Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sin entender que se llamaba primer piso, porque la planta de abajo respondía expresamente a ese nombre: planta baja. No le importaban los clientes que, curiosos, caminaban entre los exhibidores conociendo los productos y buscando el que les resultara más atractivo y a los cuales él tenía que abordar para ofrecerles un buen servicio y convencerlos, sin que se dieran cuenta, de que compraran la mayor cantidad de productos posibles. Eso no le importaba, como tampoco le importaba que una cámara de circuito cerrado estuviera colocada precisamente en esa esquina para que el gerente y los guardias pudieran notar qué empleados pasaban tiempo mirando a la ventana, sobre todo cuando hubiera clientes en el piso de venta.
Miraba hacia la lejanía a través de la ventana del segundo piso… sintiendo el aire fresco golpear suavemente su bello rostro y refrescando ligeramente el calor que en la habitación se encerraba y que poco a poco se volvía insoportable, como ella. Habían pasado ya cuatro meses desde que se enteró que en seis meses más traería vida nueva al mundo y desde entonces no había podido salir salvo en las ocasiones que su madre descansaba y le pedía que la acompañara a comprar la despensa y, de paso, acudir a su cita con el doctor para asegurarse de que el bebé estuviera bien y que el embarazo fluía en orden. Pero ella, con el espíritu libre que la caracterizaba, estaba harta de permanecer encerrada en su casa, sin más compañía que la Pelusa, quien saltaba, corría y hacía destrozos por toda la casa, sin comprender por qué su dueña jugaba cada vez menos con ella. De igual manera, el contenido disponible en Facebook se volvía cada vez más monótono y el sonido de la música a lo lejos le recordaba lo igual de lejos que sonaban ahora sus momentos de fiesta y ruido.
Comenzaba lentamente un sonido de tambores, quizá sintético, pero a Ian le gustaba, más le gustó al reconocer que dicho sonido indicaba el inicio de una de sus canciones favoritas y que sonaba en el alto volumen de la fiesta ya a nada de salirse de control. El DJ había abandonado el recinto, cuyo techo lloraba por el calor condensado que los plafones no habían logrado filtrar, el ambiente olía a alcohol, sudor, humedad y calor, revueltos ya con humo de cigarrillo, marihuana y otras sustancias. Más de uno se encontraba ahora bajo el efecto del éxtasis, la cocaína o de cualquier otro estimulante de acción rápida, venta ilegal y fácil distribución entre los jóvenes.
Saliendo del mar de gente, haciendo un excelente uso de su capacidad de orientación que pocas veces fallaba en situaciones como ésa, apareció Alice cargando dos vasos rojos llenos con alcohol y refresco sin ladearlos y sin permitir que la apretada multitud de jóvenes de los alrededores le hiciera derramar una gota siquiera, pues junto a cada vaso llevaba un paquetito bien enrollado de papel arroz, con la rica hierba que habrían de fumar para sentir lo bueno de la fiesta y había que impedir que se mojaran. Alice llegó por fin a lado de Ian y le ofreció el vaso con todo y el churro. Él la miró, en sus ojos de ebrio había la sorpresa, el miedo, la desaprobación y la duda dirigida a los ojos de ella
"¿Estás segura?"
Mientras sus dedos se rozaban en el intercambio, ella lo miró con la ebriedad, la locura y la gran alegría de estar con la única persona en el mundo en quien confiaba, bebió de su vaso y el contenido resbaló rápidamente de su lengua a la garganta, el sabor se quedó prendado en su boca mientras adquiría otros mil sabores más y con sus hermosos ojos se clavó en los de él
"Sí, ¿tú no…?"
Ian literalmente se empinó el vaso y Alice le siguió para vaciar juntos su contenido, después encendieron el churro, había que hacerlo, pues la fiesta podía acabar en cualquier momento, aunque ella, de querer, podía hacer que la fiesta durara toda la vida. La cámara lenta personal dentro de la cabeza de cada quién comenzó a grabar con efecto de baja exposición, las luces se convertían mágicamente en estelas de colores que se difuminaban lentamente en el aire…
Esa era la primera vez que lo sentía, asomado en la ventana lo recuerda él, sin fijar la mirada ni lejos ni cerca, solamente en el pasado que se hacía presente en su mente, cada vez más ocupada en los eventos venideros de los cuales desconocía el resultado y escapaban de su control. Miraba
a lo lejos desde el ventanal, aún era posible mirar el Popocatépetl y
el Iztaccíhuatl desde ahí, cuando los niveles de contaminación lo
permitían, cuando no, era más difícil y otras, imposible.
Miraba a lo lejos desde la ventana, aunque el basural y los camiones removiendo la tierra para meter más basura en ella no eran precisamente un espectáculo interesante ni bello para ver, pero era lo que había, ella nunca se quejaba del momento presente, a diferencia del pasado el cual siempre rondaba su cabeza no sin atormentarla una que otra vez, había aprendido a mitigarlo mediante métodos poco ortodoxos, pero de un tiempo para acá, en su vientre, crecía una criatura con el poder suficiente para alejarla del pasado e iluminar su incierto futuro... pero el pasado seguía ah, a veces.
Alice estaba bailando con la gracia y la sensualidad que solamente ella era capaz de proyectarle al mundo cuando entraba un momento consigo misma; bastaba sólo un segundo para darse cuenta: todos los muchachos morían por bailar con ella y el único afortunado capaz de acercarse para acompañarla en ritmo y movimiento en su momento más sensual era Ian, solamente con el permiso de su cuerpo y de su corazón. El muchacho se sentía el centro del universo cuando Alice se sentía exactamente igual, y vio que la luz azul que los golpeaba se desvanecía suavemente como si estuviera hecha de humo dejando una larga estela con olor a fiesta en todo el ambiente.
Estaba demasiado ebria y drogada como para preocuparse en controlar lo que estaba pasando con ella y con su alrededor, el presente se convirtió en una fuerte sensación difusa e instantánea que se convertía en un pasado incapaz de ser recordado, lo que vendría después era una pregunta que tampoco existía en su mente, Alice no podía pensar claramente, menos encontrándose en su lugar favorito, sin saber por su estado si era el ambiente de la fiesta o los brazos de Ian. Era aquél momento igual que los muchos otros que se hubieran vivido, pero era especial, podía sentirlo de manera diferente pues no era fácil decir algo como lo estoy sintiendo en tal o cual lado del cuerpo, simplemente estaba ahí y le haría cometer locuras o quizá burradas, pero no en esa noche en que, después de separarse de Ian, sintió los estragos del mareo como nunca antes. El aliento alcohólico iba delante de ella y se quedaba atrás trazando su rumbo, rápido encontró la mesa, rápido preguntó quién, rápido tenía en sus manos todo lo que necesitaba. El mejor momento de la fiesta era cuando se atrevían a repetir la dosis.
Ian se había mostrado renuente al principio, pero Alice era completamente consciente de lo que el chico se estaba perdiendo, no era una persona fácil de comprender, había que encontrar la manera de convencerlo para que se portase mal y ella era el pretexto perfecto. Encontrar la manera de llegarle se convirtió en un arte que Alice dominó pacientemente sin darse cuenta, le gustaba estimularle lo suficiente para que se pusiera en acción y dejara de pensar, pues esto último era lo que siempre le impedía ir más lejos en la búsqueda de las nuevas emociones que ella conocía más que de sobra.
Ahora se encontraba tratando de descifrar con sus aturullados sentidos lo que estaba ocurriendo a su alrededor, unos cuantos gramos quemados liberando deliciosa sustancia en su sangre habían sido demasiado repentinos para él; la bacha murió pisoteada por mil gentes y mojada por mil fluidos en el piso y se puso a bailar. Más de momento algo pasó, Ian solamente había volteado pero el movimiento se sintió extraño, los colores se intensificaron y los sonidos se volvieron más intensos, regresó la cabeza esperando escapar de aquella súbita entelequia buscando refugio en donde sabía perfectamente que lo podía encontrar: en los ojos de Alice. Ahora en su mirada se encontraba ya alojada la estupidez, la fiesta, la sorpresa de estar experimentando algo completamente nuevo, por fin, después
de muchos años de privarse de dicho placer.
Ella se encontraba en sus brazos, después de dejar morir un montoncito diminuto de puro papel arroz con la punta quemada debajo de los pies y los sudores típicos de la fiesta, se resguardó en sus brazos esperando el momento oportuno. No se hizo esperar, en las cosas en las que Alice era experta rara vez se equivocaba. Los problemas salieron exorcizados como los espantosos demonios que eran y dejaron el campo libre a la paz y al momento presente siempre tan efímero. Cuando el ruido se intensificó y la cara se puso pesada con el placer de quien laxa los músculos lo volteó a ver, debido al constante ir y venir de las luces no podía ver su cara de sopor por la hierba consumida pero supo sin duda que, sin necesidad de quitar la mueca ridícula de sorpresa, tenía exactamente el mismo semblante que Ian…
Esa noche eran jóvenes, Alice poseía únicamente 18 años en suhaber e Ian ya llegaba a los 22… salir juntos había sido siempre una tarea difícil que, ahora que se veía lograda, Alice disfrutaba. Al joven Ian no lo podías sacar de fiesta pero aquella noche, con el tiempo detenido, los sentidos intoxicados y la sordera de la música, todo se había vuelto diferente, Alice había logrado sacar a una fiesta
a Ian e, incluso, hacer que se divirtiera…
Por el dulce efecto del café, Ian quedó con cara de estúpido y mirada perdida contemplando todo a su alrededor, mientras Alice le rodeaba con sus brazos y colocaba el rostro en su pecho, sintiendo su fuerte taquicardia. Con la boca abierta y la sed a tope, Ian sonrió… Ya no importaba la hora que marcara su Fossil, regalo de Alice, importaba el vaso de cerveza que volaba por sobre las cabezas de los desafortunados que se encontraba debajo, importaba cuál sería la siguiente canción, importaba que el alcohol fuese suficiente para todos, pues junto a Alice solamente importaba el desmadre y la esperanza depositada con fe en un mañana que no llegaba todavía y que en ese momento no sólo era incierto, sino que no importaba en lo absoluto…
El vaso de cerveza se vació mientras volaba por los aires a todo lo largo del salón hasta que golpeó de lleno el rostro de un joven que bailaba y el resto del contenido salió expulsado en efecto de explosión salpicando blusas favoritas, camisas de la suerte, peinados
para la ocasión y maquillajes de fiesta…
"¿Lo ves? No pasa nada."
"Nunca pasa nada."