viernes, 16 de mayo de 2014

El Arlequín - Capítulo II

El Arlequín


Los ojos de una persona te dicen mucho, son una ventana del alma, y si pudieras mirar detrás de la máscara, podrías notar que también el arlequín está lleno de emociones las cuales no muestra por muchas razones.
Tilo Wolff 

La gente reunida que ríe y se divierte mirando a Pagliacci aumenta, los niños lo admiran y él los quiere. Carga a alguno y le dice que apriete su nariz, el niño obedece y al momento en que aprieta la nariz de Pagliacci, su cucurucho sale disparado y a una altura bastante alta estalla en un bonito juego de luces. La gente aplaude impresionada y el arlequín vuelve a colocar al niño junto a sus padres. Pagliacci hace una expresión rara y de sus mangas salen volando cientos de naipes, en una baraja sería el “Joker” pero en la parte trasera están los horarios, precios y demás datos acerca de las funciones del MimoCircus.
   Los niños recogen muchas de las cartitas y se las llevan a sus padres, Pagliacci camina hacia el quiosco, donde ha dejado el estuche de su violín, saca el instrumento, lo afina de oído y se dirige hacia la gente otra vez, pone el estuche en el suelo y comienza a tocar una bella melodía, la gente comienza a dispersarse, pero antes de irse dejan una moneda y los más generosos un billete en el estuche del violín, el arlequín les guiña el ojo graciosamente mientras les dice “gracias” con esa voz que de sólo escucharla hace reír.
    Pagliacci se queda solo, la gente que ocasionalmente pasa a su lado se le queda viendo al curioso payaso quien inocentemente le hace una mueca al peatón que lo mire al rostro. Su estuche tiene ya bastante dinero, Pagliacci detiene su concierto para guardar el dinero en una bolsa. Guarda la bolsa en el estuche y luego su violín, cierra el estuche y se lo cuelga al hombro, en ese momento se percata de que lo observan desde la lejanía, no se había percatado de esa mirada, pero ahora que la nota, se da la vuelta hacia la dirección desde la que es observado, la muchacha que lo observa desde lejos nota que el arlequín ya la ha visto y permanece ahí en su sitio, arriba de la barda de la plaza. El arlequín pone su mano en la frente como si divisara en la lejanía, saca de su manga un catalejo y divisa, enfoca el catalejo hacia la muchacha y hace una mueca de sorpresa, camina a hurtadillas hacia la joven que empieza a reír divertidamente.
    Con cada paso que Pagliacci da, los cascabeles de la punta de sus zapatos tintinean, por fin llega a donde la joven y sube a la barda de un brinco mientras chifla.
― Buenas tardes, señorita― saluda Pagliacci haciendo voz de galán.
― Jajaja. Hola payasito― contesta la joven divertida y abochornada.
― Oh… Dios, no eso no…― el arlequín exagera el ademán y la voz como en una obra de Shakespeare ―. ¿Cómo es posible que me pase esto a mí?― camina por el borde de la barda sin temor a caer ―. ¿Cómo pueden concebir mis ojos y acreditar mis oídos lo que mis labios han de balbucear a continuación? Que una joven, que a la vista agraciada del afortunado vidente que la admire luce tan inteligente, confunda a este fiel servidor del humor y de la alegría con un vil payaso de circo puesto que yo soy…― se inclina hacia la joven y de su manga sale una rosa roja sin espinas ―…un arlequín.
― Perdone el atrevimiento que he osado mostrar tan insensatamente hacia usted― contesta la joven haciendo una caravana e impresionando a Pagliacci ―. Y es que en mi inofensiva ignorancia he hecho daño a tan magistral artista, debido a que por gran desgracia y para calumnia de su tan respetada imagen, desconozco la inmensa diferencia existente entre un arlequín honorable como usted y un payaso.
― Es loable su argumento, bella dama― Pagliacci sube a un poste y baja como si fuera un tubo de bomberos, queda de frente a la joven y le ofrece el brazo, ella se engancha a él y juntos caminan hacia las sillas de la plaza ―. Sépase que un payaso es un hombre que se burla de todo y un arlequín es un gran artista. Un arlequín es aquel hombre que no se ríe de sí mismo, pero que antes de llorar de su desgracia, prefiere hacer reír a los demás, deja su felicidad de lado para alegrar a aquel público que está para él
― Eso sonó hermoso, pero quiero pedirle, Sr. Arlequín que deje de decirme dama o mujer
― ¿Cómo he de dirigirme a su respetable persona?
― Rosario, así es como me llamo… Rosario Alcántara
― Qué bonito nombre, Rosario― dice el arlequín con su voz normal: la graciosa ―. Yo soy Pagliacci, a secas.
― Todo un gusto conocerle, Pagliacci.
― El gusto es mío, permítame invitarle a ver nuestro espectáculo en el MimoCircus, por supuesto, yo salgo en escena.
― Sería genial, pero no tengo dinero.
― No tiene que tenerlo― saca de debajo de su cucurucho un naipe metálico―. Presente este naipe en la taquilla y observé en palco de primera fila todo el show.
― Muchas gracias Sr. Arlequín.

La tarde es gris, como grises solamente pueden ser mis pensamientos, la gente ha abandonado las calles, las cuales ahora lucen tan solitarias y sombrías como las penas que invaden lacerantemente mi corazón.
   Nadie me reconoce, nadie sabe quién soy, usando un gorro sobre mi cabeza para protegerme de las gotas ligeras de llovizna que caen; es el momento perfecto para encender un cigarrillo, el sentir su fétido aroma sobre mi nariz me obliga a perderme en las ligeras sensaciones que provoca.
  En nada, no puedo pensar en nada más que en ella, tan bella y tan sola, que me gustaría que el cielo concediera sobre mi mano el poder para curar todo tipo de males que en ella aquejen, sin embargo, ella es perfecta como el negro de la noche, toda ayuda que yo pueda ofrecerle quedaría inútilmente de más. “Qué divertida broma, la mejor que has hecho” son las fuertes palabras que retumban en mi cabeza, mientras el dolor ahoga mi pobre alma.
   Busco la inspiración, pero no la encuentro: esa es la peor maldición que puede caer sobre un artista, no encontrar la inspiración en la realidad y ¿cómo encontrarla, si ella es mi realidad? Si no está no hay nada, pienso y pienso pero nada llega a concretarse dentro de mi mente, nada que no sea ella.
   Ella no te ama ¿acaso es tan difícil aceptarlo? Pues resulta que sí, es casi tan difícil como seguir teniendo esta estúpida careta de alegría mientras que por dentro siento como mi pobre alma se consume de adentro hacia afuera, los pedazos de vida caen poco a poco dejando un rastro que indica el camino hacia mi tristeza, en la X de ese mapa estoy yo sentado en una roca que sobresale del suelo que permanece plano e interminable como un desierto donde el sol de mis penas quema el jardín de mis ilusiones.
   Tras el maquillaje, que cada vez me ayuda menos a sonreír, se esconde el hombre que sufre al escuchar retumbar sobre sus oídos aquél nombre del ser humano cruel que desprecia el amor del otro. Detrás de este maquillaje, blanco, como los muertos, hay un hombre, existe un ser humano que conoce algo más que solamente el humor que sobre los demás provoca.
   Yo mismo había olvidado que existía ese ser humano frágil y débil, que ante los dolores de un mal sin remedio sucumbe lenta y dolorosamente… ¿cómo fue posible que me olvidara de aquel ser humano que dentro de mí habitaba?
   Me miro al espejo, veo mi rostro… un rostro rojo, casi rosado, mi piel que pudo haberse quemado por el sol se ha irritado mucho, motivo de más para ponerme el maquillaje blanco sobre la cara que por momentos alivia ese ardor en mi piel.
   Cierto, ese ser humano que habita debajo de mi maquillaje y cobijado por la franela del disfraz y de la peluca, es alguien catalogado como “enfermo” que horrible suena, hablan de mi como si de un fenómeno se tratara ¿Pero qué otra cosa soy si no un fenómeno de circo? No… el ser humano detrás del Arlequín no es un fenómeno de circo, porque a los circenses se les aplaude cuando aparecen y generan cierto respeto entre la audiencia, los malditos fenómenos como yo son repudiados por la sociedad y provocan el desprecio y el asco entre las masas quienes le apartan de ellos.
   Es por eso que soy así ¿quién quiere ser un maldito fenómeno odiado y repudiado? ¿Por qué no mejor convertirse en un fenómeno aplaudido y admirado? De todos los males siempre he buscado el menor ¿cómo es que ahora me ha alcanzado el mayor de todos?
   Me miro al espejo, no tengo harina en la cara, no tengo disfraz, soy un hombre con Ictiosis Arlequín, pero es solamente la primera parte de esa enfermedad la que me aparta de los demás. El maquillaje blanco cubre mi rostro, una siniestra sonrisa trastorna mi faz, ya no soy diferente, soy aquel cuya enfermedad me hace igual a los demás.
   Sí… ahora veo a quien soy en verdad, el reflejo lastimoso y aborrecible que anteriormente estaba no existe más… ahora se refleja en el espejo lo que verdaderamente soy… yo soy Pagliacci: El Arlequín.

El chico recuerda perfectamente como era todo, antes de comenzar a sufrir. Miraba su piel dañada por el extraño síndrome que le heredase su padre al momento de nacer, su piel rojiza y sensible a todo tipo de cambios en el ambiente externo, su frente tan amplia, sus ojos poseedores de ese brillo intenso, se trata, sencillamente, de una persona a la que nadie se interesaría en amar; en ese momento, dejaba de ver en su reflejo a aquél muchacho enfermo y la imagen en el espejo cobraba la forma de Pagliacci, aquel arlequín simpático al que todo el mundo amaba.
    Esa imagen era la que él deseaba ver: a Pagliacci haciéndole muecas muy graciosas a través del espejo para alegrarlo, era increíble, Pagliacci era capaz de hacerse reír a sí mismo y enterrar al ser humano que existe dentro de cada persona.
    Con esa imagen en el espejo, el muchacho tomaba un vaso de vaselina, colocaba una ligera capa en su piel, y sobre esa capa de vaselina, una capa más gruesa de pintura facial liquida color blanco, hasta que las arrugas, la degradación, la tristeza en una palabra: humanidad de ese rostro cambiado por el síndrome, se desvanecía bajo el aspecto liso que le daba el maquillaje blanco.
    Luego venían los ojos, con una especie de stencil, el joven en proceso de cambio marcaba el contorno de las estrellas en sus ojos y con un delineador marcaba los contornos de esa sonrisa exagerada que no importaba que expresión hiciera, siempre se veía alegre.
    Por fin venía el polvo neutro parecido al talco que ayudaba a absorber el sudor y mantener pegado y fresco el maquillaje.

La música del circo comenzaba a escucharse, el anunciador gritaba la tercera llamada junto a grandes gritos del público. La tensión crece en el escenario, todo el mundo siente la magia de un circo: no sabes lo que verás ni sabes si lo que vas a ver te gustará.

Bajo el traje va un apretadísimo pero muy fresco mameluco color blanco, por fin un segundo mameluco un poco más holgado con rombos negros y blancos, que por cierto cierra con una cremallera, ya que los pompones negros sólo son de adorno.
    La peluca debe estar puesta en la posición perfecta, con los cabellos falsos perfectamente acomodados para mantener apretado el cucurucho a la cabeza y evitar que caiga, además, por pura seguridad, el cucurucho se mantiene fijo con un cordel que rodea la cabeza de Pagliacci.
    Finalmente, una nariz redonda color negro va encima de la raíz real, ahora la persona que se refleja es más parecida al reflejo del payaso de hace unos momentos.

Una bella chica se asoma a la carpa del circo, cuando alguien le detiene el paso.
– Necesita tener boleto, señorita- le dice el hombre.
– Pero… el Arlequín me dio esto…- dice la bella chica y muestra un naipe con un bufón en él, el tipo la deja pasar, incluso se ve apenado. Rosario toma asiento en la primera fila.

Por último van los zapatos largos con un pompón negro en la punta, completan el disfraz, completan al arlequín, completan a Pagliacci, ahora el suelo que pisa ya es de él, y todo a partir de ahora es creado por esa ilusión caricaturesca… por ese fantasma aterrador de blanco y negro y una vez que escucha el ruido de los caballos debe ir a divertir a aquellos que le aman.

Fue el mismo espectáculo que todos los días, Pagliacci nuevamente ha conquistado enteramente al público y a su amada Rosario, que mira desde primera fila encantada del Arlequín, sin embargo, los demás miembros del circo están impresionados, ya que ellos saben que Pagliacci se ha mostrado más enérgico, más audaz, más talentoso… hay algo que lo motiva, o quizá sea aquella hermosa joven que voltea a ver de vez en vez a la que trata de impresionar y por eso se esfuerza tanto, sin saber que para hacerlo no hace falta sacrificar tanta energía.
    Pero no importa, el arlequín se ve feliz y eso es bueno para las ganancias del Mimo Circus, una vez más Pagliacci ha hecho lo suyo, ser un personaje tan irreal como le es posible.

Al finalizar la función, el agotado Pagliacci se despide de las personas a las afueras del circo, regalándoles globos de colores, soplando espanta suegras en las caras de los niños, y diciendo chistes que por lo blanco de su humor caen en lo absurdo. Por fin aparece rosario.
– Espero que el espectáculo haya sido de su agrado, señorita- dice Pagliacci.
– Del todo, es usted magnifico señor Arlequín, me ha dejado fascinada- contesta la hermosa mujer.
– Es mi trabajo, sepa usted… para mí el más grande honor es brindarle un espectáculo a una mujer tan bella como usted.
– Es un cumplido muy lindo…- dice la joven bajando la cabeza.
– Llévese un globo.
– Gracias, debo irme, me esperan en casa.
– Un momento, por favor, me dicen que Barrón es un pueblo peligroso, con gusto le acompañaré, solo espere a termine de repartir estos globos.
– Es muy amable, gracias.
– No tiene nada que agradecer.
    Al poco rato, ambos caminan con rumbo a la casa de la bella chica, van tomados del brazo y mirando el rio que pasa, a pesar de estar sucio, en las noches ofrece un bonito espectáculo por las luces celestes que en sus aguas se reflejan.
    Rosario ríe disfrutando los chistes blancos que Pagliacci no para de contar, tiene mucho humor para contarlos, pareciera que él se divierte más de decirlos que ella de oírlos; Rosario se siente muy confundida, nunca había conocido a un hombre así, no por lo ágil que era… sino porque daba la ilusión de ser una caricatura animada que se hubiera salido de la televisión y disfrutado en este mundo… Pagliacci en pocas palabras era para Rosario: irreal.

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