jueves, 18 de septiembre de 2025

El Lápiz Mágico y la Hoja de Papel (Ejercicio)

Caminaba apaciblemente por la calle aledaña a la plaza pública. Reparaba en la nostalgia que me provocaba el camino miles de ocasiones recorrido. Mi atención fue llamada en ese momento por un hombre parado en medio de la plaza que recitaba poemas con voz apasionada.
    Interesado por el brillante y descarnado yo lírico que entretejían sus versos, me acerqué al hombre aquél para preguntarle por el libro que contenía aquellas estrofas tan potentes. 
    Me percaté de que el hombre escribía usando un lápiz y hojas sueltas de papel. A mano redactaba unas cuantas líneas y su escaso, pero muy atento público se maravillaba y aplaudía al serles leído en voz alta lo redactado.
    Sin pensarlo más tiempo, le pedí al poeta un lápiz y una hoja de papel, porque estaba deseando escribir. El asombro del hombre pareció nacer de la ofensa cuando miró al indigno obrero de quien venía la petición.
— ¡Qué descaro más grande! — dijo entre opulentos aspavientos — ¿Es qué piensa usted que el refinado arte de la escritura está hecho para los proletarios incultos? Abandone mi demostración y regrese a cargar bultos. — Tomó nuevamente su lápiz y sus hojas, pretendiendo ignorar la interrupción, mientras me marchaba desconsolado. 
    Pero no abandoné la esperanza. Si no podía trabajar con los materiales adecuados, practicaría con lo que llegara a mis manos.
    Después de un largo día en la fábrica acarreando cobre y traspaleando soleras, recogí una tapa de cartón y un pedacito de gis, ocupado para marcar los embarques. Recargado sobre una estiba de tarimas escribí en el cartón un par de estrofas sobre la picardía amorosa, un soneto bien medido y una dolora divertida pero profunda.
    Cuando llegaba a casa y terminaba mi quehacer, pasaba la última hora de mi vigilia redactando algunas líneas con un marcador permanente sobre un tabique o una tabla de madera.
    En casa también, garabateé completamente las paredes, el piso y el techo con poemas, cuentos y descripciones de mis paisajes cotidianos.
    Permitía que las personas que me visitaban mirasen y apreciasen mis textos, dejando maravillados a mis improvisados lectores por mi alta sensibilidad y lucidez a la hora de narrar.
    Sólo había una cosa que aún me retenía: seguía necesitando un lápiz y una hoja de papel.



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