domingo, 19 de junio de 2011

Ángeles - Parte II

Abel se despertaba, eran la una de la tarde, justo a la hora para ir por los resultados de sus análisis, se vistió rápido y salió corriendo del hotel. Sudaba de manera nerviosa, y empezó a sentir otra vez como si su sangre se le envenenara, se tranquilizó, y sintió de nuevo alivio, se concentró mejor en caminar al consultorio de su médico de cabecera.
   Llegó, todavía había tres pacientes antes de él, esperando los servicios del doctor, la puerta de la oficina se abrió, un niño salió con una gran venda que iba de su barbilla a la coronilla y daba varias vueltas, llevaba además una “lámpara” en el cuello, y su mamá llevaba una cara de comprensión y miedo y estaba acariciando los hombros de su hijo. El doctor salió sonriente y al ver a Abel en la sala de espera se puso muy serio.
   Lo que faltaba, que el doctor que la tarde pasada mostraba una gran confianza y que no se inmutó al ver sangre azul, ahora te dirigiera una mirada que decía “ahí está otra vez ese fenómeno”, lo que hizo que Abel se sintiera todavía más incomodo, todo aquello era demás irónico, el paciente que acababa de entrar estaba tan hinchado de sus cachetes que parecía pera, una señora embarazada y con una grandes ojeras era la siguiente y un niño vestido de futbolista con un sangrado en la nariz imparable y varios raspones y moretones en el cuerpo que iba acompañado de su madre; todos se veían súper enfermos, Abel por el contrario no tenía ningún rasgo patogénico que fuera visible a la vista y sin embargo estaba más enfermo que ellos, de eso era de lo único que estaba seguro en ese momento, el tiempo se le hizo eterno para él.
   El hinchado salió, tardó solo quince minutos y a Abel le pareció una hora entera, entró la mujer embarazada, que sólo tardó unos cinco minutos y a Abel sintió que tardó más que el hinchado, por fin pasaron el niño que sangraba, ese niño sí tardo tiempo, salió con una especie de manguera colocada a su nariz y que se metía por su ropa, llegaba a quien sabe donde, además de que estaba vendado y con muchas curitas. Por fin era el turno de Abel que ya estaba perdiendo la paciencia, el doctor se resignó a atenderlo.
– Bien, doctor- dijo Abel – ¿Cómo me ve?
– Pues… los hematólogos están impresionados- contestó el doctor
– ¿Cómo dice?
– Lo que tienes, bien lo debes saber, es anemia
– Sí, eso ya lo sabemos
– Pues… digamos que no es por falta de hierro, al darte la vitaminas mejoraste, era porque las vitaminas tenían cobre
– Ajá
– Los seres humanos tenemos hemoglobina la que se mezcla con hierro y lleva oxigeno al cuerpo, lo que nosotros conocemos como: Sangre
– Ajá
– Pues… tu sangre tiene Hemocianina
– Y eso ¿Qué es?
– Cumple exactamente la misma función que la hemoglobina, solo que no necesita de hierro sino de cobre y también al entrar en contacto con el oxigeno se vuelve color azul
– Dios mío, debe reportar este caso, es único
– Lo hice, pensando lo mismo que era único, pero no lo es
– ¿No?
– No, tienes un mal genético conocido vulgarmente como “Síndrome del Ángel”
– ¿Esto existe en otros países?
– No se han reportado los casos suficientes como para proponerlo un problema médico, únicamente ha habido diez casos en la historia de la medicina, además parece afectar solamente a los hombres
– Dígame ¿Qué tiene de especial mi condición?
– El cuerpo humano muere debido a las toxinas acumuladas en su cuerpo con el paso del tiempo
– Eso lo sé
– Tu cuerpo muere más rápido a causa de estas toxinas, además, la sangre del humano común se envenena con la furia, el estrés, el miedo y todas esas sensaciones
– También lo sé
– Pues todo eso envenena más peligrosamente tu sangre. La hemocianina es un potente disparador inmunológico, lo que quiere decir que tus defensas en cualquier ámbito están al máximo
– ¿Qué quiere decir?
– ¿Te ha dado varicela?
– No
– ¿Paperas?
– No
– Te has contagiado siquiera alguna vez en tu vida de gripa o tos
– No
– He ahí la respuesta a tus dudas
– ¿Qué debo hacer doctor?
– Yo te recomiendo… una dieta rica en cobre, no muchos alimentos lo contienen, también te daré unas pastillas que ayudan a la absorción del cobre en tu cuerpo- escribió una receta y se la entregó a Abel
– Gracias doctor
– Ah, una última cosa
– Sí, dígame
– La vida del ser humano es en promedio de setenta y cinco años, la tuya se ve reducida a cincuenta, cuídate mucho.
   Abel no tenía manera de imaginar que su condición fuera tal, era simplemente el destino o la suerte que juega con los seres humanos cuando el tiempo se hace tan monótono que así lo requiere, era simplemente aquello que una persona solo consuela con decir “te tocó”, ni modo, debía de haber un modo de seguir adelante. Mal genético en los varones, eso significaba que él solo podría tener hijas en caso de casarse, pero ¿Qué haría si tenía un hijo? Era sin duda como tener SIDA, no, esto era mucho peor. Camino al hotel la gente se le quedaba viendo y comentaba cosas, que él era capaz de escuchar
– Mira… dicen que es un ángel.
– ¿Un qué?
   Los comentarios iban y venían y él empezaba a sentir odio, odio por toda la gente que se sentía normal y por ese simple hecho de sentía con la total libertad de aplastar y hacer sentir menos a todo aquel que por alguna condición por minúscula que fuera no lo era. Ese odio empezó a envenenar su sangre, sentía como si una serpiente le hubiera mordido, pero esta vez asimiló este veneno, disfrutó del veneno, gozo del veneno. Era porque el odio no era solamente un sentimiento sino que era también un estilo de vida, por fin una noticia buena en toda la desilusión que se había llevado. Por fin algo que su maldita sangre podía asimilar, la furia, furia contra todo aquel que se atreviera a ponerle una etiqueta en la frente de “fenómeno”.
   Abel sabía que desde entonces su vida no sería la misma, comer estupideces, la gente no sabía como pero se había enterado hasta de los detalles de su extraña enfermedad, maldita gente.
   Al día siguiente, Abel fue al supermercado como de costumbre para realizar sus compras, era su costumbre. No se metió con nadie, con nadie se llevaba mal pero de pronto parecía que todos le odiaran: pasaba a su lado pero se quitaban con desprecio, unos hasta con burla, le miraban y murmuraban. Abel empezó a sentir nuevamente placer en el veneno que descomponía su sangre, era como meterse una poderosa droga, solo que las drogas cuestan miles de pesos por dosis, y este narcótico era producido por el cuerpo de Abel y en cantidad ilimitada, la cantidad que él quisiera.
   Abel entró en el pasillo de tlapalería, buscaba un foco ahorrador para su baño, y un sujeto mal encarado se le quedó viendo, haciendo gala de su hombría, el tipo lo empujo con el hombro y por poco hizo caer a Abel, quien se retiró de la escena, a la salida del pasillo una señora pasó con su carrito de súper y por poco le dio un empujón, lo miró con grosería y camino orgullosa
– Sigan, idiotas- dijo Abel para sí mismo – y pagarán las terribles consecuencias-. Ya para entonces su sangre se encontraba totalmente contaminada por odio, odio al ser humano, que siempre se creía superior. Fue a los embutidos, buscó por entre las latas y tomo una lata de crema de elote, leyó la etiqueta para ver cuanto cobre contenía, otra vez el tipo alto llegó y le tiró la lata de la mano
– No me moleste- dijo Abel
– ¿O qué?- los anaqueles fueron cayendo de uno en uno, y sobre uno de ellos estaba el tipo alto, estaba muerto, su tórax se encontraba hundido debido al fuerte cabezazo proporcionado por Abel, quien sangraba de la frente con rapidez. La gente comenzó a juntarse alrededor, Abel volvió a enfurecer, tomó a una señora por el brazo y se lo dislocó, luego le dio una patada en la espalda que la arrojó hasta el otro pasillo.
   Eso era, eso se disfrutaba, la violencia igual narcotizaba la sangre de Abel, había cierto placer en hacer el mal que lo volvía loco, lo hacía sentirse bien, lo hacía sentirse con todo el poder sobre las cosas, lo hacía sentirse peor de lo que era, pues qué podía ser peor que ser un Ángel: Nada, lo mejor de ahora en adelante sería seguir caminando a ciegas tirando golpes por doquier y esperar así salir algún día del profundo y oscuro túnel en el que una vez cayó y del que no esperaba alguna vez salir.

Cain estaba en el consultorio del doctor de Enkeli City, no esperaba buenas noticias, él siempre estaba dispuesto a no esperar buenas noticias, eso lo convertía en una persona fuerte, al poco tiempo llegó el doctor con los resultados
   Mira, Caín, lo que te hemos detectado es una enfermedad llamada neutropenia, lo que te hace propenso a infecciones, no es nada alarmante, lo hemos descubierto a tiempo y es cien por ciento curable
– Uf, qué bueno doctor, empezaba a creer lo peor
– ¿Qué tu vida se acercaba a su fin?
– Sí, usted, con mi condición…
– Te entiendo, Caín, esta enfermedad se debe a tu condición, necesitas consumir cobre, nada más, no hará más corta tu vida, a lo mejor más larga y más placentera
– Muchas gracias doctor- Caín salió del consultorio con un peso quitado de encima, se sentía raramente aliviado, decidió repasar la lista de alimentos que el doctor le dio, no parecía difícil, de hecho no era nada fuera de este mundo.
   Aún así, Caín todavía se sentía inquieto por dentro, sentía una especie de lástima o de compasión, estaba pensando en que hubiera sido prudente contarle a su hermano gemelo Abel, así ambos podrían atenderse oportunamente. Pero no había modo de contactarlo, Abel sencillamente había desaparecido de la vida de Caín, eso precisamente era lo que remordía a su hermano, no tenerlo cerca para mantenerlo informado, ¿qué pasaría si Abel no se enteraba? No mejor ni pensar en eso, a lo mejor Abel igual empezaba a sentir mejor e iba al médico y éste le decía lo que tenía que hacer, sí, eso era.
   Caín llegó a su casa con muchas bolsas de supermercado, se sentó en la sala y se dispuso a ver las noticias: ocurrió una agresión en un supermercado de la Ciudad de México, varios anaqueles cayeron en una riña, donde la victima resultó muerta y una mujer herida, aún así, nadie da testimonio de quien es el agresor.
   Pura violencia, no había nada más en la televisión que cosas malas como esa, Caín la apagó y mejor llamó a la persona más especial para él: Elizabeth, quien dadas las circunstancias del pueblo se había convertido en policía antidisturbios de la Ciudad de México. Ella era la única persona en la tierra, aparte de su doctor, que conocía la condición de Caín, eso la había enamorado aún más de él.
   Caín estaba enamorado de Elizabeth y Elizabeth estaba enamorada de Caín, ambos sabían que uno estaba enamorado del otro, solo ellos sabían por qué no se declaraban, tal vez no había necesidad de hacerlo: yo te gusto tú me gustas, nos gustamos, seamos pareja. La relación de Caín con Elizabeth era un sentimiento reciproco de dar y recibir, ambos guardaban secretos que les ayudaba a entregarse uno al otro de manera responsable, amor verdadera, un gusto por discernir lo que la afectividad pedía, sentir bonito cuando estaba con tal persona. Por eso Caín decidió hablarle.
   La muchacha contestó, su voz no era aguda ni dulce, era un poco grave y hasta con falta de tono, pero escucharla hacía que la piel de Caín se volviera chinita.
   Elizabeth era una muchacha medio morenita, no mucho, sólo para darle color, no estaba muy bien dotada, pero eso no le importaba a Caín, lo que él miraba era su rostro, Elizabeth tenía los ojos grandes pero rasgados, como una japonesa, no tanto, además de que su rostro era fino y su boca delgada. Una palabra para describirla: Bonita. Ella tenía sus hermanos mayores y una hermana igual mayor que ella, motivo por el cual aprendió a defenderse de los hombres, así coma a estar rodeada de ellos, por ello, la compañía de Caín le resultaba por demás agradable. La niña era una verdadera cabeza dura, no entendía las matemáticas y de las demás materias solo retenía un poco, pero era bastante graciosa, los deportes no le gustaban y se sentaba con sus amigas, igual que ella, solo que ella tenía cerebro, cubierto de una fuerte coraza, pero sus amistades tenían plástico en la cabeza y solo pensaban en una cosa: hombres, pero ya de hombres Elizabeth tenía suficiente.
   En una de esas, en la clase de educación física Elizabeth vio que Caín iba detrás del salón de computación, así que lo siguió, lo vio sentado con la frente apoyada en la rodillas
– Hola- saludó rápidamente Elizabeth y se sentó junto a él en la misma posición
– Hola- contestó Caín con lentitud y aburrimiento
– ¿Qué tienes?
– Estoy aburrido
– Charlemos, eres el más callado del salón, no eres como tu gemelo, cuéntame algo, te sientas delante de mí y nunca decimos nada… cuéntame
– Bueno pues…- a partir de ahí, Caín habló de tantas cosas acerca de un solo tema que hizo que Elizabeth se maravillara, ella lo había hablar pero al parecer no quería y no podría hacerlo callar.
   En las horas de clase, al día siguiente, Elizabeth preguntaba lo que no entendía a Caín, él le contestaba. En la clase de matemáticas, a la hora de hacer el trabajo en parejas Caín volteaba la butaca hacia atrás y queda con su nueva amiga, juntos resolvían la actividad con gran velocidad, eran un equipo dinámico, Caín resolvía y si había alguna duda o no habían quedado convencidos del resultado era Elizabeth quien se levantaba y preguntaba al profesor, él decía y continuaban el trabajo.
   A la hora del recreo ella se sentaba junta a él, compartían su dinero, comían frituras juntos. Regresando del recreo, ella le picaba las costillas y le hacía cosquillas en la nuca con un lápiz. Así su amistad se fue fortaleciendo hasta convertirse en algo que los demás llamaban noviazgo, pero según ellos no había nada de eso, de ser así ellos dos no habrían seguido en contacto después de la escuela y e la preparatoria, ahora, él era un filosofo escritor de ensayos y ella un policía antidisturbios, una pareja dispareja sin duda, pero muy unida.
   En fin, escuchar la voz de la muchacha al otro lado del auricular le dio tranquilidad a Caín, y una gran alegría a Elizabeth, estuvieron charlando por horas, hasta que llegó el momento de colgar. Era ya tarde, Caín no había terminado sus deberes, que eran revisar su ensayo y mandarlo al periódico para que lo publicaran, no sabía si la gente lo leía o no, pero trescientos pesos al día por entregar el ensayo y una parte de las ventas del tiraje eran buenas, sobre todo porque desde que Caín entró en esa sección del periódico éste se vendió mucho más el Enkeli Times se vendía bien. Además, Caín era pagado con mil quinientos pesos diarios en la oficina, una paga envidiable por cualquiera.
   Pero en ese momento, Caín tenía una crisis creativa ¿de qué podría hablar que verdaderamente valiera la pena? En ese momento volvió a pensar en su condición, se le ocurrió una idea, hablaría del mal trato a las personas “distintas”. Empezó escribiendo acerca de las personas con VIH. Así estuvo toda la noche, en la mañana lo enviaría al periódico. Caín tenía un pensamiento critico bastante amplio, primero exponía su tema y lo explicaba hasta los últimos detalles, después, lo analizaba como problema y este era el punto fuerte de sus artículos, los veía desde el ámbito moral, social, ético, religioso, científico y al final exponía una conclusión satisfactoria en cuanto a todos los argumentos antes dados. Su trabajo convencía al editor del periódico, quien sabía que entre su equipo había un verdadero genio.

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