Aquella casa en las afueras de la ciudad era temida, las personas pasaban corriendo para librar la casa. Todos sabían a que se dedicaban ahí, pero nadie se atrevía a ponerle un alto o llamar a las autoridades. Pues todos sabían que en ese municipio operaban los narcotraficantes y los secuestradores.
No es de extrañar entonces que aquella casa se usara para gente plagiada; las personas veían y aprendían de lo que sus ojos les enseñaban, cuando estaba una camioneta negra estacionada en el patio, quería decir que había una persona encerrada en el sótano y que seguramente la estarían golpeando, violando o mutilando. Pero cuando no, era porque estaban de viaje con los narcos, o simplemente habían ido por otro. La gente no le temía a los hombres de la camioneta, ellos secuestraban gente rica, con dinero; no pobretones como los había algunos en ese municipio.
La camioneta muchas veces pasaba por Enkeli City y se dirigía al pueblito que estaba en los montes. No había gente millonaria por ahí, pero sí gente que satisficiera los bajos placeres de aquellos malhechores.
Fue así como dieron con la inocente Estefanía, como siempre, Gabriel estaba observando como ella iba por las tortillas, pero al momento de cruzar la calle, dos hombres se le pusieron enfrente, la jalaron de los brazos y la subieron con lujo de violencia a la camioneta. Gabriel se alteró, subió a su bicicleta y les siguió el rastro.
Aunque fue bastante difícil, pero dio con la casa, no había muchas tan feas y solo una tenía esa camioneta.
Entró por la puerta de atrás, que estaba abierta, no veía nada, encendió la luz y se adentró en la cocina, uno de los secuestradores estaba detrás de él y lo golpeó con una silla, Gabriel sintió el golpe y como si una serpiente le hubiera mordido, empezó a experimentar el veneno en su sangre, un veneno que le arrebataba las fuerzas. El secuestrador tomó un cuchillo y se abalanzó sobre él, Gabriel puso sus dos pies enfrente y catapultó a su agresor que salió volando, rompiendo la ventana.
Gabriel se levantó pero un golpe en su rostro lo hizo volver al suelo, ya en el piso sintió como si miles de pies lo impactaran al mismo, después se dio por vencido y también fue llevado al sótano.
Los malhechores los amarraron a una silla y lo golpearon, le daban en el estomago y cuando Gabriel se doblaba por el dolor lo hacían enderezarse con golpes en el rostro. Con cada bofetada, con cada golpe, la sangre se envenenaba de dolor, era una fiebre inmensa, era sentir el cuerpo cortado, una sensación por demás horrible
– Qué asco- dijo uno de ellos – mira su sangre.
– Guácala, es azul. Así que tenemos a un fenómeno con nosotros- le apuntó con el cañón de una pistola en la frente – acabas de interrumpir nuestra cita en la cama con una bella niña justo antes de empezar, por eso te volaré los sesos- nuevamente Gabriel sintió que algo se le metía al cuerpo, quemaba sus vasos sanguíneos y desgarraba sus músculos como si le hubieran inyectado arsénico, sus huesos le dolían y sus músculos se tensaron, sentía como cada una de sus células se destruía, el miedo lo envenenaba, envenenaba su sangre, lo hacía sentir mal, irritado del estomago y con grandes deseos de morir de un tiro, sintió que el secuestrador le haría un favor si le hacía boquete en la cara.
En ese momento trajeron a la niña, estaba igual amarrada a una silla, sin duda la habían golpeado en el rostro, aunque no tan fuerte como a Gabriel, en cuanto la vio, Gabriel empezó a sentir que algo envenenaba su sangre nuevamente, pero esta vez era algo distinto, ya no se sentía enfermo, ahora se sentía con demasiada salud como para que los golpes le dolieran.
– ¿Qué le ves, desgraciado?- dijo uno de ellos y lo golpeó en el rostro, Gabriel solo giró la cabeza por el golpe, era raro, no sentía dolor, pero sí una ganas enormes de proteger a la niña, empezó a hacer fuerza en los brazos y las cuerdas empezaron a tronarse, el tipo apretaba el gatillo, reventaban las cuerdas, lo oprimía un poco más; tronaban, lo oprimía un poco más; Gabriel por fin pudo romperlas pero el gatillo se apretó.
Por sorpresa para todos, Gabriel levantó el rostro después de recibir el balazo, como si no lo hubiera sentido,
– Hijo de…- el tipo recibió una patada que lo sacó volando contra el muro. Gabriel se levantó, rompió las ataduras de la niña y buscó rápidamente la salida. Pero otro llegó y lo golpeó en la cabeza con un bate, Gabriel cayó sobre una mesa, donde el tipo del bate lo volvió a golpear esta vez en la espalda, Gabriel se retorció por el dolor, y lanzó un golpe mientras se daba la media vuelta, dicho puñetazo hizo que el sujeto con el bate se despegara del suelo y girara en el aire con ligereza.
Un nuevo veneno atacó el cuerpo de Gabriel, un veneno que lo hizo sentirse débil, que no importara que tan fuerte golpeara no provocaba ningún daño, se dobló para tolerar el dolor pero fue levantado de un rodillazo en el rostro. Gabriel tomó a la niña de una mano y corrieron hacia las escaleras. En esa loca carrera los cuatro secuestradores que quedaban de pie abrieron fuego, pero la pareja logró subir a la sala, ellos fueros detrás de él, después de todo, dejaba un rastro azul fácil de identificar aún con la oscuridad de la noche.
La pareja corrió y para perderse de vista entraron en una arboleda, donde, por la velocidad que llevaban no podían ver por donde se metían. Por suerte, Gabriel encontró su bicicleta y subió en ella, con la niña en la canasta. Salieron del bosque rocoso pero fueron impactados con la camioneta de los secuestradores, que los obligó a ir al suelo y rodar unos metros, la niña y el muchacho se levantaron y volvieron a internarse en la arboleda, los secuestradores volvieron a dispararles, no supieron si les dieron.
Dedujeron con buen tino que irían al pueblito de nuevo, así que decidieron darles búsqueda, los esperarían en la carretera de Enkeli City, era un buen atajo a tomar, por el campo era como dos semanas a pie, por Enkeli City serían unos diez días. Eso si no estaban heridos.
Abel estaba en su casa, cuando le llegó un envío especial por correo, era de su hermano Caín, quien tras haber investigado un poco en internet supo de su ubicación, vio la columna en el periódico que decía Son diferentes ¿Por qué? En la que exponía su nuevo artículo, Abel sintió furia y un gran odio hacia su hermano.
Rompió el periódico y lo botó al fuego, después de eso tiró todo lo que tenía sobre sus muebles, sus piezas de porcelana, su colección de botellas de vidrio, incluso su juego de ajedrez de cristal lo tiró al piso donde se hizo pedazos.
Era un verdadero ataque de ira, la casa quedó hecha trizas, todo en el suelo, Abel incluso cargo una de sus sofás y lo arrojó por la ventana. Tenía que hacer algo, algo que nadie pudiera detener. Él ahora tenía todo el poder, si era distinto a los demás ¿Por qué no hacer mejor que todos fueran iguales? Ellos, los Ángeles, tenían mejores cualidades que los seres humanos ¿Por qué dejarse, entonces aplastar por ellos? Había que quitarlo entonces de la faz de la tierra.
Abel pensó que eso era una tarea que dependía de él, que tenía el poder de desaparecer a los humanos de la faz de la tierra y borrar para siempre su huella del mundo, crearía un mundo de Ángeles, pero en ese momento pensó ¿Qué hacer con aquellos que sí aceptan a los “Distintos”? Para construir un imperio era necesario realizar algunos sacrificios.
Parecía ser la respuesta por demás sencilla, matar gente inocente, era detestable, pero la gente inocente parecía estar en el mundo únicamente para ser asesinada. Matar humanos ¿de qué modo podría matar a los humanos en grandes masas? La gente siempre buscaba el pretexto perfecto para matarse entre sí, no importaba cual fuera la causa.
Abel se encontró con el primer problema de su plan, no tenía manera de juntar multitudes de gente, pero entonces volvió a ver el Enkeli Times en el suelo que decía “Policía antidisturbios logra mantener el orden”
domingo, 19 de junio de 2011
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