De lunes a viernes me pudro en mi habitación, la cual mantengo a oscuras la mayor parte del tiempo. La basura que se me cae permanece en el lugar donde aterrizó a menos que me estorbe para pasar, porque entonces la patearé hacia abajo de la cama o hacia alguna esquina en la pared.
Lo mismo pasa con la ropa, hay algunas que permaneces en su lugar en el mueble, aunque permanezca desordenada. Suéteres a medio usar reposan hechos bola en la cama, junto a la pijama, amontonadas sin forma y enredados con las cobijas.
La ropa sucia tiene asignada un huacal para colocar ahí las prendas conforme voy dejándolas de usar, pero no toda la ropa ocupa la caja. Playeras y sabanas permanecen en el suelo desordenadamente, llenándose de polvo, mugre, insectos, etcétera.
El piso es un tema aparte dentro de esta ignominia, cuando me levantó de madrugada para orinar, la gran mayoría de las veces prefiero ocupar una de las muchas botellas vacías de cerveza para poder llenarla y satisfacer mis necesidades. A veces una gotita se escapa, o la botella se llena de golpe y un chorro se riega por el piso; pues nada de eso se limpia ni se trapea. Ocupo una playera de la caja de ropa sucia y la coloco sobre el charco de orina para que se absorba y no estarla pisando por accidente. No obstante, al cabo de unos días, permanece el área una o varias manchas negras, rastro del ominoso liquido que se derramó.
Tampoco dedico tiempo ni esfuerzo en barrer o sacudir. El polvo aparece y se adueña de todo, hay polvo en los libros y libreros, en el escritorio, en el ropero. Acumulándose a modo de pelusas y plastas debajo de los muebles. En fin, polvo en todos lados acumulándose por montones, sin tener yo intensión alguna por tratar de remediar aquella situación.
Lo mismo pasa con la basura, tengo un costal para la basura en un rincón al fondo de la habitación, pero si he comido unas papas a la francesa, el plato de unicel desechable embarrado de grasa y salsas se quedará en el escritorio resecándose y estorbando, convirtiéndose en foco de infección. Pasarán días enteros con sus noches y esa mierda seguirá ahí.
Nunca barro, nunca trapero, nunca sacudo, me la paso acostado tomando cerveza, fumando marihuana, mirando las moscas acumularse posadas en el techo o arrastrándose por el piso buscando las partes más hediondas.
Llega el fin de semana, sábado exactamente. Ella suele mandarme un mensaje para confirmar que viene. Nada cambia, la habitación permanece como está, pero a ella parece no importarle.
Se pone a levantar y doblar la ropa sucia para colocarla en la caja destinada para ello; toma la ropa limpia, la separa y dobla mandándome a llevarla al ropero. Recoge todas las basuras de los muebles y del suelo para poner todo en el costal de la basura, luego barre y saca el polvo, la pelusa y el pelo del cuarto, junto con más basura que estaba debajo de la cama y los muebles.
Trato de no estorbar ayudando y de ayudar no estorbando. El orden de los libreros lo hago yo mismo; al cabo de poco menos de una hora y a veces un poquito, el cuartito ha quedado ordenado y aseado, no como debería pero sí termina luciendo como un lugar habitable para los seres humanos. Ella bromea cuando el desorden del cuarto pasa a ser exagerado, afirmándome que debo de perdonarla o disculparla, pero ése no es un cuarto de zarigüeyas, sino la habitación de su marido y suya.
En aquel cuartito ya ordenado, ella y yo cenamos, platicamos y hacemos el amor, dormimos y hacemos el amor, despertamos y hacemos el amor, desayunamos y hacemos el amor. Dormimos otro momento y volvemos a hacer el amor... Suspiramos porque no nos queda de otra, hay que vestirnos y regresar al mundo sensible. Te vas y yo vuelvo a quedarme solo.
El cuarto permanece como quedó, como tú lo ordenaste. Se ve bien y no huele mal. Puedo hacer el esfuerzo por terminar de ordenarlo o por mantenerlo así hasta que regreses. Puedo también recordar que vendrás y ponerme a recoger aunque sea un poquito durante la semana, hacer un esfuerzo que se me antoja sobrehumano para que el cuartito sea la habitación de mi esposa y mía.
Esperar así como un esposo debe aguardar a su esposa: debidamente ordenado y aseado. Porque uno debe mostrar ganas de que lo vean con su esposa. Lo mismo el cuartito, debe mostrarse como un lugar donde te den ganas de estar, de permanecer, de llegar. Un lugar donde te den ganas de hacer cosas o ya de mínimo donde puedas descansar y permanecer cómodamente, dignamente.
A veces lo consigo, cuando doy lo mejor de mí.