Llegaba a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido: iba para portarse mal una vez más.
El hotel no era sencillo, era más que decente, un buen hotel. Aunque aquella noche le faltó mucha clase al lugar para entonar siquiera un poco con el señor que se presentó antes que la guapa mujer enamorada: joven aún, alto, gallardo y con un estilo elegante que resaltaba su porte, el traje gris azulado le iba muy bien, haciendo resaltar la camisa negra de fondo y la corbata vino de tono mate, el largo de las mangas tan bien cuidadosamente cortadas dejaban ver el plateado extensible del fino cronógrafo que adornaba la muñeca izquierda de aquel caballero. Ante la sorpresa de la recepcionista, el amante se dirigió a ella con una seguridad y una sonrisa:
– Buenas noches…- dijo aquella voz grave y espesa como la de los locutores de radio, la joven detrás del escritorio fracasó al querer responder –. Tengo reservación.
El hotel no era sencillo, era más que decente, un buen hotel. Aunque aquella noche le faltó mucha clase al lugar para entonar siquiera un poco con el señor que se presentó antes que la guapa mujer enamorada: joven aún, alto, gallardo y con un estilo elegante que resaltaba su porte, el traje gris azulado le iba muy bien, haciendo resaltar la camisa negra de fondo y la corbata vino de tono mate, el largo de las mangas tan bien cuidadosamente cortadas dejaban ver el plateado extensible del fino cronógrafo que adornaba la muñeca izquierda de aquel caballero. Ante la sorpresa de la recepcionista, el amante se dirigió a ella con una seguridad y una sonrisa:
– Buenas noches…- dijo aquella voz grave y espesa como la de los locutores de radio, la joven detrás del escritorio fracasó al querer responder –. Tengo reservación.
La joven por fin reaccionó sonriendo y deseando ser ella quien se portase mal esa noche. Una vez entregada la primera de tres copias de la llave – la tercera era de uso exclusivo del personal de limpieza – la chica se quedó un buen rato mirando a tan buen partido adentrarse en el corredor que conducía a la habitación.
Lucía iba despertándose tarde aquella mañana, un poco extrañada por la ausencia de la chacha, quien tenía prohibido levantarse antes que el señor pero después que la señora. Por fin entró, sólo entonces Lucía se dio cuenta de que se despertó diez minutos tarde.
– Buenos, días, señorita – saludó Lupita dejado la charola con el desayuno en la mesita de noche.
– Buen día, Lupita – contestó Lucía estirándose y desperezándose – No escuché a Vicente salir… ni lo sentí levantarse.
– No señorita. El señor se fue media hora más temprano y me manda decir que llegará dos horas más tarde - Lupita entregó una nota a Lucía, quien suspiró mirando como no había ya vapor saliendo de su taza de cafe.
Era el colmo, tras el fraude de Odebrecht, muchas empresas subsidiadas se fueron a la quiebra, AllTech, la empresa donde trabajaba Vicente, igual había caído víctima del fraude; debían millones a Hacienda y el tratar de aclarar todo se había convertido en un caos, muchas empresas fantasma y prestanombres figuraban en las acciones de AllTech, pero el excelente Vicente había logrado, hasta entonces, demostrar el fraude e ir develando poco a poco el misterio, logrando así evitar las demandas por evasión de impuestos y mantener el barco a flote. Aunque esto último le consumiera mucho más tiempo al día del que esperaba y eso afectaba a su mujer. Ella trabajaba en su propio consultorio a varias cuadras del departamento.
La doctora Lucía Monroy Betancourt poseía una rutina casi inflexible dentro de casa, pero estando arriba de su auto de lujo y del año todo podía cambiar ya sea para bien o para mal, era de esas personas que salían adelante por ser capaces de analizar las situaciones fríamente. Alternaba siempre entre las cinco rutas distintas para llegar a su consultorio: un local propio en la planta alta de un centro comercial. Lo siguiente sería escuchar las nuevas disertaciones de sus alocados pacientes; gente de clase media alta con múltiples manían y obsesiones, muchas veces producto del estrés y del aburrimiento. A veces los medicaba cuando sus pobres mentes estaban a punto de colapsarse. La Dra. Lucía siempre tuvo talento para la gente, nadie podía engañarla y es que en más de una ocasión un adicto o adicta había llegado a su consultorio con cuadros muy precisos que requerían de algún tipo de calmante, sólo un par de veces fue engañada, pero ahora no había quien pudiera verle la cara. Además, su fuerte carácter de hierro salía a flote y una sola orden bien dada por ella alcanzaba y sobraba para aplacar un ejército entero.
Lucía y Lupita llegaban a la misma hora de siempre al consultorio. Lupita tomó su lugar en la recepción, prendió el computador y, luego de abrir unos cuantos programas, mandó a imprimir dos copias de la agenda electrónica de la doctora, posteriormente se dirigió al archivero ubicado a un costado del escritorio en donde buscó los expedientes de aquellos clientes que irían a cita ese día, los ordenó y serían entregados uno por uno cinco minutos antes de la hora agendada. Por último encendió el televisor, pantalla de 52 pulgadas frente a un amplio sillón de cuatro plazas.
Al otro lado de la puerta al fondo de esa estancia, una cómoda habitación con varios libreros llenos en las paredes, un confortable diván, una silla negra para oficinista y un escritorio al fondo esperaban la entrada del próximo cliente-paciente. La Dra. Lucía tomó su lugar en el escritorio y esperó a que Lupita entrara con el primer expediente, primero revisó su Iphone para leer su mensaje de “buenos días, hermosa. Te amo” cortesía de su marido, con quien no estaba casada, pero ocho años de relación y de vivir juntos ya los convertían en marido y mujer. Aunque por ese mismo motivo, la buena de Lupita no dejaba de llamarla:
– Señorita - la joven entró al consultorio de la doctora con una sonrisa divertida y una mirada de confidencialidad – Hoy viene su novio.
Le pasó la lista del día, figuraba Adriel Valdés, un joven actor amigo de Lucía en la universidad. La Dra. Lucía no se permitía mostrarse conmovida en lo exterior, pero internamente, la Dra. pensaba en aquel chico: era atractivo y atlético, estudiaba una licenciatura en arte dramático y coincidía con Lucía cuatro veces a la semana por cuatro horas. A ella le gustaba el teatro y asistió puntualmente al taller que ofrecía la facultad y al que Adriel estaba obligado a ir por su carrera, coincidir tantas veces tanto tiempo los volvió amigos, pero el corazón de Adriel tuvo que quebrarse al conocer a Vicente, novio ya de la bella y joven Lucía; no podía competir con él: era mayor, seguro de sí mismo, galante y, además, con auto propio y mucho dinero, no obstante, el carisma de Vicente se ganó también la amistad de Adriel.
Vicente no entendía nada de teatro, pero le gustaba ver a su novia actuar, fue en una de esas cuando conoció a Adriel, o mejor dicho, a Odilón, personaje interpretado por el aspirante a actor. Ahí se hicieron amigos tras una formal presentación por parte de Lucía. Aún sin saber nada de teatro la memoria y capacidad de análisis por parte de Vicente eran increíbles, por lo que solía platicar horas y horas sobre teatro con Adriel, quien estaba enamorado del arte y sus tertulias se prolongaron mucho tiempo después de finalizar la carrera. Fue cuando, tras obsesionarse con un personaje muy complejo, Adriel recurrió a su mejor amigo, quien le agendó citas en el consultorio de la Dra. Lucía, una excelente y recién recibida psiquiatra.
Adriel se le había insinuado en un par de ocasiones, pero las sutilezas no funcionaban en Lucía, por lo que decidió ser directo. Un tajante “no, gracias” como sólo Lucía podía emitirlo, borró toda esperanza en el actor. La terapia y los fármacos funcionaron en el muchacho y, de hecho, Adriel pudo haber sido dado de alta pero a Lucía de agradaba su compañía y ahora las citan eran un poco más para charlar con un buen amigo al final de una agotadora jornada de trabajo que para otra cosa.
Vicente llegó casi a la una de la mañana, Lucía dormía envuelta en sus sábanas y despertó el deseo de su marido, quien no logró despertarla. Había ya pasado mucho tiempo alejado de ella y comenzaba a afectarle a sobremanera, conversaban, claro, y mucho a través de sus teléfonos, pero no podían compensar la distancia de ninguna manera, siempre se habían deseado y el no sentirse juntos los hería. Más le hería a Vicente el no haber podido darle a tiempo la noticia a su esposa de que saldría con rumbo a San Luis Potosí de manera urgente al día siguiente, pues habían avanzado en el caso de los prestanombres y los pocos que quedaban por investigar tenían domicilio hasta ese estado. No sería más cuestión que la de ir y tomar declaraciones para volver lo más rápido posible, pero con los prestanombres anteriores lo difícil no había sido hacerlos cantar, sino localizarlos físicamente. Igual retrasaría el viaje un día, tan sólo uno para hablar con Lucía y explicarle su ausencia… no sería posible, los boletos habían sido comprados y saldría en unas horas, si tan sólo fuesen horas en que ella estuviera despierta. Dejó recados y se fue.
Ella se preparó, se puso linda, con un vestido corto de tela roja ajustada y elástica, se pinto los labios a la perfección, sombreó sus ojos y delineó sus párpados. Odiaba ir demasiado cargada de maquillaje, que además en ella estaba de sobra. No obstante, las bases, las sombras, los contornos, los colores y los polvos resaltaron mucho sus bellos y finos rasgos, haciéndose miles de veces más hermosa.
Lucía iba despertándose tarde aquella mañana, un poco extrañada por la ausencia de la chacha, quien tenía prohibido levantarse antes que el señor pero después que la señora. Por fin entró, sólo entonces Lucía se dio cuenta de que se despertó diez minutos tarde.
– Buenos, días, señorita – saludó Lupita dejado la charola con el desayuno en la mesita de noche.
– Buen día, Lupita – contestó Lucía estirándose y desperezándose – No escuché a Vicente salir… ni lo sentí levantarse.
– No señorita. El señor se fue media hora más temprano y me manda decir que llegará dos horas más tarde - Lupita entregó una nota a Lucía, quien suspiró mirando como no había ya vapor saliendo de su taza de cafe.
Era el colmo, tras el fraude de Odebrecht, muchas empresas subsidiadas se fueron a la quiebra, AllTech, la empresa donde trabajaba Vicente, igual había caído víctima del fraude; debían millones a Hacienda y el tratar de aclarar todo se había convertido en un caos, muchas empresas fantasma y prestanombres figuraban en las acciones de AllTech, pero el excelente Vicente había logrado, hasta entonces, demostrar el fraude e ir develando poco a poco el misterio, logrando así evitar las demandas por evasión de impuestos y mantener el barco a flote. Aunque esto último le consumiera mucho más tiempo al día del que esperaba y eso afectaba a su mujer. Ella trabajaba en su propio consultorio a varias cuadras del departamento.
La doctora Lucía Monroy Betancourt poseía una rutina casi inflexible dentro de casa, pero estando arriba de su auto de lujo y del año todo podía cambiar ya sea para bien o para mal, era de esas personas que salían adelante por ser capaces de analizar las situaciones fríamente. Alternaba siempre entre las cinco rutas distintas para llegar a su consultorio: un local propio en la planta alta de un centro comercial. Lo siguiente sería escuchar las nuevas disertaciones de sus alocados pacientes; gente de clase media alta con múltiples manían y obsesiones, muchas veces producto del estrés y del aburrimiento. A veces los medicaba cuando sus pobres mentes estaban a punto de colapsarse. La Dra. Lucía siempre tuvo talento para la gente, nadie podía engañarla y es que en más de una ocasión un adicto o adicta había llegado a su consultorio con cuadros muy precisos que requerían de algún tipo de calmante, sólo un par de veces fue engañada, pero ahora no había quien pudiera verle la cara. Además, su fuerte carácter de hierro salía a flote y una sola orden bien dada por ella alcanzaba y sobraba para aplacar un ejército entero.
Lucía y Lupita llegaban a la misma hora de siempre al consultorio. Lupita tomó su lugar en la recepción, prendió el computador y, luego de abrir unos cuantos programas, mandó a imprimir dos copias de la agenda electrónica de la doctora, posteriormente se dirigió al archivero ubicado a un costado del escritorio en donde buscó los expedientes de aquellos clientes que irían a cita ese día, los ordenó y serían entregados uno por uno cinco minutos antes de la hora agendada. Por último encendió el televisor, pantalla de 52 pulgadas frente a un amplio sillón de cuatro plazas.
Al otro lado de la puerta al fondo de esa estancia, una cómoda habitación con varios libreros llenos en las paredes, un confortable diván, una silla negra para oficinista y un escritorio al fondo esperaban la entrada del próximo cliente-paciente. La Dra. Lucía tomó su lugar en el escritorio y esperó a que Lupita entrara con el primer expediente, primero revisó su Iphone para leer su mensaje de “buenos días, hermosa. Te amo” cortesía de su marido, con quien no estaba casada, pero ocho años de relación y de vivir juntos ya los convertían en marido y mujer. Aunque por ese mismo motivo, la buena de Lupita no dejaba de llamarla:
– Señorita - la joven entró al consultorio de la doctora con una sonrisa divertida y una mirada de confidencialidad – Hoy viene su novio.
Le pasó la lista del día, figuraba Adriel Valdés, un joven actor amigo de Lucía en la universidad. La Dra. Lucía no se permitía mostrarse conmovida en lo exterior, pero internamente, la Dra. pensaba en aquel chico: era atractivo y atlético, estudiaba una licenciatura en arte dramático y coincidía con Lucía cuatro veces a la semana por cuatro horas. A ella le gustaba el teatro y asistió puntualmente al taller que ofrecía la facultad y al que Adriel estaba obligado a ir por su carrera, coincidir tantas veces tanto tiempo los volvió amigos, pero el corazón de Adriel tuvo que quebrarse al conocer a Vicente, novio ya de la bella y joven Lucía; no podía competir con él: era mayor, seguro de sí mismo, galante y, además, con auto propio y mucho dinero, no obstante, el carisma de Vicente se ganó también la amistad de Adriel.
Vicente no entendía nada de teatro, pero le gustaba ver a su novia actuar, fue en una de esas cuando conoció a Adriel, o mejor dicho, a Odilón, personaje interpretado por el aspirante a actor. Ahí se hicieron amigos tras una formal presentación por parte de Lucía. Aún sin saber nada de teatro la memoria y capacidad de análisis por parte de Vicente eran increíbles, por lo que solía platicar horas y horas sobre teatro con Adriel, quien estaba enamorado del arte y sus tertulias se prolongaron mucho tiempo después de finalizar la carrera. Fue cuando, tras obsesionarse con un personaje muy complejo, Adriel recurrió a su mejor amigo, quien le agendó citas en el consultorio de la Dra. Lucía, una excelente y recién recibida psiquiatra.
Adriel se le había insinuado en un par de ocasiones, pero las sutilezas no funcionaban en Lucía, por lo que decidió ser directo. Un tajante “no, gracias” como sólo Lucía podía emitirlo, borró toda esperanza en el actor. La terapia y los fármacos funcionaron en el muchacho y, de hecho, Adriel pudo haber sido dado de alta pero a Lucía de agradaba su compañía y ahora las citan eran un poco más para charlar con un buen amigo al final de una agotadora jornada de trabajo que para otra cosa.
Vicente llegó casi a la una de la mañana, Lucía dormía envuelta en sus sábanas y despertó el deseo de su marido, quien no logró despertarla. Había ya pasado mucho tiempo alejado de ella y comenzaba a afectarle a sobremanera, conversaban, claro, y mucho a través de sus teléfonos, pero no podían compensar la distancia de ninguna manera, siempre se habían deseado y el no sentirse juntos los hería. Más le hería a Vicente el no haber podido darle a tiempo la noticia a su esposa de que saldría con rumbo a San Luis Potosí de manera urgente al día siguiente, pues habían avanzado en el caso de los prestanombres y los pocos que quedaban por investigar tenían domicilio hasta ese estado. No sería más cuestión que la de ir y tomar declaraciones para volver lo más rápido posible, pero con los prestanombres anteriores lo difícil no había sido hacerlos cantar, sino localizarlos físicamente. Igual retrasaría el viaje un día, tan sólo uno para hablar con Lucía y explicarle su ausencia… no sería posible, los boletos habían sido comprados y saldría en unas horas, si tan sólo fuesen horas en que ella estuviera despierta. Dejó recados y se fue.
Ella se preparó, se puso linda, con un vestido corto de tela roja ajustada y elástica, se pinto los labios a la perfección, sombreó sus ojos y delineó sus párpados. Odiaba ir demasiado cargada de maquillaje, que además en ella estaba de sobra. No obstante, las bases, las sombras, los contornos, los colores y los polvos resaltaron mucho sus bellos y finos rasgos, haciéndose miles de veces más hermosa.
Aquella noche, el recepcionista del hotel entregó unas llaves con su tipico aire indiferente al señor que llegó, pero no pudo evitar arquear las cejas y apretar los labios luego de que unos quince minutos después llegara la Dra. Betancourt a preguntar por la habitación cuya llave había sido entregada anteriormente... Esta rutina se repitió muchas veces a partir de ese día.
Poco después de llegado el caballero al hotel, arribó una guapa mujer joven aún, con un vestido entallado color azul, medias semitransparentes de color canela y maquillaje al punto, su bolso Chanel que colgaba de su bello hombro derecho fue la envidia de la recepcionista, quien seguía suspirando por el caballero que recién había solicitado llave, así llegaba
a recepción, ya le conocían, poco después de ella llegaba algún
caballero que, sin preguntar, sólo saludando, pasaba por recepción y se
dirigía al corredor que conducía a las habitaciones. A el o a la
recepcionista les daba igual, pasaba muy a menudo con muchas mujeres y
hombres. Ella iba muy guapa esa vez, con una sonrisa parecida a la de
una virginal jovencita enamorada, pero nadie preguntaba lo ya sabido:
iba para portarse mal una vez más.
Lucía abría la puerta de la habitación, tenía corrido el cerrojo, pero ella había alcanzado a ver en el tablero que sólo había dos llaves, su amante ya se había presentado, el corazón detonaba mil revoluciones por segundo a la par de que su respiración se agitaba y se volvía cálida, como un soplo divino. Un calor impaciente hervía en medio de sus piernas y escalabas hacia su bajo vientre, continuaba escalando y llegaba frío a los pezones endurecidos que se resaltaban orgullosos a través del fino y entallado vestido entonces la puerta se abrió.
Adriel esperaba en un bar a que llegara la hora. Su rostro, que de por sí mostraba una ansiedad indisimulable aún para él, se contrajo en una mueca de desagradable sorpresa, cuando vio entrar a Vicente al local, iba bastante bien vestido, sin duda había llegado hacía un par de horas, suficientes para ir a la estética, ducharse y arreglarse para... ¿Qué?
Vicente echó un vistazo en derredor y miró por fin a Adriel, quien trató de mostrarse alegre por el regreso de su amigo, charlaron un poco y bebieron en silencio un rato largo, a juzgar por la actitud de Vicente, algo se traía, Adriel apenas tomó consciencia de que se había dejado el telefono en la barra a lado de su vaso cuando este vibró
- No sabes lo que me acaba de contar mi criada- dijo Vicente justo después de que el celular de Adriel vibrara.
Lucía abrió la puerta del hotel, adentro estaba oscuro, casi completamente, a no ser por una lamparita de noche a lado de la cama, que da una tenue y cálida luz a la habitación, pudo contemplar muy difusamente a un hombre sentado a un lado de la luz, pero colocado a tal distancia que las sombras le ocultaban casi por completo. La excitación de Lucía sería evidente a no ser por la oscuridad casi total, cerró la puerta y su mano buscó lentamente el botón para encender la luz
- No prendas la luz...- la voz fue imperante, además de resultar familiar, pero Lucía pensó que eso no sería posible - Al fin estás aquí en este hotel- continuó la voz y Lucía se supo sorprendida
- Vicente, yo...
- Imagina que no soy yo... que soy el otro, al que esperabas ver- la voz de Vicente vibraba víctima de la excitación, la lujuria apretaba sus cuerdas vocales quizá tanto o más que sus pantalones
- Desnúdate...
Una ambulancia y una patrulla recogían del basurero el cuerpo maltrecho pero vivo de un joven, el único testigo de lo ocurrido: el tipo que atendía el bar conocido "El Templo del Morbo", relató que salió de su bar acompañado de un señor de buen ver.
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