martes, 9 de julio de 2013

Hime Krasivy (Narración)

¿Quién es la inspiración de mis poemas? ¿Quién es la que enciende con su bella y roja flama mi delirio amoroso para escribir empedernidamente? ¿Quién hace que mis palabras se vuelvan cursis y metódicas solamente para exagerar al punto de lo inentendible toda su belleza? ¿Quién hace que yo tema dormir por el simple hecho de que tengo miedo de no soñar con ella? 
    Es simple, simple y repetitivo como jamás lo serán las historias verdaderas de Amor. Una Princesa, que con su gran belleza logra deslumbrar a este pobre plebeyo, uno de los muchos que se postran con mirada espabilada a las orillas del sendero que recorre solamente para que un rayo de la luz brillante que irradia toque nuestros ojos embelesándolos y así caliente nuestros rostros.
    Ella es la princesa Hime Krasivy, una noble dama de pureza sin igual; sus ojos son el más hermoso poema de amor que jamás se haya escrito, una tierna poesía inspirada únicamente en su rostro y escrita de una manera tan dulce como su voz, la compostura de aquellos versos son resguardados por sus labios y sostenidos para siempre en el negro misterioso y profundo de sus cabellos.
   Sus rojos, tiernos y dulces labios están encantados, con una sustancia que nadie puede distinguir entre la medicina o el veneno, el hombre que haya tenido la dicha o la desgracia de besarles, seguramente se encontrará vagando todavía en el infinito de esa pasión de la cual son poseedores. Aquellos labios deliciosos, encantados, son la única e inescrutable  compuerta a una hermosa galaxia, cuyas estrellas son las brillantes perlas de sus dientes, que por verlas los hombres mueren y las demás mujeres se enrabietan.
   No obstante, rostro refleja tristeza, una tristeza desconocida, causada seguramente por un acto tan infame como para querer atentar contra la belleza de aquella criatura; sin embargo, ni la tristeza, ni los años podrán cubrir con su horroroso y denso polvo la belleza natural que siempre existirá en ese rostro tan perfecto, como perfecto solamente podría ser el mismo Dios.
   Ella es la Princesa... como la conocen todos, como la conozco yo... la Princesa Krasivy, cuya piel deseo tocar sin importar que mis manos se corten y mi piel se agriete con la dulce finura de la seda de su piel, creo que ni siquiera la seda es tan suave como la piel de la Princesa; no existe ningún tejido, por esmerado que se fabrique, que pueda siquiera intentar la gran osadía de superar la perfección de Hime Krasivy. 
   Cae la noche, como caen sus cabellos negros, pero hasta la inmensa y profunda oscuridad nocturna se somete al negro de sus cabellos, que al descender someten toda clase de tiniebla y nos brindan una oscuridad acogedora. Yo quiero perderme en esa oscuridad y quedarme dormido en el inmenso sueño de su perfume, esperando a la muerte, que es la única capaz de arrancarme del inmenso idilio al que la fantasía de donde ha nacido la Princesa me ha sometido.
   ¿Existe acaso una belleza tan grande como la de Hime Krasivy? Quizá sólo en el paraíso, cuya prueba de su existencia es la Princesa Krasivy, seguramente es la criatura cuya ausencia ha dejado en tinieblas al mismo Luzbel. 
   ¿Qué merito tenemos los mortales para disfrutar de una obra de arte como Ella? Seguramente se trata de una de las rosas que la Virgen plantó en la tierra y que ha crecido tan hermosa como la divinidad misma. La obra misma del amor, la mujer perfecta de los poetas, la figura sin falla de los escultores,  la musa inspiradora de los pintores, la inspiración misma de los escritores, cada musa de cada uno de los artistas consumada en una creación sin igual. Después de la Princesa, no habrá artista ni creación que valga la pena admirar.
   ¿Qué mérito tengo yo que me atrevo a enamorarme de ella? ¿Para intentar plasmar su belleza en medio de estas letras muertas? No lo sé... tal vez se deba a que toda mi cordura y razón se han ido con ese destello de luz que ella una vez dejo caer sobre mí. Así es, soy dichoso entre todos los mortales, porque durante una brevedad, pude amarla y tener su amor infinitamente esplendoroso.
   Sin embargo, me di cuenta de que su corazón era tan valioso, que intentar poseerlo se trataba de un pecado inexpugnable. 
   Por eso, la bella Princesa se ha ido al cielo, a 42, 274, 352 años luz de la tierra, una distancia que esconde perfectamente su identidad. Porque solamente el cosmos es tan infinito como para salvaguardar de manera integra tanta belleza y perfección.
   Ahora es solamente una estrella más entre todas las que iluminan las románticas noches de los enamorados y las solitarias noches de los artistas. Ella se elevó para siempre en un lugar donde jamás la podré alcanzar, donde estará segura, donde mis manos no podrán profanar su cuerpo, ni mis besos enturbiar aquella boca, donde mis letras no podrán expresar las terribles herejías de intentar describir su belleza. Donde mi amor no podrá alcanzarla.
   Ella brilla, solitaria, pero siempre hermosa, y brillará por toda la eternidad... puedo escuchar las notas musicales de su voz y la dulce melodía de sus palabras que me envuelven cada noche en una canción de amor. La veo brillar todas las noches, la Princesa Hime Krasivy, poseedora de una gran belleza y de un infinito amor; los cuales tuve la osadía de querer poseer. Ella se ha ido al cielo nocturno, de donde yo pienso que jamás debió bajar, y ha vuelto a dejar a todos los mortales inmersos en la soledad.
   Desde ese cielo oscuro y frío que se ilumina y se calienta con su presencia, suelo imaginarme noche tras noche que me grita: TE AMO.



sábado, 6 de julio de 2013

El Mundo Se Acabó

Había muchísima gente, cada una ocupada en sus propios problemas y conflictos, realizando cosas que el mismo momento vivido meritaba. Muchos tomaban fotos, otros tantos se abrazaban y felicitaban a sus hijos que habían terminado el bachillerato; los profesores sonreían con gran satisfacción al ver a sus alumnos terminar sus estudios, bien o mal, pero estaban orgullosos.
   Me encontraba claramente en medio de ese detestable bullicio y caos que se hace característico de los eventos como ese, de momento forme parte de él y me perdí en medio de todo ese enorme embrollo, como si no pensara o no fuera dueño de mis propias acciones, dejé que las emociones guiarán un poco mi actos para poder comportarme de la manera más acorde a lo que estaba viviendo.
   Sin embargo, no me hallaba en ese lugar, entre toda esa gente y opté por retirarme para darme un ligero respiro.
   Fue en ese preciso momento en que me volví para darle la espalda a todo, que todo se acabó: no escuché jamás de nuevo el ruido que producían los llantos, las felicitaciones, los elogios, el arrastrar de sillas y demás cosas que perturbaban mi mente en esos momentos, en menos de una milésima de segundo todo quedó en silencio, un silencio espectral que sólo llega cuando todo se acaba.
   Mis pies dejaron el suelo, y mi alma el cuerpo que la encerraba, mis ojos se enfocaron en seguir la más hermosa visión que pudieran haber tenido en mi aún breve existencia.
   Sintiéndome a flotar en el enorme vacía de la nada, me aferré a esos brazos, aquellos brazos que cálidamente supieron satisfacer la necesidad de alguien en medio de la soledad, de alguien que habita en ella aún envuelto por el temor de no salir jamás.
   El mundo se acabó, y nada más existió sobre la faz de la tierra que valiera la pena que existiera en ese momento, todo lo que constituye al mundo tenía un valor tan superficial y prescindible que no hubo necesidad de mantenerlo en el ambiente. Solamente la existencia de dos corazones que luchaban por fundirse en uno solo contra los huesos, la carne y la piel que los separaba uno del otro.
   El mundo se acabó en medio de tus brazos, el ruido se convirtió en silencio con el latido de tu corazón, el aire se transformó en vacío con tu respiración en mi oreja y todo se volvió nada al percibir en mi mejilla la fina seda de tu piel, el mundo no existió para mí mientras aquella tierna caricia que se daba con el pretexto de la situación se fundía en la más pura percepción de los más raros sentimientos.
   El mundo se acabó, porque nada más importa cuando estoy contigo; el mundo se acabó porque tarde o temprano me tuve que separar de ti mientras escuchaba a mi corazón gritar mientras se negaba a apartarse del tuyo, cuando mi piel se separo de la tuya con el ruido doloroso de una ruptura y nuestras vidas seguían su camino para no saber cuándo volverían a unirse pero con la seguridad inefable de que lo volverían a hacer.
   Cuando el mundo se acabó, me retiré del lugar, despidiéndome de lejos y por fuera pero siempre satisfecho por jamás haberme despedido por dentro.

Herejía y Fe*

Quisieron hacerme creer que no te merecía; todo el mundo estaba de acuerdo, menos yo.   Quisieron hacerme sentir que no merecía tu cariño y ...