Había muchísima gente, cada una ocupada en sus propios problemas y conflictos, realizando cosas que el mismo momento vivido meritaba. Muchos tomaban fotos, otros tantos se abrazaban y felicitaban a sus hijos que habían terminado el bachillerato; los profesores sonreían con gran satisfacción al ver a sus alumnos terminar sus estudios, bien o mal, pero estaban orgullosos.
Me encontraba claramente en medio de ese detestable bullicio y caos que se hace característico de los eventos como ese, de momento forme parte de él y me perdí en medio de todo ese enorme embrollo, como si no pensara o no fuera dueño de mis propias acciones, dejé que las emociones guiarán un poco mi actos para poder comportarme de la manera más acorde a lo que estaba viviendo.
Sin embargo, no me hallaba en ese lugar, entre toda esa gente y opté por retirarme para darme un ligero respiro.
Fue en ese preciso momento en que me volví para darle la espalda a todo, que todo se acabó: no escuché jamás de nuevo el ruido que producían los llantos, las felicitaciones, los elogios, el arrastrar de sillas y demás cosas que perturbaban mi mente en esos momentos, en menos de una milésima de segundo todo quedó en silencio, un silencio espectral que sólo llega cuando todo se acaba.
Mis pies dejaron el suelo, y mi alma el cuerpo que la encerraba, mis ojos se enfocaron en seguir la más hermosa visión que pudieran haber tenido en mi aún breve existencia.
Sintiéndome a flotar en el enorme vacía de la nada, me aferré a esos brazos, aquellos brazos que cálidamente supieron satisfacer la necesidad de alguien en medio de la soledad, de alguien que habita en ella aún envuelto por el temor de no salir jamás.
El mundo se acabó, y nada más existió sobre la faz de la tierra que valiera la pena que existiera en ese momento, todo lo que constituye al mundo tenía un valor tan superficial y prescindible que no hubo necesidad de mantenerlo en el ambiente. Solamente la existencia de dos corazones que luchaban por fundirse en uno solo contra los huesos, la carne y la piel que los separaba uno del otro.
El mundo se acabó en medio de tus brazos, el ruido se convirtió en silencio con el latido de tu corazón, el aire se transformó en vacío con tu respiración en mi oreja y todo se volvió nada al percibir en mi mejilla la fina seda de tu piel, el mundo no existió para mí mientras aquella tierna caricia que se daba con el pretexto de la situación se fundía en la más pura percepción de los más raros sentimientos.
El mundo se acabó, porque nada más importa cuando estoy contigo; el mundo se acabó porque tarde o temprano me tuve que separar de ti mientras escuchaba a mi corazón gritar mientras se negaba a apartarse del tuyo, cuando mi piel se separo de la tuya con el ruido doloroso de una ruptura y nuestras vidas seguían su camino para no saber cuándo volverían a unirse pero con la seguridad inefable de que lo volverían a hacer.
Cuando el mundo se acabó, me retiré del lugar, despidiéndome de lejos y por fuera pero siempre satisfecho por jamás haberme despedido por dentro.
sábado, 6 de julio de 2013
El Mundo Se Acabó
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