lunes, 8 de agosto de 2022

Chalán

Cumplía cerca de quince años trabajando para el rastro y más de diez años de matrimonio. No teníamos hijos, nunca llegaron pese a que lo intentamos. Ahora la vida de pareja era soportar nuestra presencia y nuestro silencio, pues el trabajo ya había dejado de dar tema de conversación.
    Mi trabajo consistía en sacar las patas de pollo del contenedor con agua y cloro donde caían, se escurrían, las embolsaba y repetía la operación, una y otra vez por horas. Algunas patas quedaban colgando en los ganchos y había un persona dedicada a descolgarlas mientras amarraba las bolsas que iba llenando, era un trabajo fácil, pero requería destreza.
    Un día entró a la planta aquél muchacho, no tendría más de veinte años y miraba asustado hacia todos lados. No tenía madera de obrero, lo pusieron a mover contenedores con el patín hidraulico, dejándolos bailando y mal acomodados, así que lo mandaron conmigo. En base a señas fui indicándole lo que tenía que hacer, hizo un desastre, pero no se rindió; al día siguiente lo mismo y poco a poco fue convirtiéndose en mi chalán, se movía rápido y ya no se cansaba. Eso sí, cantaba cuando se aburría o recitaba poesías de memoria. De vez en cuando también me platicaba sobre autores, filosofía y demás cosas de las que él leía. Había sido estudiante de literatura, me parece recordar.
- ¿Y qué haces aquí?- le pregunté alguna vez.
- Mi madre está enferma y la beca no me alcanzaba para su manutención- contestó sonriendo. Sonreía mucho, dijera lo que dijera.
- ¿Y tu padre? 
    Ya no contestó y dejó de de sonreír; el tema era espinoso así que no volví a tocarlo.
    Hablábamos y trabajábamos,  horas, días y meses. Aprendí de un tal Bukowski, Forsyth, David Gómez, Alfonso Reyes, Toño Malpica, Campoamor y un larguísimo etcétera. Incluso llegué a comprar libros para leerlos en casa y prestárselos a mi mujer, llenamos el mueble de la televisión con novelas y antologías. Volvimos a sonreír y charlar.
    Un día no asistió mi chalán, el supervisor me dijo por qué, pero me ordenó no decírselo a nadie y a nadie se lo dije. Su madre había muerto mientras estábamos, cuando llegó a casa la encontró, no me imagino en qué estado, pero debió ser duro, tuvo que ser feo.     
    A los quince días regresó, no saludó a nadie, solamente a mí y se puso a descolgar las patas que quedaban en los ganchos y amarrar las bolsas que se iban llenando. No mencionó palabra, no mencioné ninguna. Nunca más lo volví a ver sonreír, nunca más volvió a cantar, ni a contarme sobre poesías, libros, autores. Trabajábamos en silencio durante horas, días y meses.
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Lápiz Mágico y la Hoja de Papel (Ejercicio)

Caminaba apaciblemente por la calle aledaña a la plaza pública. Reparaba en la nostalgia que me provocaba el camino miles de ocasiones recor...