jueves, 29 de octubre de 2020

Antes de que nos Olviden I - Somos Jóvenes

Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sin entender que se llamaba primer piso, porque la planta de abajo respondía expresamente a ese nombre: planta baja. No le importaban los clientes que, curiosos, caminaban entre los exhibidores conociendo los productos y buscando el que les resultara más atractivo y a los cuales él tenía que abordar para ofrecerles un buen servicio y convencerlos, sin que se dieran cuenta, de que compraran la mayor cantidad de productos posibles. Eso no le importaba, como tampoco le importaba que una cámara de circuito cerrado estuviera colocada precisamente en esa esquina para que el gerente y los guardias pudieran notar qué empleados pasaban tiempo mirando a la ventana, sobre todo cuando hubiera clientes en el piso de venta.

Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sintiendo el aire fresco golpear suavemente su bello rostro y refrescando ligeramente el calor que en la habitación se encerraba y que poco a poco se volvía insoportable, como ella. Habían pasado ya cuatro meses desde que se enteró que en seis meses más traería vida nueva al mundo y desde entonces no había podido salir salvo en las ocasiones que su madre descansaba y le pedía que la acompañara a comprar la despensa y, de paso, acudir a su cita con el doctor para asegurarse de que el bebé estuviera bien y que el embarazo fluía en orden. Pero ella, con el espíritu libre que la caracterizaba, estaba harta de permanecer encerrada en su casa, sin más compañía que la Pelusa, quien saltaba, corría y hacía destrozos por toda la casa, sin comprender por qué su dueña jugaba cada vez menos con ella. De igual manera, el contenido disponible en Facebook se volvía cada vez más monótono y el sonido de la música a lo lejos le recordaba lo igual de lejos que sonaban ahora sus momentos de fiesta y ruido.

Comenzaba lentamente un sonido de tambores, quizá sintético, pero a Ian le gustaba, más le gustó al reconocer que dicho sonido indicaba el inicio de una de sus canciones favoritas y que sonaba en el alto volumen de la fiesta ya a nada de salirse de control. El DJ había abandonado el recinto, cuyo techo lloraba por el calor condensado que los plafones no habían logrado filtrar, el ambiente olía a alcohol, sudor, humedad y calor, revueltos ya con humo de cigarrillo, marihuana y otras sustancias. Más de uno se encontraba ahora bajo el efecto del éxtasis, la cocaína o de cualquier otro estimulante de acción rápida, venta ilegal y fácil distribución entre los jóvenes.
    Saliendo del mar de gente, haciendo un excelente uso de su capacidad de orientación que pocas veces fallaba en situaciones como ésa, apareció Alice cargando dos vasos rojos llenos con alcohol y refresco sin ladearlos y sin permitir que la apretada multitud de jóvenes de los alrededores le hiciera derramar una gota siquiera, pues junto a cada vaso llevaba un paquetito bien enrollado de papel arroz, con la rica hierba que habrían de fumar para sentir lo bueno de la fiesta y había que impedir que se mojaran. Alice llegó por fin a lado de Ian y le ofreció el vaso con todo y el churro. Él la miró, en sus ojos de ebrio había la sorpresa, el miedo, la desaprobación y la duda dirigida a los ojos de ella
"¿Estás segura?"
     Mientras sus dedos se rozaban en el intercambio, ella lo miró con la ebriedad, la locura y la gran alegría de estar con la única persona en el mundo en quien confiaba, bebió de su vaso y el contenido resbaló rápidamente de su lengua a la garganta, el sabor se quedó prendado en su boca mientras adquiría otros mil sabores más y con sus hermosos ojos se clavó en los de él
"Sí, ¿tú no…?"
     Ian literalmente se empinó el vaso y Alice le siguió para vaciar juntos su contenido, después encendieron el churro, había que hacerlo, pues la fiesta podía acabar en cualquier momento, aunque ella, de querer, podía hacer que la fiesta durara toda la vida. La cámara lenta personal dentro de la cabeza de cada quién comenzó a grabar con efecto de baja exposición, las luces se convertían
mágicamente en estelas de colores que se difuminaban lentamente en el aire… 

Esa era la primera vez que lo sentía, asomado en la ventana lo recuerda él, sin fijar la mirada ni lejos ni cerca, solamente en el pasado que se hacía presente en su mente, cada vez más ocupada en los eventos venideros de los cuales desconocía el resultado y escapaban de su control. Miraba a lo lejos desde el ventanal, aún era posible mirar el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl desde ahí, cuando los niveles de contaminación lo permitían, cuando no, era más difícil y otras, imposible.
     Miraba a lo lejos desde la ventana, aunque el basural y los camiones removiendo la tierra para meter más basura en ella no eran precisamente un espectáculo interesante ni bello para ver, pero era lo que había, ella nunca se quejaba del momento presente, a diferencia del pasado el cual siempre rondaba su cabeza no sin atormentarla una que otra vez, había aprendido a mitigarlo mediante métodos poco ortodoxos, pero de un tiempo para acá, en su vientre, crecía una criatura con el poder suficiente para alejarla del pasado e iluminar su incierto futuro... pero el pasado seguía ah, a veces.

Alice estaba bailando con la gracia y la sensualidad que solamente ella era capaz de proyectarle al mundo cuando entraba un momento consigo misma; bastaba sólo un segundo para darse cuenta: todos los muchachos morían por bailar con ella y el único afortunado capaz de acercarse para acompañarla en ritmo y movimiento en su momento más sensual era Ian, solamente con el permiso de su cuerpo y de su corazón. El muchacho se sentía el centro del universo cuando Alice se sentía exactamente igual, y vio que la luz azul que los golpeaba se desvanecía suavemente como si estuviera hecha de humo dejando una larga estela con olor a fiesta en todo el ambiente.
    Estaba demasiado ebria y drogada como pa
ra preocuparse en controlar lo que estaba pasando con ella y con su alrededor, el presente se convirtió en una fuerte sensación difusa e instantánea que se convertía en un pasado incapaz de ser recordado, lo que vendría después era una pregunta que tampoco existía en su mente, Alice no podía pensar claramente, menos encontrándose en su lugar favorito, sin saber por su estado si era el ambiente de la fiesta o los brazos de Ian. Era aquél momento igual que los muchos otros que se hubieran vivido, pero era especial, podía sentirlo de manera diferente pues no era fácil decir algo como lo estoy sintiendo en tal o cual lado del cuerpo, simplemente estaba ahí y le haría cometer locuras o quizá burradas, pero no en esa noche en que, después de separarse de Ian, sintió los estragos del mareo como nunca antes. El aliento alcohólico iba delante de ella y se quedaba atrás trazando su rumbo, rápido encontró la mesa, rápido preguntó quién, rápido tenía en sus manos todo lo que necesitaba. El mejor momento de la fiesta era cuando se atrevían a repetir la dosis.
    Ian se había mostrado renuente al principio, pero Alice era
completamente consciente de lo que el chico se estaba perdiendo, no era una persona fácil de comprender, había que encontrar la manera de convencerlo para que se portase mal y ella era el pretexto perfecto. Encontrar la manera de llegarle se convirtió en un arte que Alice dominó pacientemente sin darse cuenta, le gustaba estimularle lo suficiente para que se pusiera en acción y dejara de pensar, pues esto último era lo que siempre le impedía ir más lejos en la búsqueda de las nuevas emociones que ella conocía más que de sobra.
    Ahora se encontraba tratando de descifrar con sus aturullad
os sentidos lo que estaba ocurriendo a su alrededor, unos cuantos gramos quemados liberando deliciosa sustancia en su sangre habían sido demasiado repentinos para él; la bacha murió pisoteada por mil gentes y mojada por mil fluidos en el piso y se puso a bailar. Más de momento algo pasó, Ian solamente había volteado pero el movimiento se sintió extraño, los colores se intensificaron y los sonidos se volvieron más intensos, regresó la cabeza esperando escapar de aquella súbita entelequia buscando refugio en donde sabía perfectamente que lo podía encontrar: en los ojos de Alice. Ahora en su mirada se encontraba ya alojada la estupidez, la fiesta, la sorpresa de estar experimentando algo completamente nuevo, por fin, después
de muchos años de privarse de dicho placer.
    Ella se encontraba en sus brazos, después de dejar morir un
montoncito diminuto de puro papel arroz con la punta quemada debajo de los pies y los sudores típicos de la fiesta, se resguardó en sus brazos esperando el momento oportuno. No se hizo esperar, en las cosas en las que Alice era experta rara vez se equivocaba. Los problemas salieron exorcizados como los espantosos demonios que eran y dejaron el campo libre a la paz y al momento presente siempre tan efímero. Cuando el ruido se intensificó y la cara se puso pesada con el placer de quien laxa los músculos lo volteó a ver, debido al constante ir y venir de las luces no podía ver su cara de sopor por la hierba consumida pero supo sin duda que, sin necesidad de quitar la mueca ridícula de sorpresa, tenía exactamente el mismo semblante que Ian…
    Esa noche eran jóvenes, Alice poseía únicamente 18 años en su
haber e Ian ya llegaba a los 22… salir juntos había sido siempre una tarea difícil que, ahora que se veía lograda, Alice disfrutaba. Al joven Ian no lo podías sacar de fiesta pero aquella noche, con el tiempo detenido, los sentidos intoxicados y la sordera de la música, todo se había vuelto diferente, Alice había logrado sacar a una fiesta
a Ian e, incluso, hacer que se divirtiera…
    Por el dulce efecto del café, Ian quedó
con cara de estúpido y mirada perdida contemplando todo a su alrededor, mientras Alice le rodeaba con sus brazos y colocaba el rostro en su pecho, sintiendo su fuerte taquicardia. Con la boca abierta y la sed a tope, Ian sonrió… Ya no importaba la hora que marcara su Fossil, regalo de Alice, importaba el vaso de cerveza que volaba por sobre las cabezas de los desafortunados que se encontraba debajo, importaba cuál sería la siguiente canción, importaba que el alcohol fuese suficiente para todos, pues junto a Alice solamente importaba el desmadre y la esperanza depositada con fe en un mañana que no llegaba todavía y que en ese momento no sólo era incierto, sino que no importaba en lo absoluto…
    El vaso de cerveza se vació mientras volaba por los aires a todo lo largo del salón hasta que golpeó de ll
eno el rostro de un joven que bailaba y el resto del contenido salió expulsado en efecto de explosión salpicando blusas favoritas, camisas de la suerte, peinados
para la ocasión y maquillajes de fiesta…
"¿Lo ves? No pasa nada."
"Nunca pasa nada."

El ruido del elevador abriéndose lo sacó de su improvisado y bien interiorizado soliloquio, no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado mirando por el ventanal y, sin duda, había llegado ya el momento de retirarse y volver a trabajar… fue eso o fue algo más, un impulso sublime llegado de la mujer que, al no encontrar nada inmediatamente saliendo, buscó de manera lógica –o quizá a través del mismo impulso sublime- en dirección al ventanal detrás del cubo del elevador. 
    Ambas miradas se encontraron en el mismo momento, verla era la más grande alegría que había sentido en mucho tiempo, pues Alice no había perdido su toque en cuanto a romper la rutina de Ian se trataba. Cuando pronunció el nombre del joven que, antes de ser nombrado había ocupado sus músculos para volverse, supo sin duda que si sólo quitaba la mueca de ridícula sorpresa del rostro de Ian ella tenía exactamente el mismo semblante que él. La hermosa jovencita con una dulce pancita de tres meses de buenas noticias sólo dejó el campo libre a la paz y al momento presente, siempre tan efímero. 
 
 

 


viernes, 2 de octubre de 2020

Convenio Mancebo


Llegaba a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido: iba para portarse mal una vez más.

El hotel no era sencillo, era más que decente, un buen hotel. Aunque aquella noche le faltó mucha clase al lugar para entonar siquiera un poco con el señor que se presentó antes que la guapa mujer enamorada: joven aún, alto, gallardo y con un estilo elegante que resaltaba su porte, el traje gris azulado le iba muy bien, haciendo resaltar la camisa negra de fondo y la corbata vino de tono mate, el largo de las mangas tan bien cuidadosamente cortadas dejaban ver el plateado extensible del fino cronógrafo que adornaba la muñeca izquierda de aquel caballero. Ante la sorpresa de la recepcionista, el amante se dirigió a ella con una seguridad y una sonrisa:
– Buenas noches…- dijo aquella voz grave y espesa como la de los locutores de radio, la joven detrás del escritorio fracasó al querer responder –. Tengo reservación.
    La joven por fin reaccionó sonriendo y deseando ser ella quien se portase mal esa noche. Una vez entregada la primera de tres copias de la llave – la tercera era de uso exclusivo del personal de limpieza – la chica se quedó un buen rato mirando a tan buen partido adentrarse en el corredor que conducía a la habitación.


Lucía iba despertándose tarde aquella mañana, un poco extrañada por la ausencia de la chacha, quien tenía prohibido levantarse antes que el señor pero después que la señora. Por fin entró, sólo entonces Lucía se dio cuenta de que se despertó diez minutos tarde.
– Buenos, días, señorita – saludó Lupita dejado la charola con el desayuno en la mesita de noche.
– Buen día, Lupita – contestó Lucía estirándose y desperezándose – No escuché a Vicente salir… ni lo sentí levantarse.
– No señorita. El señor se fue media hora más temprano y me manda decir que llegará dos horas más tarde - Lupita entregó una nota a Lucía, quien suspiró mirando como no había ya vapor saliendo de su taza de cafe.
    Era el colmo, tras el fraude de Odebrecht, muchas empresas subsidiadas se fueron a la quiebra, AllTech, la empresa donde trabajaba Vicente, igual había caído víctima del fraude; debían millones a Hacienda y el tratar de aclarar todo se había convertido en un caos, muchas empresas fantasma y prestanombres figuraban en las acciones de AllTech, pero el excelente Vicente había logrado, hasta entonces, demostrar el fraude e ir develando poco a poco el misterio, logrando así evitar las demandas por evasión de impuestos y mantener el barco a flote. Aunque esto último le consumiera mucho más tiempo al día del que esperaba y eso afectaba a su mujer. Ella trabajaba en su propio consultorio a varias cuadras del departamento.

La doctora Lucía Monroy Betancourt poseía una rutina casi inflexible dentro de casa, pero estando arriba de su auto de lujo y del año todo podía cambiar ya sea para bien o para mal, era de esas personas que salían adelante por ser capaces de analizar las situaciones fríamente. Alternaba siempre entre las cinco rutas distintas para llegar a su consultorio: un local propio en la planta alta de un centro comercial. Lo siguiente sería escuchar las nuevas disertaciones de sus alocados pacientes; gente de clase media alta con múltiples manían y obsesiones, muchas veces producto del estrés y del aburrimiento. A veces los medicaba cuando sus pobres mentes estaban a punto de colapsarse. La Dra. Lucía siempre tuvo talento para la gente, nadie podía engañarla y es que en más de una ocasión un adicto o adicta había llegado a su consultorio con cuadros muy precisos que requerían de algún tipo de calmante, sólo un par de veces fue engañada, pero ahora no había quien pudiera verle la cara. Además, su fuerte carácter de hierro salía a flote y una sola orden bien dada por ella alcanzaba y sobraba para aplacar un ejército entero.
     Lucía y Lupita llegaban a la misma hora de siempre al consultorio. Lupita tomó su lugar en la recepción, prendió el computador y, luego de abrir unos cuantos programas, mandó a imprimir dos copias de la agenda electrónica de la doctora, posteriormente se dirigió al archivero ubicado a un costado del escritorio en donde buscó los expedientes de aquellos clientes que irían a cita ese día, los ordenó y serían entregados uno por uno cinco minutos antes de la hora agendada. Por último encendió el televisor, pantalla de 52 pulgadas frente a un amplio sillón de cuatro plazas.
     Al otro lado de la puerta al fondo de esa estancia, una cómoda habitación con varios libreros llenos en las paredes, un confortable diván, una silla negra para oficinista y un escritorio al fondo esperaban la entrada del próximo cliente-paciente. La Dra. Lucía tomó su lugar en el escritorio y esperó a que Lupita entrara con el primer expediente, primero revisó su Iphone para leer su mensaje de “buenos días, hermosa. Te amo” cortesía de su marido, con quien no estaba casada, pero ocho años de relación y de vivir juntos ya los convertían en marido y mujer. Aunque por ese mismo motivo, la buena de Lupita no dejaba de llamarla:
– Señorita - la joven entró al consultorio de la doctora con una sonrisa divertida y una mirada de confidencialidad – Hoy viene su novio.
     Le pasó la lista del día, figuraba Adriel Valdés, un joven actor amigo de Lucía en la universidad. La Dra. Lucía no se permitía mostrarse conmovida en lo exterior, pero internamente, la Dra. pensaba en aquel chico: era atractivo y atlético, estudiaba una licenciatura en arte dramático y coincidía con Lucía cuatro veces a la semana por cuatro horas. A ella le gustaba el teatro y asistió puntualmente al taller que ofrecía la facultad y al que Adriel estaba obligado a ir por su carrera, coincidir tantas veces tanto tiempo los volvió amigos, pero el corazón de Adriel tuvo que quebrarse al conocer a Vicente, novio ya de la bella y joven Lucía; no podía competir con él: era mayor, seguro de sí mismo, galante y, además, con auto propio y mucho dinero, no obstante, el carisma de Vicente se ganó también la amistad de Adriel.
    Vicente no entendía nada de teatro, pero le gustaba ver a su novia actuar, fue en una de esas cuando conoció a Adriel, o mejor dicho, a Odilón, personaje interpretado por el aspirante a actor. Ahí se hicieron amigos tras una formal presentación por parte de Lucía. Aún sin saber nada de teatro la memoria y capacidad de análisis por parte de Vicente eran increíbles, por lo que solía platicar horas y horas sobre teatro con Adriel, quien estaba enamorado del arte y sus tertulias se prolongaron mucho tiempo después de finalizar la carrera. Fue cuando, tras obsesionarse con un personaje muy complejo, Adriel recurrió a su mejor amigo, quien le agendó citas en el consultorio de la Dra. Lucía, una excelente y recién recibida psiquiatra.
    Adriel se le había insinuado en un par de ocasiones, pero las sutilezas no funcionaban en Lucía, por lo que decidió ser directo. Un tajante “no, gracias” como sólo Lucía podía emitirlo, borró toda esperanza en el actor. La terapia y los fármacos funcionaron en el muchacho y, de hecho, Adriel pudo haber sido dado de alta pero a Lucía de agradaba su compañía y ahora las citan eran un poco más para charlar con un buen amigo al final de una agotadora jornada de trabajo que para otra cosa.


Vicente llegó casi a la una de la mañana, Lucía dormía envuelta en sus sábanas y despertó el deseo de su marido, quien no logró despertarla. Había ya pasado mucho tiempo alejado de ella y comenzaba a afectarle a sobremanera, conversaban, claro, y mucho a través de sus teléfonos, pero no podían compensar la distancia de ninguna manera, siempre se habían deseado y el no sentirse juntos los hería. Más le hería a Vicente el no haber podido darle a tiempo la noticia a su esposa de que saldría con rumbo a San Luis Potosí de manera urgente al día siguiente, pues habían avanzado en el caso de los prestanombres y los pocos que quedaban por investigar tenían domicilio hasta ese estado. No sería más cuestión que la de ir y tomar declaraciones para volver lo más rápido posible, pero con los prestanombres anteriores lo difícil no había sido hacerlos cantar, sino localizarlos físicamente. Igual retrasaría el viaje un día, tan sólo uno para hablar con Lucía y explicarle su ausencia… no sería posible, los boletos habían sido comprados y saldría en unas horas, si tan sólo fuesen horas en que ella estuviera despierta. Dejó recados y se fue.


Ella se preparó, se puso linda, con un vestido corto de tela roja ajustada y elástica, se pinto los labios a la perfección, sombreó sus ojos y delineó sus párpados. Odiaba ir demasiado cargada de maquillaje, que además en ella estaba de sobra. No obstante, las bases, las sombras, los contornos, los colores y los polvos resaltaron mucho sus bellos y finos rasgos, haciéndose miles de veces más hermosa.
  Aquella noche, el recepcionista del hotel entregó unas llaves con su tipico aire indiferente al señor que llegó, pero no pudo evitar arquear las cejas y apretar los labios luego de que unos quince minutos después llegara la Dra. Betancourt a preguntar por la habitación cuya llave había sido entregada anteriormente... Esta rutina se repitió muchas veces a partir de ese día.

Poco después de llegado el caballero al hotel, arribó una guapa mujer joven aún, con un vestido entallado color azul, medias semitransparentes de color canela y maquillaje al punto, su bolso Chanel que colgaba de su bello hombro derecho fue la envidia de la recepcionista, quien seguía suspirando por el caballero que recién había solicitado llave, así llegaba a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido: iba para portarse mal una vez más.
   Lucía abría la puerta de la habitación, tenía corrido el cerrojo, pero ella había alcanzado a ver en el tablero que sólo había dos llaves, su amante ya se había presentado, el corazón detonaba mil revoluciones por segundo a la par de que su respiración se agitaba y se volvía cálida, como un soplo divino. Un calor impaciente hervía en medio de sus piernas y escalabas hacia su bajo vientre, continuaba escalando y llegaba frío a los pezones endurecidos que se resaltaban orgullosos a través del fino y entallado vestido entonces la puerta se abrió.

Adriel esperaba en un bar a que llegara la hora. Su rostro, que de por sí mostraba una ansiedad indisimulable aún para él, se contrajo en una mueca de desagradable sorpresa, cuando vio entrar a Vicente al local, iba bastante bien vestido, sin duda había llegado hacía un par de horas, suficientes para ir a la estética, ducharse y arreglarse para... ¿Qué?
   Vicente echó un vistazo en derredor y miró por fin a Adriel, quien trató de mostrarse alegre por el regreso de su amigo, charlaron un poco y bebieron en silencio un rato largo, a juzgar por la actitud de Vicente, algo se traía, Adriel apenas tomó consciencia de que se había dejado el telefono en la barra a lado de su vaso cuando este vibró
- No sabes lo que me acaba de contar mi criada- dijo Vicente justo después de que el celular de Adriel vibrara.

Lucía abrió la puerta del hotel, adentro estaba oscuro, casi completamente, a no ser por una lamparita de noche a lado de la cama, que da una tenue y cálida luz a la habitación, pudo contemplar muy difusamente a un hombre sentado a un lado de la luz, pero colocado a tal distancia que las sombras le ocultaban casi por completo. La excitación de Lucía sería evidente a no ser por la oscuridad casi total, cerró la puerta y su mano buscó lentamente el botón para encender la luz
- No prendas la luz...- la voz fue imperante, además de resultar familiar, pero Lucía pensó que eso no sería posible - Al fin estás aquí en este hotel- continuó la voz y Lucía se supo sorprendida
- Vicente, yo...
- Imagina que no soy yo... que soy el otro, al que esperabas ver- la voz de Vicente vibraba víctima de la excitación, la lujuria apretaba sus cuerdas vocales quizá tanto o más que sus pantalones 
- Desnúdate...

Una ambulancia y una patrulla recogían del basurero el cuerpo maltrecho pero vivo de un joven, el único testigo de lo ocurrido: el tipo que atendía el bar conocido "El Templo del Morbo", relató que salió de su bar acompañado de un señor de buen ver.
 
 


 


Herejía y Fe*

Quisieron hacerme creer que no te merecía; todo el mundo estaba de acuerdo, menos yo.   Quisieron hacerme sentir que no merecía tu cariño y ...