viernes, 5 de octubre de 2012

Mi Rosa Negra


Dicen que el Amor nos aprisiona, también dicen que la verdad nos hará libres ¿eso quiere decir que no se puede llevar a cabo el amor con la verdad…? Ha sido una pregunta que me ha torturado desde el primer día que comencé a amarte mi Querida Rosa Negra.

   Tengo demasiadas cosas en mente, orgullosamente me atrevo a decir que todas dirigidas hacia ti, sin embargo, quiero que las entiendas, desde mi primera letra capital hasta mi secante punto final. Porque quiero que comprendas lo que yo mismo te he dicho de manera que no lo puedas comprender.
   Mi Rosa Negra… cuando el jardín de mi alma se había convertido en un enorme y horripilante llano de tierra estéril, vagaba por él un muchacho, así es: caminaba entre esa tierra martirizada segundo a segundo de su cruda existencia por el intenso sol que más que arreciaba cada día con más dureza, castigando aquel jardín que en realidad nunca fue verde. El muchacho caminaba todos los días por aquel campo, el corto pasto reseco se quebraba al ser pisado por el muchacho y ese tenue y rítmico sonido de hierba rompiéndose era el único sonido que rompía el sepulcral silencio del campo de la muerte.
   Dicho campo muerto y seco era el lugar donde un joven iba para escribir poemas de amor con tinta color rojo sangre. Dicha tinta era su propia sangre, porque el joven quería escribir acerca de sus verdaderos sentimientos. Pero el apasionado escritor se daba cuenta de una trágica cosa: aún cuando en su sangre llevara los sentimientos más certeros que podría sentir y al momento de plasmarlos en papel, podía ser el autor más objetivo de la tierra; su sangre, roja al principio, se secaba y se volvía color negro, desintegrándose con el paso del tiempo, desprendiéndose de la hoja en forma de polvo que se confundía con la demás tierra seca del árido lugar o que era llevada por el viento a quién sabe qué lugar.
   Los días, las semanas y todas las demás maneras en las que el hombre a sí mismo se ha encadenado al tiempo, pasaron en ese jardín, que no enverdeció, ni murió más, solamente se quedó así, como estaba, lleno de desolación y vacío. Abandonado y desértico.
   El joven poeta seguía paseando por aquel horrendo paisaje de verdadera desolación, y pronto sus poemas dejaron de ser tan románticos como él alguna vez lo fue… comprendía entonces que sus sentimiento deberían de ser como su sangre: verdaderos y reales, sin embargo, al quedar plasmados en un alma los mismos comienzan a morir y pronto un leve soplido los desprendía del corazón para arrojarlos a tierra infértil o llevarlos a un destino impreciso… el poeta sabía que así eran los sentimientos: perecederos, mortales y algún día terminarían. Sabía que adentro de su alma tenía una enorme necesidad de encontrarse consigo mismo, de encontrar su alma y pronto vio que se parecía a aquel jardín: desértico, abandonado, en el que nada crece, en el que el ardiente sol quema y mata todo.
   Pronto el poeta se dio cuenta de que ya no podía escribir más poemas de amor, sino que simplemente dejaba la hoja en blanco y se retiraba para regresar al día siguiente al mismo lugar. Regresaba todos los días a su soledad, su soledad desértica que impedía que en él crecieran hierbas y flores que dieran frutos. Regresaba a quemar las plantas con el fulminante sol, regresaba para masoquisarse a sí mismo adentrándose en la soledad que tanto le destruía y de la cual también disfrutaba como de ninguna otra cosa en la vida. El joven poeta era como ese jardín, grande y extenso pero el sol de la monotonía había resecado por completo y ahora impedía que floreciera cualquier cosa, ese jardín anhelaba el agua y el poeta anhelaba el amor, por eso mismo escribía poemas para poder satisfacer, momentánea pero intensamente,  aquella enorme necesidad de amar a un ser que dependa directamente de él. Pero era imposible seguir soportando la terrible soledad que poco a poco mataba todo lo que dentro del poeta tenía vida. El joven comenzó a vestirse de ropas negras, sin importarle el calcinar del sol, iba vestido al jardín muerto para demostrar que él igual estaba muerto, dejó de llevar papel y pluma, solamente iba él y su desolada y solitaria alma al jardín de espinos, donde ni una gota de agua había caído en mucho tiempo.
   Sintiéndose por fin, completamente absorbido por la soledad, el poeta lloró un llanto tan amargo como la hiel que se había derramado por su corazón. Una de esas amargas saladas y dolorosas gotas brotó de su ojo, rodó por su mejilla y se posó un momento en la barbilla del muchacho antes de caer de manera vertiginosa al suelo, donde no duró más de unos cuantos segundos y desapareció. Luego, el muchacho abrió su libreta y vio sus letras de costra en el papel, sacudió un poco las hojas en el lugar donde había caída su lágrima y la sangre seca se convirtió en polvo que se quedó en un pequeño montoncito encima de la pequeña gota de llanto. El joven terminó su amargo llorar y se retiró.
  
   Una hermosa y pequeña gota de soledad, una lágrima: una pequeña gota que lleva en su interior la total razón de lo que la provoca, si es por odio, esa lágrima estará llena de rencor; si es por alegría, esa lágrima estará llena de entusiasmo; si es por soledad, esa lágrima estará infestada del deseo de tener a alguien que calme la soledad.
   La tierra, que siempre había sentido una enorme compasión de ver todas las tardes al joven poeta pasear solo encima de la arena, se dejó llevar por su compasión, sintió lástima por aquel joven que a pesar de ser tierra estéril, siempre acudía a una cita puntual con ella.
   A pesar de llorar por tener el corazón lleno de soledad, la tierra pudo humedecerse de la voluntad de calmar las ansias y la sed del joven por querer a alguien que llenara ese hueco en su corazón. El polvo de la sangre en el papel, fue el abono lleno de amor que hizo que, aún en aquella tierra árida, se suscitara algo que todos los demás llamarían: un milagro.

   A la tarde siguiente, como era costumbre, el poeta se dirigió al jardín para seguir torturándose, pero en ese momento, en el lugar que había destinado a la inspiración, al pensamiento y a la reflexión, había una paradisíaca aparición, un pequeño oasis de hiedra, que, trepando por las ramas de un árbol seco, hacían una especie de nicho e incluso le daban la forma de un templo dedicado a la belleza de la vida en medio del salvaje desierto, el joven se acercó para observar lo que habría dentro de aquella casa de hiedra y se sorprendió al ver lo que se encontraba dentro: una única, hermosa, enorme y radiante rosa roja se encontraba en ese nicho como si una virgen dentro de su capilla se encontrara. La rosa gozaba de frescura en ese nicho de hiedra, sus espinas eras puntiagudas pero hacían resaltar aún más la belleza de la flor
– Hola- dijo la rosa con la voz angelical y femenina más hermosa con la que sólo se pudo haber soñado – ¿qué andas haciendo por aquí poeta?
– Busco la inspiración para escribir sobre amor
– Pero sólo has encontrado soledad
– Así es…
– No te preocupes, poeta, he visto como te hace sufrir la soledad y estoy aquí para que no vuelvas a encontrarte solo en este desolado jardín.
   Desde ese día, el joven iba todas las tardes al jardín para platicar con la hermosa rosa roja, sentado a la sombra de la hiedra, el poeta le contaba a la rosa como es que la soledad había consumido su alma y endurecido su corazón. Lo único que se podía sentir por un alma así era verdadera lástima y compasión y la rosa no fue la excepción, conmovida por la soledad y desesperación del joven le escuchaba atentamente a cada momento que él llegaba para desahogarse, la rosa sentía que el poeta debía sufrir mucho y se vio impotente ante todo su dolor, por lo que escuchaba atenta a lo que le decía. Un día por fin el poeta pudo sonreír, motivo por el cual la rosa se alegró, pero en ese momento su tallo se dobló y al joven le pareció que podría romperse, ya que en ese momento se vio tan frágil
– Pero, Rosa ¿qué te sucede?- preguntó angustiado el muchacho
– No te preocupes- contestó la rosa con su angelical voz – es solo que en medio de este campo tan árido, me ha dado un poco de sed, pero no te preocupes.
   En ese momento, el joven entendió que solamente había escuchado la voz de la rosa dos veces, una había sido cuando la conoció y la otra era apenes hasta ese día. No podía ser posible que el poeta fuera tan desconsiderado, la rosa le dedicaba tanto tiempo y él no había sido capaz de llevarle un poco de agua para que saciara su sed provocada por estar en ese árido valle de muerte. El poeta sintió en ese momento la compasión, la rosa debía de sentirse sola de estar todo el día mirando al desierto árido que tenía enfrente, desde la mañana hasta la noche y gozar solamente de la compañía de alguien por unos breves momentos de su existencia. El poeta había sido injusto, así que a la tarde siguiente, le llevó a la rosa un poco de agua helada
– Pero ¿por qué haces esto?- preguntó la Rosa – No sabes que yo estoy condenada a morir de sed por haber nacido en este jardín
– Es como si yo aceptara a morir de soledad por estar en este jardín. Tú me enseñaste que no deben de ser así las cosas- contestó el joven
– Te estoy agradecida, pero me temo que no se como pagarte
– El único pago que quiero de ti, es que sigas a mi lado y sacies mi soledad
– Y lo único que yo recibiré será un poco de tu agua fresca.
   Ambos callaron, y disfrutaron de la bella sensación de estar uno cerca del otro para poder apoyarse mutuamente.

  Así, los días las semanas y todas las demás maneras en las que el hombre a sí mismo se ha encadenado al tiempo, pasaron en ese jardín, donde un pequeño nicho había brotado de una amorosa y solitaria lágrima. En ese pequeño nicho creció una flor y la flor era visitada por el poeta. Todas las tardes, el poeta atravesaba el árido valle para llegar a esa parte tan especial, le daba agua a la rosa y comenzaban a charlar, sobre sí mismos.

   Una noche, el poeta empezó a sentir lástima por la rosa, no podía quitársela de l mente, la imaginaba sola en frío que hacía en el desierto a esa hora, posiblemente algún animal salvaje la maltrataría, tal vez una helada la quemaría… era imposible reconciliar el sueño… pobre rosa, tan buena y noble y a la merced de todo el mundo… no podía ser así, el poeta se levantó de la cama pera ir a acompañar a la dulce flor en su nicho. Tomó un abrigo grueso y se dirigió al desierto, precisamente, esa fría noche de invierno había caído hielo y el nicho se encontraba lleno de nieve. El poeta se asomó con una vela en la mano y encontró a la rosa temblando de frío con una ligera capa de escarcha sobre sus pétalos color carmín
– Poeta- dijo la rosa sorprendida – ¿qué haces aquí? No ves que te congelarás
– No me importa- contestó el poeta – tu me liberaste de la soledad y es por eso que yo te daré el calor que necesitas esta noche.
   Sin decir más, el poeta se arrodilló frente a la rosa y se abrazó a su peligroso tallo cuyas espinas comenzaron a herir la piel del joven
– Espera- dijo la rosa – te estás haciendo daño con mis espinas
– No me importa- dijo el poeta – tú me liberaste de mi soledad… así que no me importa morir si es por ti
– Pero ¿acaso no vez que si mueres ya no podremos estar juntos?- el poeta se asustó, se separó inmediatamente de la rosa y se alejó del lugar, dejándola llorando.
   A la tarde siguiente, el poeta acudió como siempre al lugar del encuentro, sintió horror en su cuerpo cuando se dio cuenta de que a la rosa se le había caído un pétalo y éste se había ennegrecido
– Pero, Rosa ¿qué fue lo que te pasó?- preguntó el poeta
– Nada…- respondió la rosa tristemente – es sólo que… creo que es momento de que dejes de frecuentarme
– Pero ¿por qué?
– El momento más ansiado de una rosa es el florecer, porque podrá brillar con todo su esplendor y belleza, pero es también el momento más temido porque es cuando empezamos a morir
– No… yo no quiero que mueras
– ¿qué no te das cuenta?
– ¿De qué?
– De que yo te hago daño…
– ¿Qué?
– Mírate, herido por mis espinas… me veo y soy tan frágil que necesito de protección, pero no me la puedes dar porque mis espinas te lastimarían… te provoco mucha lástima y compasión y son esos dos horribles sentimientos los que hacen que te lastimes.
   La rosa calló… era verdad… solamente una miserable compasión hacía que el poeta llegara a tal sacrificio… compasión.
   A la tarde siguiente, el joven acudió al jardín, pero no visitó a la rosa. No soportaría verla morir lentamente, no lo soportaría. Así, los días las semanas y todas las demás maneras en las que el hombre a sí mismo se ha encadenado al tiempo, pasaron en ese jardín y el poeta comenzó a tener la necesidad de ver a la rosa, así que soportó su dolor para asomarse al nicho de hiedra, la cual se había secado, las hierbas crecieron en ese lugar, motivo por el cual,  el joven tuvo que romper las hierbas, encontró a una rosa, tan grande y radiante como la que una vez había encontrado, pero esta vez ya no era de color rojo, era de color negro, un color tan negro como debía de ser la noche más oscura… ése color negro no podía ser real, era un oscuro que brillaba como si estuviera recubierto de seda, la rosa parecía tener pétalos de diamante, sin embargo, se encontraba doblada sobre su tallo, que empezaba a estar seco de su raíz
– Poeta- dijo la rosa con aquella hermosa voz angelical – regresaste
– Sí… regresé… regresé por ti
– Has de dejarme morir
– No debo
– ¿sigues queriendo pagar tu deuda?
– No… me he dado cuenta de que todo el sacrificio que hago no es por ti… es para ti
– No te comprendo
– Tenía un enorme vacío en mi corazón, que mientras tu estabas ahí se sentía lleno, pero el no verte junto a mí fue haciéndolo más grande
– El mismo huevo contenido en aquella lágrima tuya que me hizo nacer
– Ahora lo comprendes… aquello que te hizo nacer, fue mi necesidad de…
   El poeta detuvo sus frases, la rosa tosió por la enorme sed que sentía, al ver aquello, el poeta cortó a la rosa y la metió en una esfera de cristal… lleno la esfera de agua y se resguardó en ese nicho seco con la rosa en la esfera de cristal en sus manos. A pesar de que a esfera tenía agua en su interior y la rosa estaba más refrescada era inevitable su destino, y se lo hizo notar la poeta, que llevaba días ya, en ese nicho de hierba seca
– No tiene caso, poeta- dijo la rosa siempre con esa dulce voz – aunque en esta esfera de cristal se retrase mi muerte, algún día moriré
– Lo sé… por eso quiero estar aquí cuando eso pasé
– Sácame de aquí y déjame morir.
   El poeta obedeció, destapó su esfera de cristal y depositó a la rosa negra sobre la hiedra seca y marchita
– Mira- dijo el poeta – te escribí un poema…
– Pero…- dijo la rosa – me habían dicho que ya no habías podido volver a escribir poemas de amor
– Sí, pero este poema lo escribí pensando en ti.
   El poeta leyó cada uno de los versos, no podía haber existido un poema tan bello escrito jamás por ningún poeta conocido, el poeta terminó de leer y se acostó juntó a la rosa, la cual empezó a deshojarse lentamente
– Has escrito el poema con tu sangre- dijo la rosa
– Sí… porque es de sentimientos verdaderos
– Como yo…
– Y algún día morirán
– No, Poeta… yo, al igual que todos poemas, viviremos… dentro de tu corazón… Te Amo.
   La rosa se marchitó en la hiedra seca, sus pétalos se desprendieron y quedaron regados en la hierba marchita, empezaron a derretirse, y a meterse dentro del tallo de la flor recién marchita, el poeta tomó el tallo y usó una espina como punta, para poder utilizar el tallo como una pluma. Los pétalos de la rosa se habían convertido en tinta y su tallo en una pluma para que el poeta pudiera escribir sus poemas de amor ya no con la sangre que se iba al secarse, sino con la tinta del amor y la entrega que permanecen en el papel para siempre.
   Desde aquel día, el poeta iba al desierto, que se convirtió en un hermoso jardín lleno de flores hermosas, para escribir poemas de amor.

   Quiero que sepas mi rosa negra, que todos los poemas de amor que he escrito desde aquel día, dicen todo lo que en su momento no te pude decir… es por eso que, a pesar de que las letras de mis poemas forman una infinidad de palabras, todo se resume en solamente cinco: Te Amo Mi Rosa Negra.

Herejía y Fe*

Quisieron hacerme creer que no te merecía; todo el mundo estaba de acuerdo, menos yo.   Quisieron hacerme sentir que no merecía tu cariño y ...