viernes, 2 de mayo de 2014

El Arlequín.


Capítulo I

Yo Soy Pagliacci

El pueblo de Barrón en Nicolás Romero no gozaba de más popularidad, como el resto del municipio, que de la que le otorgaba el temor a los asaltantes y la lengua larga de las señoras de edad que tenían mucho tiempo viviendo ahí. El quiosco, erigido al pie de las escaleras de la iglesia, tenía una plaza muy bien hecha, en la cual estaba prohibido jugar futbol, por lo que casi nunca era usada en las tardes. Había casualmente en dicha plaza unas parejitas haciendo uso de las bancas alrededor o muchachos en sus bicicletas.
   La plaza se encuentra bardeada de una de sus orillas, y al otro lado de la calle hay una farmacia; a la izquierda, un local agradable de tacos; a la izquierda, un consultorio médico de popularidad mediana entre el pueblo, ya que unos metros más adelante, se encuentra otro médico de mayor prestigio.
   Pero el consultorio al lado del puesto de tacos está bien, dice el extraño muchacho vestido de mezclilla negra y suéter con cuello de tortuga también negro, tiene la piel increíblemente delgada y de un color rosado, casi rojo, que da la apariencia de estar irritada, al momento de girar el cuello, los pliegues que se forman por su piel se resaltan y se quedan remarcados como si tuviera piel de albanene. También sus ojos son peculiarmente extraños, son tan negros que no se distinguen sus pupilas y poseen un brillo inmenso, tan inmenso como su tamaño.. Dicho joven es alto, delgado, se le nota que goza de muy buena condición, aunque su rostro posee unas profundas ojeras y sus labios dibujan una tristeza cruel, mientras su mirada es enamorada contrastando con el resto de su cara.
   El joven entra en el consultorio del doctor, hay otras personas esperando: otro joven que tiene en la ceja una abertura sangrante que descansa en las piernas de una chica hermosa la cual sostiene una gasa en la fuente del sangrado; también hay un tipo con una mueca indescriptible de dolor debido a la herida podrida que tiene en la unión del codo, y por fin está el muchacho con depresión vestido de negro; las personas que ya están en la sala de espera se le quedan viendo y lo arrasan con la mirada unas cien veces por lo menos antes de regresarla a sus respectivos problemas; inmediatamente, toda aquella chusma sabe que él no es del pueblo y pierden el interés en él.
   Las horas pasan y un poco de vida aparece en la plaza, una vendedora de elotes se coloca en una esquina afuera de la plaza; poner un puesto en la plaza es delito local, por ello la mujer se queda en la equina. El joven mira a una pareja que llega para sentarse en las banquitas a disfrutar del amor, ambos enamorados charlan por unos breves instantes que para ellos deberían de ser eternos y después de mirarse a los ojos con coquetería acercan los labios de uno a los del otro y el joven vestido de negro se imagina que el afortunado novio es él y la embelesada chica es Rosario, aquella joven que nunca le hará caso. Distrayéndolo de su visión, un póster desafortunado que, llevado por el viento, ondea salvajemente como si quisiera llamar la atención de aquel muchacho, consiguiéndolo sin mucho esfuerzo.
    Después de ondear otro poco por los aires, el póster se queda pegado por la fuerza del viento en un poste de luz, y deja revelado su mensaje:

“El Gran MIMOCIRCUS”

   La fuerza del viento arroja el póster nuevamente y se pierde en la distancia, pero el tiempo que estuvo plasmado fue suficiente para que aquel joven ensimismado en el profundo pensamiento llamado nada, se hundiera con mucha más fuerza, como si quisiera descubrir la razón de ser de aquel cartel.

   A Barrón ha llegado un pequeño circo, se hace llamar el grandioso espectáculo del MimoCircus, es la manera en que la grabación que sale del megáfono anuncia el circo por los pueblos colindantes. El Centro de Espectáculos la Corona es la sede de la pequeña carpa, de hecho se trata de un circo bastante pequeño. Sin embargo tiene de todo: chicas guapas a caballo, monos a caballo, monos  haciendo malabares,  volando en el trapecio. Gente haciendo malabares y volando en el trapecio, los entrenadores de tigres, magos, hombres fuertes y: un arlequín.
   El arlequín es la atracción principal, se dice que es un fantástico actor, cantante, bailarín y poeta como dice la grabación del megáfono. Mucha gente no sabe lo que es un arlequín, se preguntan entre vecinas y muchas personas se deciden a ir al MimoCircus.
   Cuando la función comienza, la lona de la carpa se ilumina de círculos de luces hechos por los reflectores y la voz del animador anuncia el primer número:
― Damas y caballeros, niños y niñas de todas las edades, sean bienvenidos al más bello y artístico espectáculo circense de todos los tiempos. Hagan el favor de dirigir su atención al centro de la pista. Con ustedes, el único e inigualable, el más alegre de todos los payasos…― las luces se apagan y comienza un redoble de tambores ―. El arlequín: Pagliacci― todos los reflectores iluminan el centro de la pista y se ve a un curioso payasito. Tiene un ­cucurucho en la cabeza color blanco, a lo largo tiene bordadas cuatro estrellas negras aterciopeladas y en la punta tiene una enorme bola de algodón color negro. Su rostro está pintado de blanco, en sus ojos tiene pintadas unas estrellas con maquillaje negro, una pelota negra en la nariz y más maquillaje negro en la boca que exagera la sonrisa. En su cuello lleva un adorno de puntas color blanco y su apretado mameluco de rombos negros y blancos le hace ver como un niño excéntrico, además de que en lugar de botones tiene pompones negros. Sus zapatos terminan en una larga punta, tienen bolas gigantes de algodón negro en el empeine, tres para ser exactos y en la punta un cascabel. Por último, en  sus manos tiene puestos unos guantes como los de Mickey Mouse.
   El arlequín tiene las manos en la espalda, al llevarlas hacia enfrente hace ver que tiene un violín y su mástil. El violín se encuentra afinado en un tono muy alto, por lo que las notas suenan bastante alegres, de hecho la melodía es tan infantil que la gente empieza a sonreír y a aplaudir a un ritmo constante. Pagliacci brinca con los pies juntos al mismo ritmo de las palmas, cuando la gente empieza a dejar de aplaudir, Pagliacci deja de saltar y de tocar y hace gestos de reclamo, la gente aplaude nuevamente y Pagliacci salta, los espectadores la captan y aplauden lento, Pagliacci salta y toca lento, aplauden muy rápido, Pagliacci salta y toca rápido, pronto la carpa es un escándalo de aplausos y Pagliacci ya no puede seguir el ritmo y hace unos pasos desequilibrados por el resto de la pista, grita y arroja su violín al suelo, con una cuerda amarrada del violín a su manga, hace parecer que el instrumento rebota y la gente estalla de risa. Pagliacci vuelve a tocar la desconocida pero alegre melodía y empieza brincar la gente vuelve a aplaudir y en un momento dado, los brincos se Pagliacci se hacen en extremo altos y casi mágicamente aparece un canguro mecánico, Pagliacci recorre toda la pista brincando y tocando, sale de la pista alegrando a la gente.
   El arlequín usa su canguro para subir por las gradas sin dejar de tocar, regresa por fin a la pista dando un giro mortal hacia enfrente, quitándose el canguro y cayendo de pie de frente al público quien emocionado colma los oídos del arlequín con aplausos.
   Es el turno de las chicas hermosas haciendo acrobacias con los bellos caballos, los giros mortales hacia enfrente y hacia atrás mientras los caballos brincan obstáculos hacen a los espectadores aguantar la respiración, el animador del circo toma la palabra y da el anuncio de los monos, las dos chicas detienen sus caballos y bajan, los caballos vuelven a correr y entran los monitos en fila tomándose de las colas con una mano y rascándose la cabeza con la otra, son cuatro changos y suben de a dos en los caballos. Al centro de la pista es colocado un aro grande un poco cerca del suelo y un aro más chico un tanto más arriba del primero, el caballo salta el aro más grande y los monos el más chico, las personas aplauden.
   Los simios se suben uno en los hombros de otro y se intercambian de caballo, la gente grita y aplaude emocionada. De pronto la gente estalla en risas, entran otros cuatro monos sólo que el cuarto no es un mono, es Pagliacci, quien entra encorvado en cuclillas tomándose  de la cola del simio con una mano y rascándose la cabeza con la otra, mientras hace gestos con la boca.
   Los cuatro primeros monos detienen los caballos haciéndoles una caricia en el cuello, desmontan y se van, entran otros dos caballos descansados y un tercer equino con ellos, éste es blanco, Pagliacci monta en él junto con uno de los monos recién llegados, Pagliacci al principio muestra torpeza y casi cae dos veces del caballo, mientras los changuitos hacen su espectáculo sin tomarlo en cuenta. Al momento de saltar por el aro. Pagliacci hace señas de valor y se ve decidido a saltar junto con su primate amigo, pero metros antes Pagliacci se acuesta a lo largo en el lomo de caballo y pasa por el aro junto con él, el entrenador detiene a las bestias con el sonido de su látigo, los tres monos y los otros dos caballos salen de la pista y el entrenador se queda solo con Pagliacci, quien pone cara de avergonzado y mueve exageradamente la boca diciendo “ya la regué”, la gente ríe.
― ¿Qué haces?― grita el entrenador ―. ¡Estás echando a perder todo nuestro trabajo!
― No patrón― dice Pagliacci, su voz es gangosa y chillona pero bastante entendible, suena tan graciosa que la gente ríe ― lo único echado a perder aquí son esas coles de bruselas que tiene atoradas ahí mire― señala y trata de meter un dedo en la boca del entrenador pero se lo quita de encima furioso.
― Ya… explícame algo ¿por qué sales junto con los primates?
― Ah pues ¿si se acuerda de rosita, la chica del caballo?
― Sí.
― Es que ella me dijo que soy muy mono― la gente suelta carcajadillas.
― ¿A sí? Pues para que se te quite lo mono te voy a hacer saltar ése aro como los demás primates.
― Ay, patrón, usted exagera, si ese aro lo salto hasta con los ojos cerrados.
― Ah, qué bueno que me lo dices… ¡Sansón!― grita el entrenador y aparece un hombre alto y bastante musculoso con una antorcha y le prende fuego al aro que Pagliacci debe saltar, el arlequín hace una mueca exagerada de horror, mientras retuerce las manos en su pecho, levanta la pierna y flexiona cuerpo haciendo un sonido chirriante, decide irse pero el entrenador da un chicotazo con el látigo en las nalgas de Pagliacci, quien brinca y hace muecas de dolor, brinca y brinca en dirección al caballo blanco y de un brinquito, bastante espectacular, monta el caballo, el entrenador se acerca a él, lo jala del pompón de hasta abajo del mameluco pero una cuerda sale de él y se estira, el entrenador suelta el pompón y regresa a su lugar, toma el pompón de más arriba y jala a Pagliacci hacia él:
― Escúchame bien, mimo sin trabajo: debes atravesar tres veces el aro con fuego o si no― el entrenador recorre su propio cuello con el dedo meñique, el arlequín traga saliva, se acomoda el cucurucho y dice
― Ok… hazte  pa’ allá― Pagliacci oprime el pompón de en medio y un chorro de agua la cae al entrenador en la cara, quien suelta a Pagliacci. El caballo comienza a galopar a toda velocidad, da un par de vueltas alrededor de la pista mientras Pagliacci aprieta su pompón y moja a la gente, voltea hacia el aro en llamas y aprieta su pompón, pero ya no tiene agua, la gente se carcajea, el caballo relincha: es la señal. Pagliacci hace una mueca de desesperación y el caballo corre hacia los aros. El corcel brinca el aro de abajo y Pagliacci vuelva como superman mientras cruza el aro en llamas y cae suavemente en el lomo del caballo, la gente aplaude extasiada. La misma hazaña se repite otras dos veces y el arlequín sale con todo y caballo de la pista para dar lugar al siguiente acto.

   <<El arlequín Pagliacci>> comenta la gente que pasa cerca del consultorio médico en Barrón, el joven los escucha y mira al joven de la ceja sangrante salir del consultorio. El muchacho entra con un andar muerto, como si fuera un zombi. Al verlo el doctor se inquieta y lo observa detenida y analizadoramente, tratando de averiguar qué tiene; adivina que aquél tiene una enfermedad, de esas que no se curan, pero que tampoco matan, de esas enfermedades que nos mantienen conservados en dolor.
   Amigablemente invita al chico a tomar asiento. Es curioso, porque el doctor lleva veinticinco años trabajando en Barrón y es la primera vez que ve a ese joven.
― Hola, amigo― saluda paternalmente el doctor ―. ¿Qué es lo que tenemos?― el muchacho mantiene la mirada agachada, como si contemplara el vacío oscuro de su profunda depresión, piensa y en su mirada se refleja que siente que dirá una estupidez, pero que no hay de otra
― Sufro― dice por fin el joven ―. De un mal espantoso, tan espantoso como la palidez que refleja mi cara― el doctor Cuauhtémoc se estremece, si los muertos pudieran hablar, seguramente hablarían como ese muchacho ―. Nada me atrae… nada me parece atractivo, todos son como pétalos de rosas en medio de las hojas de un libro olvidado, ya no me importa cómo me llamo, ni cómo me va en la vida porque, mal o bien, me da igual. Es esta una eterna melancolía y la única verdadera ilusión que me queda, es la llegada cada vez más retardada de la muerte.

   La plaza de Barrón por las tardes se la pasa casi vacía, pero no esa tarde, el espectáculo del circo era lunes, miércoles, viernes y el fin de semana, porque martes y jueves, Pagliacci estaba en esa plaza payaseando, rodeado de niños en primera fila; jóvenes y adultos se encontraban ahí, aplaudiendo la música del payaso. Quien cantó una pieza de opera con una potente voz. Recitó un poema de amor con una pasión intensa que hizo a los esposos abrazarse, y a las parejas besarse. Hizo malabares y trucos de magia, bromas con sus pompones y hasta el más amargado y triste de los corazones se alegraba viendo al arlequín Pagliacci. Ese día, al igual que los anteriores, la multitud amontonada esperaba con ansia la llegada del arlequín.

   ― ¿Acaso no te distrae de todos esos pensamientos viajar o recorrer lugares?― pregunta el doctor.
― He viajado mucho y conozco un sinfín de lugares― contesta el joven.
― ¿Has buscado una lectura interesante últimamente?
― He leído tantos libros…
― ¿Tienes problemas económicos?
― Tengo todo el dinero que me gustaría tener.
― Música que alegre el alma y el corazón.
― Escucho tantas por tantas horas al día.
― ¿Qué recibes de tu familia?
― Solamente tristezas y angustias.
― ¿Visitas los panteones?― la mirada del doctor se vuelve muy inspectora.
― Los visitó diario… diario…
― ¿No tienes amigos con quienes charlar? ¿Ningún intimo?
― Amigos sí, pero ningún íntimo, todos ven lo que aparento, pocos saben lo que soy y ésos pocos no se atreven a ponerse en contra de la mayoría… no dejo que ellos me dominen… yo amo a los muertos y a los vivos los llamo mis verdugos.
― ¿Buscas el amor?― la mirada del joven toma un brillo lleno de vida, el doctor festeja en su interior, sabe que ha dado en el clavo.
― Así es― dice el joven ―. Más no busco el amor porque lo he encontrado, es sólo que el destino no une a mi amada con el mismo sentimiento que me une a ella.
― Me deja bastante perplejo tu caso, muchacho. Pero no debes de temer― escucha en la calle la grabación del megáfono del MimoCircus ―. Toma este consejo como la receta que te doy, ve a ver al gran arlequín Pagliacci, eso podrá curarte.
― ¿A Pagliacci?
― Sí, a Pagliacci, todos aman su espectáculo circense e idolatran su show callejero, chicos y grandes lo aclaman y revientan de risa.
― ¿Y a mí me hará reír?
― ¡Por supuesto que sí! Incluso los más tristes y deprimidos como tú pueden reír al verlo. Sólo él y nadie más podrá curarte… te lo juro.
― ¡Así no puedo curarme!― exclama el joven llevándose las manos al rostro y llorando.
― Pero ¿Por qué no?― pregunta el doctor extrañado. ― ¿Acaso ya has ido a verlo y ni siquiera él pudo alegrarte?

   La gente que se ha reunido en la plaza de Barrón, comienza a marcharse con una gran decepción, todo apunta a que, ese día, no habrá espectáculo en la plaza.

   ― Pero doctor…– dice el joven agonizando –. Yo soy Pagliacci.
  

 Capítulo II

El Arlequín

Los ojos de una persona te dicen mucho, son una ventana del alma, y si pudieras mirar detrás de la máscara, podrías notar que también el arlequín está lleno de emociones las cuales no muestra por muchas razones.
Tilo Wolff 

La gente reunida que ríe y se divierte mirando a Pagliacci aumenta, los niños lo admiran y él los quiere. Carga a alguno y le dice que apriete su nariz, el niño obedece y al momento en que aprieta la nariz de Pagliacci, su cucurucho sale disparado y a una altura bastante alta estalla en un bonito juego de luces. La gente aplaude impresionada y el arlequín vuelve a colocar al niño junto a sus padres. Pagliacci hace una expresión rara y de sus mangas salen volando cientos de naipes, en una baraja sería el “Joker” pero en la parte trasera están los horarios, precios y demás datos acerca de las funciones del MimoCircus.
   Los niños recogen muchas de las cartitas y se las llevan a sus padres, Pagliacci camina hacia el quiosco, donde ha dejado el estuche de su violín, saca el instrumento, lo afina de oído y se dirige hacia la gente otra vez, pone el estuche en el suelo y comienza a tocar una bella melodía, la gente comienza a dispersarse, pero antes de irse dejan una moneda y los más generosos un billete en el estuche del violín, el arlequín les guiña el ojo graciosamente mientras les dice “gracias” con esa voz que de sólo escucharla hace reír.
    Pagliacci se queda solo, la gente que ocasionalmente pasa a su lado se le queda viendo al curioso payaso quien inocentemente le hace una mueca al peatón que lo mire al rostro. Su estuche tiene ya bastante dinero, Pagliacci detiene su concierto para guardar el dinero en una bolsa. Guarda la bolsa en el estuche y luego su violín, cierra el estuche y se lo cuelga al hombro, en ese momento se percata de que lo observan desde la lejanía, no se había percatado de esa mirada, pero ahora que la nota, se da la vuelta hacia la dirección desde la que es observado, la muchacha que lo observa desde lejos nota que el arlequín ya la ha visto y permanece ahí en su sitio, arriba de la barda de la plaza. El arlequín pone su mano en la frente como si divisara en la lejanía, saca de su manga un catalejo y divisa, enfoca el catalejo hacia la muchacha y hace una mueca de sorpresa, camina a hurtadillas hacia la joven que empieza a reír divertidamente.
    Con cada paso que Pagliacci da, los cascabeles de la punta de sus zapatos tintinean, por fin llega a donde la joven y sube a la barda de un brinco mientras chifla.
― Buenas tardes, señorita― saluda Pagliacci haciendo voz de galán.
― Jajaja. Hola payasito― contesta la joven divertida y abochornada.
― Oh… Dios, no eso no…― el arlequín exagera el ademán y la voz como en una obra de Shakespeare ―. ¿Cómo es posible que me pase esto a mí?― camina por el borde de la barda sin temor a caer ―. ¿Cómo pueden concebir mis ojos y acreditar mis oídos lo que mis labios han de balbucear a continuación? Que una joven, que a la vista agraciada del afortunado vidente que la admire luce tan inteligente, confunda a este fiel servidor del humor y de la alegría con un vil payaso de circo puesto que yo soy…― se inclina hacia la joven y de su manga sale una rosa roja sin espinas ―…un arlequín.
― Perdone el atrevimiento que he osado mostrar tan insensatamente hacia usted― contesta la joven haciendo una caravana e impresionando a Pagliacci ―. Y es que en mi inofensiva ignorancia he hecho daño a tan magistral artista, debido a que por gran desgracia y para calumnia de su tan respetada imagen, desconozco la inmensa diferencia existente entre un arlequín honorable como usted y un payaso.
― Es loable su argumento, bella dama― Pagliacci sube a un poste y baja como si fuera un tubo de bomberos, queda de frente a la joven y le ofrece el brazo, ella se engancha a él y juntos caminan hacia las sillas de la plaza ―. Sépase que un payaso es un hombre que se burla de todo y un arlequín es un gran artista. Un arlequín es aquel hombre que no se ríe de sí mismo, pero que antes de llorar de su desgracia, prefiere hacer reír a los demás, deja su felicidad de lado para alegrar a aquel público que está para él
― Eso sonó hermoso, pero quiero pedirle, Sr. Arlequín que deje de decirme dama o mujer
― ¿Cómo he de dirigirme a su respetable persona?
― Rosario, así es como me llamo… Rosario Alcántara
― Qué bonito nombre, Rosario― dice el arlequín con su voz normal: la graciosa ―. Yo soy Pagliacci, a secas.
― Todo un gusto conocerle, Pagliacci.
― El gusto es mío, permítame invitarle a ver nuestro espectáculo en el MimoCircus, por supuesto, yo salgo en escena.
― Sería genial, pero no tengo dinero.
― No tiene que tenerlo― saca de debajo de su cucurucho un naipe metálico―. Presente este naipe en la taquilla y observé en palco de primera fila todo el show.
― Muchas gracias Sr. Arlequín.

La tarde es gris, como grises solamente pueden ser mis pensamientos, la gente ha abandonado las calles, las cuales ahora lucen tan solitarias y sombrías como las penas que invaden lacerantemente mi corazón.
   Nadie me reconoce, nadie sabe quién soy, usando un gorro sobre mi cabeza para protegerme de las gotas ligeras de llovizna que caen; es el momento perfecto para encender un cigarrillo, el sentir su fétido aroma sobre mi nariz me obliga a perderme en las ligeras sensaciones que provoca.
  En nada, no puedo pensar en nada más que en ella, tan bella y tan sola, que me gustaría que el cielo concediera sobre mi mano el poder para curar todo tipo de males que en ella aquejen, sin embargo, ella es perfecta como el negro de la noche, toda ayuda que yo pueda ofrecerle quedaría inútilmente de más. “Qué divertida broma, la mejor que has hecho” son las fuertes palabras que retumban en mi cabeza, mientras el dolor ahoga mi pobre alma.
   Busco la inspiración, pero no la encuentro: esa es la peor maldición que puede caer sobre un artista, no encontrar la inspiración en la realidad y ¿cómo encontrarla, si ella es mi realidad? Si no está no hay nada, pienso y pienso pero nada llega a concretarse dentro de mi mente, nada que no sea ella.
   Ella no te ama ¿acaso es tan difícil aceptarlo? Pues resulta que sí, es casi tan difícil como seguir teniendo esta estúpida careta de alegría mientras que por dentro siento como mi pobre alma se consume de adentro hacia afuera, los pedazos de vida caen poco a poco dejando un rastro que indica el camino hacia mi tristeza, en la X de ese mapa estoy yo sentado en una roca que sobresale del suelo que permanece plano e interminable como un desierto donde el sol de mis penas quema el jardín de mis ilusiones.
   Tras el maquillaje, que cada vez me ayuda menos a sonreír, se esconde el hombre que sufre al escuchar retumbar sobre sus oídos aquél nombre del ser humano cruel que desprecia el amor del otro. Detrás de este maquillaje, blanco, como los muertos, hay un hombre, existe un ser humano que conoce algo más que solamente el humor que sobre los demás provoca.
   Yo mismo había olvidado que existía ese ser humano frágil y débil, que ante los dolores de un mal sin remedio sucumbe lenta y dolorosamente… ¿cómo fue posible que me olvidara de aquel ser humano que dentro de mí habitaba?
   Me miro al espejo, veo mi rostro… un rostro rojo, casi rosado, mi piel que pudo haberse quemado por el sol se ha irritado mucho, motivo de más para ponerme el maquillaje blanco sobre la cara que por momentos alivia ese ardor en mi piel.
   Cierto, ese ser humano que habita debajo de mi maquillaje y cobijado por la franela del disfraz y de la peluca, es alguien catalogado como “enfermo” que horrible suena, hablan de mi como si de un fenómeno se tratara ¿Pero qué otra cosa soy si no un fenómeno de circo? No… el ser humano detrás del Arlequín no es un fenómeno de circo, porque a los circenses se les aplaude cuando aparecen y generan cierto respeto entre la audiencia, los malditos fenómenos como yo son repudiados por la sociedad y provocan el desprecio y el asco entre las masas quienes le apartan de ellos.
   Es por eso que soy así ¿quién quiere ser un maldito fenómeno odiado y repudiado? ¿Por qué no mejor convertirse en un fenómeno aplaudido y admirado? De todos los males siempre he buscado el menor ¿cómo es que ahora me ha alcanzado el mayor de todos?
   Me miro al espejo, no tengo harina en la cara, no tengo disfraz, soy un hombre con Ictiosis Arlequín, pero es solamente la primera parte de esa enfermedad la que me aparta de los demás. El maquillaje blanco cubre mi rostro, una siniestra sonrisa trastorna mi faz, ya no soy diferente, soy aquel cuya enfermedad me hace igual a los demás.
   Sí… ahora veo a quien soy en verdad, el reflejo lastimoso y aborrecible que anteriormente estaba no existe más… ahora se refleja en el espejo lo que verdaderamente soy… yo soy Pagliacci: El Arlequín.

Capitulo III

Esclavo de un Fantasma

 El chico recuerda perfectamente como era todo, antes de comenzar a sufrir. Miraba su piel dañada por el extraño síndrome que le heredase su padre al momento de nacer, su piel rojiza y sensible a todo tipo de cambios en el ambiente externo, su frente tan amplia, sus ojos poseedores de ese brillo intenso, se trata, sencillamente, de una persona a la que nadie se interesaría en amar; en ese momento, dejaba de ver en su reflejo a aquél muchacho enfermo y la imagen en el espejo cobraba la forma de Pagliacci, aquel arlequín simpático al que todo el mundo amaba.
    Esa imagen era la que él deseaba ver: a Pagliacci haciéndole muecas muy graciosas a través del espejo para alegrarlo, era increíble, Pagliacci era capaz de hacerse reír a sí mismo y enterrar al ser humano que existe dentro de cada persona.
    Con esa imagen en el espejo, el muchacho tomaba un vaso de vaselina, colocaba una ligera capa en su piel, y sobre esa capa de vaselina, una capa más gruesa de pintura facial liquida color blanco, hasta que las arrugas, la degradación, la tristeza en una palabra: humanidad de ese rostro cambiado por el síndrome, se desvanecía bajo el aspecto liso que le daba el maquillaje blanco.
    Luego venían los ojos, con una especie de stencil, el joven en proceso de cambio marcaba el contorno de las estrellas en sus ojos y con un delineador marcaba los contornos de esa sonrisa exagerada que no importaba que expresión hiciera, siempre se veía alegre.
    Por fin venía el polvo neutro parecido al talco que ayudaba a absorber el sudor y mantener pegado y fresco el maquillaje.

La música del circo comenzaba a escucharse, el anunciador gritaba la tercera llamada junto a grandes gritos del público. La tensión crece en el escenario, todo el mundo siente la magia de un circo: no sabes lo que verás ni sabes si lo que vas a ver te gustará.

Bajo el traje va un apretadísimo pero muy fresco mameluco color blanco, por fin un segundo mameluco un poco más holgado con rombos negros y blancos, que por cierto cierra con una cremallera, ya que los pompones negros sólo son de adorno.
    La peluca debe estar puesta en la posición perfecta, con los cabellos falsos perfectamente acomodados para mantener apretado el cucurucho a la cabeza y evitar que caiga, además, por pura seguridad, el cucurucho se mantiene fijo con un cordel que rodea la cabeza de Pagliacci.
    Finalmente, una nariz redonda color negro va encima de la raíz real, ahora la persona que se refleja es más parecida al reflejo del payaso de hace unos momentos.

Una bella chica se asoma a la carpa del circo, cuando alguien le detiene el paso.
– Necesita tener boleto, señorita- le dice el hombre.
– Pero… el Arlequín me dio esto…- dice la bella chica y muestra un naipe con un bufón en él, el tipo la deja pasar, incluso se ve apenado. Rosario toma asiento en la primera fila.

Por último van los zapatos largos con un pompón negro en la punta, completan el disfraz, completan al arlequín, completan a Pagliacci, ahora el suelo que pisa ya es de él, y todo a partir de ahora es creado por esa ilusión caricaturesca… por ese fantasma aterrador de blanco y negro y una vez que escucha el ruido de los caballos debe ir a divertir a aquellos que le aman.

Fue el mismo espectáculo que todos los días, Pagliacci nuevamente ha conquistado enteramente al público y a su amada Rosario, que mira desde primera fila encantada del Arlequín, sin embargo, los demás miembros del circo están impresionados, ya que ellos saben que Pagliacci se ha mostrado más enérgico, más audaz, más talentoso… hay algo que lo motiva, o quizá sea aquella hermosa joven que voltea a ver de vez en vez a la que trata de impresionar y por eso se esfuerza tanto, sin saber que para hacerlo no hace falta sacrificar tanta energía.
    Pero no importa, el arlequín se ve feliz y eso es bueno para las ganancias del Mimo Circus, una vez más Pagliacci ha hecho lo suyo, ser un personaje tan irreal como le es posible.

Al finalizar la función, el agotado Pagliacci se despide de las personas a las afueras del circo, regalándoles globos de colores, soplando espanta suegras en las caras de los niños, y diciendo chistes que por lo blanco de su humor caen en lo absurdo. Por fin aparece rosario.
– Espero que el espectáculo haya sido de su agrado, señorita- dice Pagliacci.
– Del todo, es usted magnifico señor Arlequín, me ha dejado fascinada- contesta la hermosa mujer.
– Es mi trabajo, sepa usted… para mí el más grande honor es brindarle un espectáculo a una mujer tan bella como usted.
– Es un cumplido muy lindo…- dice la joven bajando la cabeza.
– Llévese un globo.
– Gracias, debo irme, me esperan en casa.
– Un momento, por favor, me dicen que Barrón es un pueblo peligroso, con gusto le acompañaré, solo espere a termine de repartir estos globos.
– Es muy amable, gracias.
– No tiene nada que agradecer.
    Al poco rato, ambos caminan con rumbo a la casa de la bella chica, van tomados del brazo y mirando el rio que pasa, a pesar de estar sucio, en las noches ofrece un bonito espectáculo por las luces celestes que en sus aguas se reflejan.
    Rosario ríe disfrutando los chistes blancos que Pagliacci no para de contar, tiene mucho humor para contarlos, pareciera que él se divierte más de decirlos que ella de oírlos; Rosario se siente muy confundida, nunca había conocido a un hombre así, no por lo ágil que era… sino porque daba la ilusión de ser una caricatura animada que se hubiera salido de la televisión y disfrutado en este mundo… Pagliacci en pocas palabras era para Rosario: irreal.

La función de la noche después de aquél día ha comenzado, el presentador a gritado mi nombre pero yo permanezco hundido en lo profundo de mis pensamientos, que la voz de ese sujeto me suena como algo venido de otro mundo.
    No importa que tanto hunda el cuchillo en mi piel, en mi carne, en mis venas, en mis entrañas; no importa qué tan aguda sea la punta, ni cuán largo sea el acero, ni que tan afilada esté la hoja; esta herramienta de muerte no puede llegar a penetrar mi alma, no puede desgarrar sus paredes ni extirpar este mal que se pudre poco a poco mientras infecta y descompone todo a su alrededor.
    Estoy tan solo… entre los dos… estoy tan solo.
 Visitando los panteones, deseando correr la misma suerte que ellos, pero soy objetivo en cuanto a mis deseos… puesto que no es mi deseo estar muerto sino solamente estar en un lugar donde la soledad no me atormente y donde toda la gente que se hace llamar “viva” no se acuerde de mí.
    Llegando a la carpa central, detrás de la cual está mi camerino… con el enorme espejo de cuerpo completo en donde me veo reflejado, siempre viendo lo mismo, no importa lo que lleve puesto… del otro lado hay un arlequín, que me manda y que obedezco, como su fiel esclavo. Me miro en ese espejo, mi reflejo permanece exactamente igual, es lo único en la tierra que permanece exactamente igual a mí.
    Pero… hoy parece distinto, inconforme, me parece de pronto admirar que ni siquiera mi reflejo se resigna a mi ya de por sí maldecida suerte. El Arlequín que en el espejo se refleja permanece ahí mirándome retadoramente, estoy seguro de que esa no es la misma mirada que yo tengo, ni mucho menos es ése mi rostro.    Aprieto los parpados para asegurarme de que no estoy viendo una mentira o alucinación provocada por mi destrozada mente, abro los ojos: ese otro yo sigue mirándome de una manera brutal, el reflejo aprieta los ojos momentos después de haberlo hecho yo como si se burlara de mí, como si me remedara.
    Levanto mi violín y el mástil, coloco el instrumento en mi hombro, dispuesto a tocar frente al espejo; nuevamente, ese reflejo rebelde se niega a obedecer, hace todo lo que yo hago con un ligero retardo, como si detestara tener que imitar mis movimientos.
    Comienzo a tocar, lentamente siento la música estar en sintonía con mis movimientos, cierro los ojos para no ver a ese reflejo traidor y así poder concentrarme en los sonidos que con mi violín produzco.     Las notas acarician el aire y embriagan dulcemente mis sentidos, la armonía invade el ambiente como si se tratara de una bella fragancia; comienzo a tener paz en el corazón hasta que un hórrido chirrido de violín me saca de ese trance.
    Abro los ojos, entonces me doy cuenta: ese payaso maldito que reina en el reflejo ha decidido por fin no obedecer mis movimientos, me lanza una mueca ridícula… hago caso omiso de él, levantó el violín con mucha más fuerza para obligarlo a obedecerme y enseñarle quién es el real. Vuelvo a comenzar, pero él me vuelve a interrumpir, vuelvo a intentarlo y vuelve a interrumpirme y lo hace una y otra vez, sin embargo procuro no dejarme doblegar pero eso convierte mi intento de tocar en un horrendo concierto de escándalos y chirridos desafinados y lacerantes para el más desentrenado de los oídos… una canción dedicada al diablo.
    Exhausto ya por fin de luchar contra ese diabólico payaso, bajos los brazos e inclino mi cuerpo, apoyándome en mis rodillas, berreando en un esfuerzo verdaderamente inútil de jalar un poco de aire, de pronto: una risa tremenda hace que se estremezca mi ser por el gran terror que me provoca oírla… una risa inhumana, irreal, muy grave, pero limpia. Despavorido levanto mi rostro y me pongo erguido solamente para alcanzar a través del sudor lleno de maquillaje que empaña mis ojos a ese payaso en el reflejo con una gran diversión producida por mi horrible suplicio.
    Pero hay algo extraño que ahora me llama la atención: su rostro está salpicado por unas manchas carmesí, ayudándome por ese reflejo burlón que se supone es el mío, toco las manchas que están en mi rostro, se sienten tibias y pegajosas; miro los dedos con lo que toqué esas manchas: son manchas de sangre y, lo peor de todo, son reales. Mi traje de rombos está enteramente salpicado, también veo unas asquerosas cortadas verticales que invaden mis antebrazos y que son la causa de mi excesivo sangrado.
    Se escucha una nueva y horripilante risa, más escalofriante aún que la anterior, que estruja mi alma. El arlequín reflejado es quien se ríe de esa manera tan espantosa.
    El reflejo comienza a moverse y yo, inconteniblemente, copio sus movimientos; ahora soy yo el reflejo estorboso que se ve condenado a obedecer los caprichos de aquél que es ¿real?
    La música que interpreto ahora es muy oscura, lúgubre y tétrica: terrorífica; interpretada a un volumen tan alto que es imposible de alcanzar por sí solo. La obra es estremecedora las desgarradoras notas erizan mi piel y horrorizan mi alma, cierro los ojos mientras permito que el más espantoso horror penetre lentamente mi ser.
    No quiero ver al payaso, no me imagino lo burlesco de aquel rostro maquillado en blanco y negro mientras se ríe cruelmente de mí al no poder resistirme a las órdenes que me veo obligado a seguir por ser su ¿reflejo?
    Contra mi voluntad y contra todo deseo, el payaso me hace abrir los ojos, no quiero, no puedo, me da miedo ¿qué mueca grotesca y aterradora me estará haciendo? Pero no puedo permanecer con mis parpados apretados, se abren en contra de mis órdenes a favor de aquél reflejo espeluznante. También me veo impedido a darme la vuelta y correr con todas mis fuerzas, a huir, a escapar a toda velocidad… ni siquiera soy libre de tener mis propios pensamientos, todo lo mío está siendo dominado por el Arlequín.
    Finalmente, con sudor en la frente, los brazos heridos y entumidos por las heridas hechas y un horrible terror a flor de piel, abro los ojos. Ahora no tengo ni la más mínima idea de qué sentir.
    Una enorme confusión inunda mis pensamientos, no comprendo que es lo que está pasando, la elecciones de mis emociones permanecen enteramente desorientadas al presenciar el grotesco o quizá triste escenario que se despliega ante mis ojos: el Arlequín está llorando amargamente haciendo una mueca de dolor mientras una lágrima negra recorre su rostro.
    Ese arlequín sufre, pero su corazón permanece valiente ante el dolor, frente a la incapacidad de seguir riendo, llora burlonamente por su tristeza y su sufrimiento. Pareciendo fuerte ante la adversidad, se da cuenta de su cobardía al ocultar, debajo de la negra y exagerada sonrisa que el maquillaje le proporciona, todo su dolor.
    Sorprendido en ese momento de llanto provocado por su soledad, el arlequín reflejado abre aniquiladoramente sus dos ojos asesinos y brillantes como esferas de cristal; esa mirada asesina que contrasta con sus lágrimas y su rostro contorsionado por la agonía.
    Ahora él y yo nos movemos voluntariamente, me siento ligero y libre… pero ante esa aterradora mirada que me fulmina, siento la necesidad de encararlo, enfrentarlo:
– Aquí estoy– le digo, viendo que él no mueve sus labios –. Parado frente a ti, sometido a mis heridas y dolor– me mira sin cambiar su expresión dura –. Aquí estoy parado y me miro a mí mismo – permanece inmutable –. Soy sirviente de un fantasma, peleando por separarme.
– Estoy listo…– Ha dicho el payaso en el reflejo. Su voz me impresiona, es grave, potente y ronca, el sonar de esa voz estremece el aire con su eco maldito retumbando en mis oídos.
    El payaso habló, pero debe tratarse de un reflejo de mi voz, exactamente como si reflejara mis movimientos… vuelvo a intentarlo:
– Soy sirviente de un fantasma, peleando por separarme.
– Estoy listo…- ha vuelto a decir, mi teoría es correcta, el payaso solo habla bajo ciertas palabras, sintiéndome a gusto con ese pensamiento prosigo:
– Dos voces rigen mi espíritu y ya no puedo entenderme, pero soy superior aún en la mayor discusión.
– Estoy listo, saca tu cuchillo, corta tu alma, escucha tus gritos, bebe tu sangre… disfrútalo- mi boca tiembla poco menos que mi voz..
– Oculté mis ojos con vendas, esperando poder escapar.
– Disfrútalo– miro al espejo y con terror caigo al suelo llenándome de polvo –. Lentamente comienzas a entender– estoy tirado a mis pies y no me veo, mi reflejo permanece de pie, mirándome con desprecio –. Libérate, muéstrame tu carne, corta “mi” cuerpo, ultraja “mi” alma, bebe ese jugo y deja que sea fértil– con desesperación, trato de taparme los oídos con las manos para ya no seguir escuchando esa voz –. No podrás escapar de mí, grito en tu cabeza, desde adentro destrozo tu cráneo. Siente tu dolor, siente mi odio, muéstrame tus heridas, las dejaré sangrar.
    Levanto la mirada, la expresión de tristeza, dolor y burla, se ha convertido en odio, un odio intenso que me culpa a mí de todos los sentimientos anteriormente mencionados, de ese crimen, me declaro culpable.
– Déjame solo – le digo.
– No – me responde inmediatamente
– Déjame en paz.
– No.
– Te lo imploro.
– No.
– ¡Yo no te he hecho nada!
    Guarda silencio hasta que mi grito es ahogado por la nada.
– ¿Tú me has mentido? – me pregunta.
– Sí – le respondo inmediatamente.
– ¿Me has traicionado?
– Sí.
– ¿Deseas hacer penitencia?
– Sí.
– ¿Deseas sangrar por ello?
Sonríe malévolamente y a pesar de esa horrenda sonrisa, yo comprendo que habla en serio.
– Quiero sangrar por ello – le digo y vuelve a sonreír ahora complacidamente –. Quiero castigarme por ello, quiero morir por ello, yo quiero, quiero, quiero ¡quiero!
    Una sonrisa demoníaca acompañada por un intenso grito de muerte inunda el ambiente, tomo el cuchillo que descansa junto a mí en el suelo y lo arrojo contra ese reflejo del mal, la hoja da muchas vueltas y choca contra el espejo justo donde está el cuello del otro payaso, el vidrio se rompe y uno pedazo que cae lo hace junto con la cabeza, como si hubiera quedado grabada en él la cara del arlequín, mientras cae, esa cara reflejada llora haciendo una mueca exagerada de tristeza, y se rompe en mil pedazos al chocar contra el suelo.
Recupero la conciencia, estoy de pie frente al espejo, el dolor en mis brazos me impide seguir tocando mi violín, tengo unas horribles heridas en mis antebrazos, de las cuales escapa mi sangre y mi vida, volteo a ver al espejo, y permanece roto, sin rostro… los pedazos de espejo que permanecen en el suelo me impresionan: Mi rostro plasmado en ese pedazo de espejo se rompió y roto permanece en el suelo, como si se tratara de un rompecabezas gigante.

Todos los actores del circo por fin deciden llamar al hombre musculoso, quien derriba la puerta fácilmente haciendo uso de una gran mancuerna, los circenses entran encabezados por el presentador, lo que descubren los hace quedar estupefactos y completamente aterrorizados.

Pagliacci y Rosario llegan a la casa, Rosa se quiere ir, pero Pagliacci la detiene tomándola de la mano:
– Debo confesar mis sentimientos…

¿Qué le habrá dicho Pagliacci? ¿Qué le habrá contestado la joven? ¿Por qué el joven detrás del maquillaje y el disfraz permanece ahora tirado en el suelo con grandes cortadas en los brazos por donde se le escapo la vida? Ríete payaso, que la vida se ha burlado de ti, usaste al Arlequín para dejar de ser tú y sentirte amado por todos, pero fuiste rechazado por aquella mujer al no ver en el Arlequín a nadie más que una falsa copia de ti. Qué gracioso payaso, amante de las artes y del humor, que decidiste erróneamente amar a una mujer.
 

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