Ha sido un día caluroso y lleno de color, pero a esta hora de la tarde las nubes comienzan a ocultar la luz del sol y convierten poco a poco una mañana soleada en una tarde nublosa. Nunca suelo ser puntual pero esta cita para vernos es importante y llego a tiempo al parque donde nos hemos citado.
No recordaba el parque así, estuve aquí hace muchos años, él era quien me traía. Había una banca a la mitad del parque, me parece recordar, en todo el perímetro reinan frondosos árboles y a la sombra de uno de ellos se encuentra un puesto de artesanías cuyo mantel se agita con el viento.
Ahora lo veo, está sentado en la banca en medio del parque, la tarde es bochornosa pero él ha insistido en ponerse traje - él y sus trajes- pienso mientras sonrío y me acerco. Seguramente se sorprenderá al verme porque los años me han cambiado bastante, mientras él sigue tal cual lo recuerdo.
No es un hombre alto, es más bien un poco chaparro, robusto, con barba de la cual asoman indiscretas unas canas, lo mismo en sus cabellos que si no fueran tan oscuros no delatarían tanto esos brotes blancos que lo hacen ver tan guapo para mí, acortando la distancia aprecio sus grandes ojos, su cabello chino, su piel morena. Se desarruga el traje al levantarse y antes de ponerse a caminar para estirar las piernas revisa sus zapatos pulcramente boleados; esta nervioso, se le nota, él siempre supo ser y se ve graciosísimo un hombre de su edad consultando el reloj a cada rato inquieto como un adolescente.
No me ha visto aún, pícaramente rodeo el parque asaltada por la emoción, ya es hora y él lo sabe, por eso voltea a todos lados y consulta su reloj. De repente se acuerda que no ha mirado hacia atrás y entonces voltea.
Se le nota sorprendido, pues ve a una Alicia muy guapa, delgada y preciosa bajo el vestido entallado color rojo, nota mi collar y aprecia mi pálido cuello que eleva de manera soberbia mi cabeza; me he puesto el reloj caro que le da presencia a mis delgados brazos y sube la mirada que delata su admiración al ver mi largo y ondulado cabello castaño que no sabe disimular mi blanca piel.
Caminamos uno hacia el otro, encontrándonos en la reja, Adrián permanece en shock y se queda ahí de pie admirando mi belleza... admirando a su bella Alicia. Nuestras sonrisas se convierten en muecas ridículas intentando retener el llanto tan odiosamente inevitable en momentos como este; pongo mi mano izquierda a la altura de su rostro sobre la malla ciclonica queriendo tocarlo y por fin asoma de su ojo derecho una lágrima que recorre su gruesa mejilla, yo bajo la mirada conteniendo el llanto, siento de momento la mano de él junto a la mía a través de la reja. Solía tener un anillo en el anular de esa mano, ha desaparecido.
Levanto la mirada y lo veo
- Hola- me río y acomodo mi cabello, él me sonríe y me observa.
- Qué placer volver a verte.
Qué placer volver a oír su voz. Dejo caer mi cabeza hacia la izquierda.
- Lo sé, han pasado tantos años desde... - No me entero de si me escuchó o no, una nube barrunta estridentemente la cercanía de la tormenta, siento un poco de miedo y seco unas lágrimas con disimulo aprovechando que Adrián ha volteado a ver la nube. No engaño a nadie y me ve con tristeza.
- Sabes que no quise lastimarte así - me hiere la culpa que carga su voz. - Lo quiso la vida y yo no pude hacer nada.
Dice la verdad, él nunca me mintió. Lo veo con tanta nostalgia, me tiemblan los labios, me gana el llanto.
- Ya lo sé... - le digo entre sollozos - Y no te reprocho nada ni te reclamo nada ¡Sólo me hubiera gustado estar más tiempo contigo! - me privo entonces como una chamaca. Quito mi mano de la reja y Adrián quita la suya como golpeado por un rayo. No puedo más, me volteo dando un paso hacia atrás llevándome las manos a la cabeza queriendo evitar que estalle. Limpio mi rostro una vez pasada la crisis, volteo luego a verlo de cerca y puedo entonces continuar hablando. - Te extraño muchísimo
¿sabes? - él ve su reloj.
¿sabes? - él ve su reloj.
- Mi niña, sabes que me dolió más a mí, me ha dolido tanto no poder estar contigo todos estos años cuando más me necesitabas, cuando necesitabas un hombro para llorar - se aferra a la reja con ambas manos como un prisionero desesperado y no deja de verme, no deja de llorar. - Mi princesa, te amo. Todos estos años he sufrido tanto, cada día que pasaba mi corazón se destruía al saber que no podía estar contigo; al ver por la ventana correr los días, las noches sabiendo que estabas muy lejos de mí, que a lo mejor necesitabas algo... - agacha la mirada como un adolescente avergonzado - Y yo sin poder hacer nada.
Vuelvo a separarme de la reja y miro hacia el cielo sintiendo como se hace un nudo en mi garganta
- Yo sólo necesito un abrazo tuyo, sólo he deseado poder verte, abrazarte con todas mis fuerzas, no necesito otra cosa, me conformo con eso ¡No se puede..! Esta reja nos separa, pero al menos te vi. Tal vez no pueda volver a tener un abrazo tuyo, pero al terminar este día me iré feliz de que te volví a ver, de que pude platicar contigo y pudiste ver que estoy saliendo adelante a pesar de todos los tropiezos que he tenido. Te prometí algo, te dije que cuando te volviera a ver sería sólo cuando fuera alguien exitosa, alguien que salió adelante para que vieras que no necesité de nadie para tener dinero, casa, mi propia familia, todo lo que yo quisiera... sólo hay algo muy importante en mi vida: tú. Sin ti me siento sola, de nada me sirve tenerlo todo si tú no estás.
El hombre que atiende el puesto de artesanías comienza a recoger sus cosas para irse. Adrián voltea a ver su reloj y su boca se tuerce en un gesto de disgusto.
- Pero lo tienes todo. Tienes todo lo que siempre soñaste, viajas cuando quieres, has cumplido tu sueño de ser doctora, tienes tu propia casa, y ganas bien... incluso tienes una buena familia, note puedes quejar, eres feliz tú no me necesitas y lo sabes.
El nudo en mi garganta se constriñe, sonrío y volteo con desesperación hacia la izquierda, jalo tanto aire como puedo y volteo a verlo. Soy yo la que ahora se aferra con desesperación a la reja.
- No puedes decirme que no te necesito - casi le grito. - porque sabes que eso es mentira. Sí, tengo todo eso, pero entiende: sin ti me siento sola a pesar de que esté rodeada de mucha gente, nadie ha entendido este dolor que siento en mi corazón por ti, todos estos años mi dolor y sufrimiento han sido por ti... Porque te fuiste ¿Sabes? renunciaría a todo con tal de volver a tenerte, sé que es imposible pero...
El señor del puesto de artesanías se ha acercado y le hace una seña a Adrian, él lo voltea a ver, se mese los cabellos con desesperación y resuelve hacerle una seña de que lo espere. Ahora soy yo la que revisa el reloj.
- Perdona por interrumpir - se disculpa como un caballero. Suspiro y agacho la mirada triste. Lo veo.
- Ya es hora ¿verdad?
- Sí, así es - asiente con la cabeza, está triste y para que no se sienta mal le sonrío y penetro su mirada con todo el amor de la mía
- Bueno... esta es la despedida, venía con ganas de decirte tantas cosas, pero no nos alcanzó el tiempo. Al menos tuvimos una despedida, no como la última vez que te vi. Te amo, eres un grandioso hombre, gracias por hacerme feliz los pocos años que estuviste a mi lado, jamás los olvidaré ¿Sabes? todos los días recuerdo aquellos años como si hubieran sido ayer.
Adrián no deja de llorar y vuelve a poner su mano en la reja.
- Mi princesa, mi dulce princesa... te amo y sabes que siempre te cuidaré, siempre estaré contigo. Te llevo en mi corazón como yo sé que estoy siempr en el tuyo. Ya es hora de marcharme, me esperan.
- Sí, ya lo noté- le digo llorando y sonriendo. - Le agradeces por haberme dejado verte. Te amo y cuídate mucho.
Antes de dejar que me vaya, Adrián me entrega una de las artesanías del puesto del señor: un colibirí lleno de color, tallado con detalle en piedra volcánica, es precioso. Emprendo la marcha de regreso a casa. Volteo a verlo por última vez, sigue ahí. Nos sonreímos.
- ¡Te amo! Me saludas a todos - me dice despidiéndose con la mano. No puedo evitar reírme.
- Sabes que no puedo hacerlo, me dirán que estoy loca ¡Te amo mucho!
Permanece ahí parado, con suavidad, el hombre de las artesanías lo toma del brazo y juntos emprenden la marcha. Veo como se van alejando cada vez más. Mirando al cielo le arrojo un suspiro, aprieto la figura del colibrí contra mi pecho y llorando le susurro:
- Te amo... descansa... papá
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