, iba a salir con su novio, él nos llevaría.
    Hubiera sido un día maravilloso, de no ser porque éramos los únicos tres menores de edad, de todo el grupo el único lo suficientemente viejo para estar ahí nos doblaba la edad a todos.
    Ella y yo bajamos de un brinco de la camioneta en cuanto pudimos, su amiga estaba demasiado ebria para hacer algo pero él prometió llevarla a casa, insistió en dejarnos primero a nosotros.

Siempre nos sentiremos mal, sólo queríamos estar juntos... Ella le marca a su amiga, me dice que le contó que no pasó nada, que llegó con bien... Su amiga y nosotros sabemos que miente.
 

sábado, 20 de febrero de 2021

Guerra de Dragones

A mis cincuenta años poco había hecho con mi vida y mis modos para con los que me rodeaban se habían vuelto ariscos llegando a tratarlos con amargura, no era para menos pues el pobre diablo de mi hijo contrajo matrimonio divorciándose al año y medio de haber traído al mundo a mi nieto. Apenas conocía a esa cuasifamilia en realidad. Venían a visitarme tres veces a la semana trayendo al pequeño, después de su separación seguían visitándome una vez aquél solo, dos la esposa trayendo al pequeño. El niño era inteligente y hermoso, poseía el tono de piel apiñado de su madre y las cejas de su padre; me caía bien el muchacho porque hablaba y se comportaba como una persona inteligente todo el tiempo, no es un halago mayor, todos los niños lo hacen, pero el simple hecho de que fuese mi nietecito me hacía amarlo inmensamente, motivo por el cual Matías - mote con que lo llamaba cariñosamente - era la única persona que escapaba, aunque fuera poca la diferencia, de mis modos hoscos y mi trato amargo.
    Poco me extrañó que no llegase mi hijo un día y, en su lugar, las personas que viniesen a verme fuesen la esposa y mi nietecito. Era rara la vez que mi hijo se ausentaba, aquella era la primera y sabía que era la primera de muchas. Pero la esposa poco o nada tenía que hacer viniendo en lugar de mi hijo, supuse que el descarado le pidió que en lugar de él viniera ella y trajera a Matías, teniendo ahora que tragarse la pobre mi amargor en su lugar, ella por su parte, sin duda prefería tener que aguantarme a mí, que mínimo me hacía un poco de cargo del niño mientras duraba la visita. Me decepcionaba mi hijo, que parecía no darse o no querer darse cuenta que de las tres personas que podían considerarle familia, sólo el niño manifestaba contento al estar con él, cosa que ocurría con muy poca frecuencia.
    Matías distraía casi todo mi tiempo, tenía un método para crear frases que utilizaba después para romper el hielo: hacía una serie de preguntas sobre los objetos que le llamaban la atención y luego repetía tu respuesta pasado un tiempo, creando tema de conversación. A mí me encantaba platicar con él, pero una de las cosas de las cuales nunca hablaba, ni siquiera con Matías, era de una fotografía que mantenía empolvándose en el mueble del televisor.
    Aquella fotografía permanecía de espaldas, ocultando a todos la imagen que en ella se había plasmado. Mi nieto preguntaba primero qué eral aquel recuadro y posteriormente preguntaba por qué se encontraba así aquella foto y me basaba en su todavía no tan bien desarrollado léxico para hacerme el desentendido y evitar así tocar el inquietante tema. 
    Fue esa tarde, que Matías aprovechó un momento de mi distracción para subir al sofá y desde ahí alcanzar el objeto que le causaba tanto interés, cuando su voz mencionó la palabra "foto" que me volví sabiendo revelado aquello que tanto me había esforzado por mantener oculto. Mi primera reacción fue gritar y arrebatarle el retrato al inocente niño que se fijaba en cuantos detalles podía descubrir sentado cómodamente en la misma plaza del sofá donde se había parado para alcanzar la fotografía, pero mi infinita paciencia y cariño para con él me hicieron responder, casi sin querer:
- Sí, una foto.
    Comencé a platicarle acerca de aquél retrato antiguo que con ahínco me esforzaba por mantener lejos del grueso álbum familiar de mi armario - podría decir que era la misma foto la que huía - una fotografía que mi abuelo, papá de mi mamá, me tomó una tarde en que permanecía sentado en la playa mirando fijamente hacia el mar, más allá del mar, miraba hacia el horizonte... hacia el día en que los dragones llegaron y comenzaron un cruento ataque... una devastadora guerra.
 
Poseía solamente ocho años, vivíamos a unos 30 minutos a pie de la playa, se podía ver el mar desde la azotea de la casa de mi abuelo, lugar en el que vivíamos desde antes que pudiera recordar. Desde los cinco años le pedía a mi abuelo que me llevase a conocer el mar, y su promesa se mantenía latente e incumplida. Me había prometido que cuando tuviera edad suficiente iríamos al mar, sólo tenía que aguantar caminando.
    Mi mamá se hacía cargo de todas las cosas del hogar, pues mi abuelita sufría de sus rodillas y, aunque era unos diez años más joven que el abuelo, no podía dar un sólo paso y se dedicaba a observar la vida pasar sentada apaciblemente en su silla de ruedas, nunca la vi alterada ni estresada por nada, a diferencia de los demás adultos que vivían conmigo y que gritaban de vez en cuando.
    Mi abuelo se hacía cargo de ir y venir por las calles, comprando la despensa, solía llevarme con él desde los cinco años y casi siempre terminaba comprándome alguna golosina en la plaza o sacando alguna fruta de las que habíamos comprado para ver a los demás niños jugar, éramos cómplices de aquellas salidas, como dos viejos camaradas. El señor era alto y esbelto, fuerte, muy fuerte, pues mientras yo sólo llevaba con algo de esfuerzo la bolsa de manzanas, él llevaba dos bolsas que para mí eran gigantes y en las que cabían a su vez muchas más bolsas como la que yo cargaba; no sudaba ni jadeaba durante los largos paseos a la plaza, a la que siempre me llevaba medio tramo a pie y medio tramo en sus hombros. Había sido pandillero, un chico rudo de su época pero lo dejó todo al conocer a mi abuelita, ahora era un fanático de las cámaras y llevaba a todos lados su polaroid instantánea al cuello. Como otros hombres de esa edad, no era muy adepto a mostrar sus sentimientos en público, pero mi abuelita me platicaba de las noches de besos y palabras de amor que mi abuelo aún le dedicaba, además, se pasaba el resto del día en estar al pendiente de ella.
    Mi mamá en cambio tenía un aire triste, no tan estoico como el de mi abuelo, quizá le daba miedo el hecho de que mi padre se ausentara tanto tiempo de casa para cumplir con sus obligaciones, la comprendía pues a mí también me ponía serio. A diferencia del abuelo, que me colmaba de regalos, mi mamá solía ser un poco más austera, pero nunca le faltaron caricias y besos para mis mejillas ni hermosas sonrisas para mis inocentes ojos, que brillaban cada vez que ella me recordaba la promesa del abuelo de llevarme a la playa a nadar al mar cuando fuese más grande, promesa que me repetía cuando deseaba que me portase bien.
     
Una mañana, mientras todavía dormía apaciblemente junto con el sol, me despertó un extraño sonido, uno que jamás había escuchado, muy parecido a la sirena de una ambulancia, pero más alargado y feroz, en sueños me pareció que se escuchaba igual a un alarido de terror.
    Mi madre entró a mi habitación lanzando la puerta con desesperación, mal vestida y despeinada, con el cintillo que ajustaba sus zapatos dando brincos sueltos por los aires y provocando un golpeteo ansioso con cada paso. Rápidamente sacó del armario una maleta, la misma que mi abuelo me compró para llevar ahí mis cosas cuando fuéramos a la playa y comenzó a meter, de todas mis prendas, las que sabía que prefería como mis favoritas.
    Rápidamente me levanté y corrí por todos lados tomando las cosas que me llevaría a la playa, juguetes, artefactos entre otras cositas y esperé con ellas en mis brazos a que mamá terminara; cerró la maleta con violencia y yo la miré sin comprenderla, su primer impulso pareció regañarme, pero suspiró y después de acariciar con mucho afecto mi mejilla volvió a abrir mi maleta y me indicó con apuro pero paciencia que colocara mis cosas dentro.
    Me condujo hasta el patio de la casa donde mi abuelo ya esperaba con su respectiva maleta y con su Polaroid colgada al cuello, sentí tranquilidad al verle pero no pude sonreír, pues mi confusión se acrecentó todavía más cuando vi que los colores rojizos, rosas y naranjas del amanecer provenían de otro lado. Todo el mundo hablaba a gritos para hacerse escuchar por sobre el aullido de las sirenas que no paraban y entonces sucedió: zumbando estrepitosamente como un inmenso enjambre, pasó volando por encima de nosotros un algo que nunca había visto y a su paso, la gente corrió y gritó despavorida como si se hubieran vuelto locos.
- Son los dragones, hijo - me dijo mi abuelo entregándome una foto que les había hecho, eran un grupo de cinco dragones, pero no eran como los de los cuentos que mamá me contaba para dormir, sus alas permanecían estáticas en posición horizontal, tenían un único ojo de libélula alargado y se elevaban por los aires gracias a unas alas parecidas a las de un mosquito que poseían en la punta de la nariz y que al moverlas provocaban el poderoso zumbido que habíamos escuchado. Mi confusión se transformó en terror y pánico, pues en mis libros de cuentos los dragones acudían a los pueblos en busca de damiselas y tesoros, destruyendo casas y asesinando personas si no lograban hacerse de su botín.
    Jalé a mi abuelo de la pernera del pantalón diciéndole que ya nos fuéramos de ahí, porque sería peligroso caminar hasta el mar cuando los dragones llegaran, pero no pudo escucharme, trataba de deliberar algo con mi mamá que no podía alcanzar a escuchar por todo el estrépito a mi alrededor, intenté no hacerlo pero termine sintiendo cómo se estrujó mi corazón cuando recordé que mi abuelita no podría ir con nosotros y quedaría a merced de aquellos dragones. Finalmente el abuelo meció mis cabellos, se colgó su mochila en los hombros y después de subirme a mí en ellos, tomó mi maleta y ayudado por sus rueditas emprendió rápidamente el camino que llevaba hacia el mar, mi madre corrió hacia el cuarto de la abuela y más no pude ver.
    Abriéndose paso entre la multitud, daba de tumbos en los hombros de mi abuelo mientras le gritaba que yo deseaba caminar hacia el mar, como habíamos prometido, pero o no podía escucharme por el ruido alrededor o simplemente no me hizo caso, cosa que hacía cuando estaba muy concentrado en algo. Apenas alcanzó a oírme cuando le dije que mi cachucha se había volado, se detuvo de golpe, caminó hasta quedar bien pegado a la pared de una casa y luego de dejarme en el suelo, se adentró decididamente entre la multitud que corría como una estampida, volvió con mi gorra intacta, todavía le sopló y la sacudió contra su pierna antes de ponérmela, me tomó de la mano y me sonrió, y caminamos a toda velocidad calle abajo rumbo al mar.
    Poco después los dragones nos alcanzaron, no escupían fuego de la nariz ni de la boca, como en los cuentos, sino de sus costados y no lo hacían en forma de llamaradas enormes, sino a modo de ráfagas que al impactar con algo o alguien lo destruían casi al instante, pero lo que más me aterró fue ver que arrojaban sus excrementos en grandes cantidades sobre las calles, casas, campos y terrenos y estallaban con violencia envueltos en fuego, ensordeciendo mis oídos, quemando y destruyendo. Mi abuelo, corrigió el rumbo tanto como pudo, pero no pudo evitar que mirara en la dirección de la cual veníamos y sólo vi escombros que ardían y gente que fenecía tragada por las llamas o debajo de las que consideraban sus seguras casas... en esa dirección se habían quedado mi abuelita y mi mamá. Quise llorar, soltarme de la mano de mi abuelo para ir corriendo a buscar mi casa, mi abuelita y mi mamá, pero mi abuelo me inspiraba mucha confianza y seguridad, además, no podía dejarlo solo en medio del desastre y la confusión, así que permanecí a su lado monstrándome lo más valiente y decidido que me era posible. 
    Ya comenzaba a divisar el mar acercándose y, junto con él, viniendo de frente hacia nosotros, vi llegar algo parecido a una parvada de golondrinas, mis temores se fueron volviendo más grandes y se confirmaron cuando los zumbidos de los dragones fue acrecentándose más y más. De no haber sido por la mano fuerte de mi abuelo, me hubiera echado a correr estúpidamente hacia el lado que veníamos huyendo. Este nuevo grupo de dragones pasó por encima de nosotros sin arrojar fuego ni soltando sus heces. Al estar a cierta distancia del grupo de monstruos que había llegado primero, comenzaron a arrojarse ráfagas de fuego entre sí, rápidamente, el grupo que había destruido todo se vio superado y comenzaron a retirarse y a cobrar mayor altura.
     
La primera vez que fui a la playa, iba de la mano de mi abuelo, al que quería mucho, él llevaba su Polaroid al cuello. Mi mamá me había preparado una maleta que mi abuelo había comprado para ese día - pues me lo tenían prometido desde los cinco años -, en la maleta mamá echó mis prendas favoritas, y yo junté mis juguetes de playa, mis shorts y mis chanclas, también mi cepillo de dientes. Iba caminando, porque me tenían prometido que sólo me llevarían si era capaz de caminar hasta allá sin que me cargaran...
    ...Pensaba y repetía cientos de veces en mi cabeza hasta que la brisa fresca proveniente del mar comenzó a pegarnos en la cara, por fin de mis parpados y de mi cara se caía el ollín y la mugre, mi gorra estaba demasiado sucia y pesaba, por lo que mi abuelo la tiró una vez que llegamos por fin a la playa. Mi maleta había quedado tan sucia como mi gorra y me puse triste porque mi abuelo la tiraría también, así que ni le dije a mi abuelo que quería empujarla, de todos modos apenas había aguantado el viaje, me dolían mucho los pies, así que me senté ahí mismo, casi en medio de la multitud para que en cuanto mi mamá apareciera, pudiera verme. 
    Mirando estaba aquel mar de gente por lo que no me di cuenta cuando el abuelo derramó agua de su cantimplora sobre mi frentecita, volteé contemplándole y sintiéndome seguro de nuevo, estiré mis manos para que me diera su cantimplora y bebí como nunca recordaba haber bebido antes: era verdad lo que decía mamá: en la playa da mucha sed.
    Un ruido parecido al de un camión nos hizo voltear a todos, un dragón había aterrizado en la playa y muchos otros comenzaron a hacerlo después, personas que también habían llegado a la playa corrieron hacia ellos y no de ellos, por lo que mi confusión volvió.
    Mi abuelo fue a platicar con los hombres de ropas militares que bajaron de los dragones, le entregaron unas cajitas atadas con rafia y parecieron explicarle muchas cosas, volteaba por encima de mi hombro para ver a mi abuelo y asegurarme de que no se fuera sin mí y miraba hacia enfrente hacia el mar de gente por mamá, pero poco a poco la gente dejó de pasar y la esperanza empezaba a convertirse en ansiedad. Finalmente, como a eso de las tres de la tarde, mi abuelo me tomó en sus brazos, pero no me subió a sus hombros y dejándome en el suelo de nuevo me entregó a la mano de uno de los hombres que bajaron de los dragones, porque conocía a mi padre y llegaría pronto, pero mi abuelo no podía esperar a que llegase, tenía que ir por mamá antes de que oscureciese . Mi abuelo se fue y me dejó sintiéndome orgulloso de aguantar caminando con el "bien hecho campeón" que me decía siempre que hacía las cosas bien.
    Con mucho miedo vi a mi abuelo meterse entre los escombros y desaparecer en aquella neblina negra. Ahora miraba solamente hacia enfrente, porque el abuelo llegaría con mamá y la ansiedad se apoderaba de mí. Dejé de prestar atención cuando vi que mi padre venía caminando hacia mí, había bajado de uno de los dragones ¿Por qué mi abuelo nunca me contó nada de todo eso? No podía creerlo. El hombre era casi tan fornido como mi abuelo, hablaba mucho con los adultos pero muy poco conmigo, quise abrazarlo pero una especie de vergüenza me impidió hacerlo, le mantuve la mirada como pude y sonreí, él me respondió con una sonrisa.
    Aquel hombre de uniforme militar me tomó entre sus brazos y dijo cosas sobre mí que no puedo recordar porque el sonido de su voz no era familiar para mí, pero lo quería y estoy seguro de que él también a mí, me besó y acarició mis mejillas, su mano estaba fría y su piel era dura y aspera. Pero en sus ojos había cariño y su sonrisa era especial.
    Papá me llevó a conocer su dragón, lo primero que quise hacer fue tocarlo, era frío lo solté de sobresaltado... supe por qué las flechas y las espadas de los caballeros no podían atravesar su piel: estaban hechos de acero. Debía estar dormido o algo parecido, porque nunca notó que estuvimos ahí. Comimos cerca de la hélice aprovechando que aún despedía mucho calor y papá me invitó un sándwich, como los que mamá preparó una vez cuando fuimos a una excursión de la escuela.
    Comenzaba a escasear la luz, sólo había en algunos pequeños puntos conformados por palos y mantas que los militares habían puesto... por medio de señas mi papá me llevó a una muy cerca de donde tendría que salir mi abuelo, quien todavía tardó en llegar trayendo en brazos a una mujer, como dibujan a los príncipes con la bella princesa rescatada en sus brazos, mi abuelo iba sudando profusamente y me pareció oír que jadeaba.
    Mamá estaba llena de ollín y un polvo muy grueso que se había encostrado en algún punto de su frente gracias a la sangre. Se veía muy cansada, no se movía, pero respiraba.     
    Corrieron a ayudar a mi mamá, un oficial le exprimía una esponja de agua tibia en la frente para tirarle el lodo, otro le metía una aguja en el brazo conectada a una bolsa de liquido. Mamá movía mucho los labios, pero no alcanzaba a oír bien... en vez de hablarle le di un beso, en su mejilla, como los que ella me daba. Un principe despierta con un beso a la princesa que fue raptada por el dragón.
    Estar cerca de su rostro me hizo oír lo que mi mamá quería decir, eran palabras de cariño, que se pondría mejor y que me portara bien. Me quedé con ella acariciando su regazo, mientras mi padre y mi abuelo se fueron a la oscuridad de la playa, el brillo de la luna fue suficiente para ver que discutían bastante acaloradamente. Fui por un sándwich para mí y otro para mi mamá.
 
Me despertó una especie de sueño que me sacudió dejándome un poco confundido, estaba cobijado por una gruesa y pesada cobija que era muy caliente y cómoda, papá piloteaba el dragón, estabamos mar adentro. 
    Otros dragones se acercaron al nuestro, pero tomó altura muy bruscamente y descendió igual de brusco, llegamos a otra isla, mucho más grande que la nuestra, y el dragón aterrizó. Papá me dejó en una carpa donde sólo había enfermeras, me sonrió luego de darme un beso en la mejilla y me abrazó muy fuerte, me daba pena abrazarlo pero mi corazón quiso que mis brazos se abrieran y compartiéramos un poco de calor y se subió a su dragón para despegar y desaparecer en el horizonte junto a muchos otros que a cierta distancia, ya no pude distinguirlo.
    Vi que más dragones se acercaban por un costado de la isla, pero el otro grupo, donde estaba mi papá, se les acercó de frente y comenzaron a intercambiar fuego, hubo incluso quienes estrellaron sus dragones entre sí, y estallaron en llamas. El equipo de mi papá ganó, pero del enorme grupo quedaron muy pocos.
    Me dieron de comer y me hacían preguntas cuando empezaron a llegar otros dragones, traían a las personas que sobrevivieron, no tardarían en traer a mi abuelo y a mi mamá. Las enfermeras me dejaron ir a la playa a esperar a mi familia. Me fui a sentar a la arena que era mucho más suave y fina en esta playa.
    Un dragón llegó y pude ver varios destellos de luz, eran mi abuelo y mi mamá, pasaba ya de medio día, me había acabado mis jugos y mis sándwiches, tenía mucha hambre y apretaba la arena con mis puños que por fin se relajaron cuando vi los flashes de la polaroid de mi abuelo.
    Mamá no pudo bajar sola del dragón, pero sí caminar ayudada de unas muletas, mi abuelo traía mi maleta. No pude sonreír porque mi mamá se veía malherida aún y mi sucia maleta iría a la basura como mi gorra. Para mi sorpresa, mami pudo sentarse en la arena tendiendo la cobija de papá, y sacó de mi maleta mis juguetes y mi ropa, corrí rápido porque pensé que jugaríamos... pero mami sacó todo lo que metí para poder alcanzar lo que ella había guardado primero, pero me gustó tener ropa limpia y pude conservar los juguetes, así que estuvimos mi mamá, mi abuelo y yo sentados en la playa. 
    Ya entrada la tarde, la gente comenzó a retirarse de la playa, los dragones comenzaron a regresar y busqué de entre todos a mi padre. No llegó, poco a poco comenzaron los últimos y una lancha con los sobrevivientes del ataque, por más que espere sentado en la playa no volvió mi papá, ni su dragón.

Matías ya jugaba con otra cosa y dejé la foto como él la había encontrado.
 

 

Herejía y Fe*

Quisieron hacerme creer que no te merecía; todo el mundo estaba de acuerdo, menos yo.   Quisieron hacerme sentir que no merecía tu cariño y ...