Museo de Historia Natural, Ciudad de México. Un instante fue suficiente para provocar el grave error que le arrancó la cabeza a Daniel, el enorme dinosaurio T-Rex que exponía orgullosamente aquel museo.
Se trataba de uno de los pocos fósiles de Tyrannosaurus en haberse hallado completo y en un estado bastante óptimo. Ahora el fósil se descompletaba con el cráneo hecho pedazos sobre el pulido piso del museo.
Rosalba Corona Trejo, curadora del museo, contemplaba el desastre culpa del custodio, pero responsabilidad de ella. Mantenía los dedos de la mano izquierda de sien a sien y la mano derecha apoyada en la cintura.
Los hombres que conformaban al numeroso personal de mantenimiento permanecían cada quien en el lugar que ocupaban antes y durante el accidente. Algunos se miraban entre ellos buscando a los culpables, pero la gran mayoría de miradas reposaba sobre don Alonso, algunas interrogándole, otras acusándole, todas morbosas.
El jefe del área de mantenimiento y maniobras, Don Alonso Ruvalcaba Barrientos, conocía a la perfección el procedimiento, además de poseer la herramienta, el personal y la experiencia necesarias para trasladar el fósil: había que desarmar al dinosaurio con cuidado, trasladarlo en embalajes adecuados al área deseada y armarlo nuevamente en la que sería su nueva ubicación.
Rosalba también conocía el procedimiento y junto a Don Alonso estuvo insistiendo en no desplazar al animal entero, pues iba en contra incluso de cualquier práctica profesional.
Era peligroso tratar de mover a Daniel estando armado, pese a tener anclajes parecidos a bisagras que atornillaban los huesos entre ellos, era un delgado cable de acero suspendido del techo el que sujetaba el cráneo del Tyranossaurus en su lugar, pues el fósil por sí solo era incapaz de sostenerlo.
Fue Fabián Dávila Camacho, el custodio del museo, conocido por infame, quien puso férrea resistencia en desarmar a Daniel para reubicarlo, con el fin de abaratar costos y optimizar tiempos.
En cuanto el empleado de mantenimiento cortó el cable, el cráneo viajó nueve metros en caída libre para hacerse añicos contra el piso.
— ¡Huguito! ¿Qué te hicieron? — exclamó con potente sarcasmo Alejandra Barrera Sánchez, conservadora del museo. Su fingido tono de preocupación se disolvió con el estallido de un ataque de risa que duró varios minutos.
Se encontraba clasificando algunos archivos en su oficina, cuando Rosalba entró cargando una lamentable caja con los pedazos.
— Ya no se lo vamos a poder regresar a los argentinos — reclamó en tono de burla al recuperar la compostura.
— ¿A qué te refieres? — preguntó Rosalba.
— El pendejo de Fabián ya lo había roto igualito, pero en una ocasión que mandamos a Daniel para ser exhibido en Argentina.
— ¿Cómo crees?
— Sí, de verdad. Igual por quererlo mover estando armado. Igual cortaron el cable e igual se hizo polvo contra el piso.
— ¿Y cómo le hicieron?
— Pues los argentinos se portaron chidos y asumieron la responsabilidad. Así que repararon el daño donándonos a Hugo — señaló los añicos que contenía la caja puesta por Rosalba en el escritorio.
— ¿Entonces Daniel traía la cabeza de Hugo?
Para evitar las represalias de los altos mandos del Museo de Historia Nacional de la CDMX, las autoridades del museo en Argentina, condonaron un cráneo hallado por paleontólogos argentinos llamado Hugo.
La única condición sería que llevaran a Hugo al museo de Argentina para ser exhibido durante tres meses dos veces al año. Para que Director General no sospechara, Fabián Dávila mandaba desarmar todo el dinosaurio, pero en el embarque de salida, únicamente se daba el fuero al cráneo.
Rosalba iba caminando a prisa detrás de Alejandra, se dirigían al almacén de piezas del museo. Cada pieza exhibida por el museo poseía su propia réplica y en la gran mayoría de ocasiones, era la réplica la que estaba exhibida en los salones y pasillos del museo. Esto con la finalidad de conservar en el mejor estado y por el mayor tiempo posible la pieza original.
— Tenemos varias opciones — dijo Alejandra al cabo de un prudente silencio — Aquí tenemos la réplica del cráneo original, el de Daniel. Está hecho de pasta de arroz, es hasta más ligerito que el real. También puedo tomar los pedazos más grandes y con ellos armar de nuevo el cráneo, cubriendo huecos y faltantes con una pasta especial, pero eso toma un par de semanas, no es chamba fácil.
— No tenemos un par de semanas — agregó Rosalba — la exhibición debe quedar montada hoy porque se inaugura mañana.
— Pues coloca la réplica y en lo que Fabián la rompe, mando a hacer otra réplica y hago la reconstrucción de Hugo, porque los argentinos la van a querer y ni modo de decirles que pasó a mejor vida.
— Así le hacemos entonces.
Una hora después, Rosalba se encontraba en la oficina del Director General, dando un reporte sensato y completamente detallado de todo lo ocurrido durante la mañana y en cómo se pensaba solucionar.
Contrario a todo lo que la curadora pensó, el Director General accedió a las soluciones expuestas por ella, mostrándose gratamente conforme, casi aliviado. Incluso dio indicación de extremo silencio, respecto a lo sucedido, ni siquiera los argentinos se enterarían.
Rosalba dio media vuelta evitando apenas saltar de alegría y se marchó abandonando el amplio y acogedor despacho del Director General, quien permaneció largo rato pensando, profundamente molesto por la situación que se suscitó. Marcó finalmente, pasado el letargo, usando la marcación automática del teléfono sobre su escritorio
— Sí ¿Fabián? Tenías razón en lo que me dijiste en la mañana. A la siguiente sí te hago caso.

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