Un
destello de luz brillante comienza por tocarme la moral dándome de
lleno en la cara; me revuelvo entre mis cobijas sintiendo el sudor
empapando mi camiseta y mis pantalones. Meto la mano entre mis huevos
dispuesto a estrujarme como un señor, pero recuerdo que tengo visita,
mejor dicho, tengo que visitar a alguien, por lo que dejo mi erección
palpitar solitaria en mis calzoncillos sin saber si me agradece o se
contraría. Me levanto. El repartidor de tortillas pasa por la cerrada a toda la velocidad en su motocicleta, tocando el claxón como un matado. Hace lo mismo diario en las mañanas y en las tardes. El hijo de puta es mi despertador habitual, pero esta mañana le he ganado y en la tarde no estaré para escucharle. Es que hoy tengo visita.
Es
una mañana fría de enero, el sudor se congela haciéndome tiritar y el
que tengo en los pies hace difícil caminar en sandalias. Haciendo un
sonido fangoso con cada paso salgo al jardín a regar mis plantas, parece
que se dan cuenta de quién las riega, les doy los buenos días y una
buena rociada de orina, después agua, porque las plantas necesitan mucha agua.
Regreso
a mi habitación, con ganas de mandarle un mensaje para confirmar la
hora, pero no me ha contestado los mensajes anteriores y tampoco quiero apilar
un montón de recados en su bandeja de entrada como ya lo están mis solicitudes en las empresas.
Así que dejo el teléfono en donde suelo dejarlo siempre: en la mesa de
noche. Me miro en el espejo, mi cabello enmarañado se esfuerza por
crecer sin importarle en qué dirección, mis ojos se ven decaídos por el
insomnio, y mi piel toda está lubricada en grasa, una cucaracha podría
patinar sin problema sobre mi frente
"qué bigote más asqueroso... me quita el autoestima"
pero mi habitación en general ya lo hace.
La
leche está fría, sólo el agua está un poco tibia, me sirvo una poca en una
taza, pero no hay café, sólo chocolate en polvo. Mientras espero a que
la leche se caliente recibo su mensaje, ha atrasado la visita una hora,
pero no le veo mayor problema, mientras pienso qué responder se tira la
leche... la poca que queda la completo con el agua que ya se enfrió
y terminó el festín con un trozo de pan. Resuelvo a contestarle a la madre de mi hijo "sí, está bien" y pregunto por el humanito. No hay respuesta, nunca responde rápido. A veces ni siquiera responde.
Aprovecho para escombrar mi habitación, el polvo se ha acumulado en mis libreros y en mis libros... la basura se amontona en la mesa de noche, el tocador y en general cualquier espacio que no sea la papelera. Raspo con una navaja los restos de ceniza que quedan pegados en mi pipa de hierba, vierto el polvo negro en la tapita de una bic, y me lo fumo como un yonqui desesperado.
Ni bien siento el efecto, conecto el cable auxiliar a mi teléfono y escuchando mi música favorita contemplo el desmadre debajo del cual se encuentra mi habitación. Han pasado diez minutos y doy la segunda fumada, la bocanada que expulso es inmensa, ha sido un buen jale. Lo primero en quedar hecho es la cama, contemplando mi obra bien hecha doy la tercera fumada a mi tapita, estoy debidamente colocado.
Me dan las tres de la tarde y el cuarto queda limpio y ordenado, el suelo barrido, el librero bien organizado, no hay un sólo papel fuera de la papelera, ni polvo acumulándose sobre ningún mueble. Ha sido un buen trabajo. Estoy justo a tiempo para quitarme el bajón con una ducha y el monchis en casa de la madre de mi hijo. Hoy visitaré a mi campeón.
Mientras me ducho pienso si hoy seré el "contesta todo" pues suele preguntarme ¿qué es esto? para que yo se lo diga, aunque él ya lo sepa. Me agrada el humanito porque se pone a charlar conmigo, quizá me enseñe sus juguetes, tal vez me toqué ser un caballito. Por primera vez en el día me siento un poco emocionado. Siento algo.
El hambre es perra, pero me aguanto. En media hora ya estaré comiendo... Tengo un mensaje en mi teléfono. Me ha postergado la hora de visita otra hora y no me ha contestado el mensaje de mi hijo. De cinco a ocho no es mucho tiempo, pero es en balde reclamar. Mejor un poco que nada.
Me preparo algo de comer, lo primero que encuentro. Y le marco al dealer para conseguir más yerba. La transacción es rápida, lo veo a unos cien metros de mi casa. Lo saludo, me pasa "eso", yo le doy el dinero y cada quien por su rumbo. La vida se puede hacer tan fácil, pero existe gente que la vuelve tan difícil. Dan las cuatro y alisto mi pipa, la llevaré, estoy seguro de que a ella le encantará.
Me pongo a pensar que quizá debería dejar de fumar, por mi hijo. Ya sabes, uno como padre siempre se clava en esa basura de querer ser mejor, pero... ¿mejor que quién? ¿que aquellos que no fuman? Madre mía, si sólo hay que ver a tanto psicópata en la calle, tanto asesino, tanto culero y de todos ellos menos de la mitad han llegado a darse un sólo colocón en su vida. Basta con ver a toda la bola de desgraciados comprando café por la mañana, tarde o noche: todos somos unos adictos, unos viciosos.
Otro mensaje llega... Ya no será. Me ha cancelado la visita. No le ha dado tiempo y ya no podremos vernos. O al menos eso dice y no me queda de otra que creerle. El mensaje que preguntaba por mi hijo se quedó sin contestar. No le reclamo nada, no vuelvo a preguntar nada, todo queda en un mensaje preguntando si mañana sí podré ir a verlo. Nuevamente me toca esperar.
Hoy tenía visita, mejor dicho: hoy iba a visitar a alguien. Ya no seré el "contesta todo", ni podré charlar con el humanito. Ya no veré juguetes, ni seré caballito. Las pocas ganas de ser mejor se me quitan. Me quedan mi marihuana y mi cuarto que a partir de aquí se comienza a ensuciar, empolvar y llenar de basura. Otra vez el
repartidor de tortillas pasa por la cerrada a toda velocidad en su jodida
motocicleta, tocando el claxón como un matado <<¡VETE A LA VERGA, HIJO DE TU PUTA MADRE, CÁLLATE YA!>> Y me fumo mi pipa de marihuana, igual que un yonqui desesperado.