martes, 7 de noviembre de 2023

Remembranza

Nos habían enviado al fraccionamiento de la trinidad en el municipio de Zumpango.
    Nuestra tarea era relativamente sencilla: tocábamos a las puertas de las casas y preguntábamos si las personas que ahí residían poseían sus sacramentos.
    Conforme nos íbamos acercando a las fronteras del fraccionamiento, las casas iban deshabitándose  y saqueándose, llenándose de drogadictos.
    De repente, una de aquellas desoladas cerradas se presentó ante nosotros debidamente resguardada por una reja ciclónica a modo de valla perimetral, así como un enorme y pesado portón de acero forjado.
    Gritamos, tocamos, nadie nos abrió. Mi acompañante no se percató de que varias personas se asomaron de manera furtiva y volvieron a ocultarse con despotismo.
    Estaba insistiendo a mi acompañante que nos retirásemos de ahí. Por alguna razón los adultos solían ignorarme a esa edad, siempre con fatídicas consecuencias. Aquella no fue la excepción.
     Una mujer entre las casas del fondo se asomó tratando de que no la viéramos, pero lo hicimos, la mujer trató de desentenderse regresando a su hogar, sólo para salir corriendo a abrirnos unos instantes después completamente avergonzada.
    La atractiva señora corría grácilmente hacia la puerta de entrada, notó cuando casi llegaba a nosotros que sus senos brincaban de aquí para allá y que yo no podía dejar de mirarlos. Abrió desesperadamente el portón, lo cerró de igual forma y casi sin hacer ruido. Nos rebasó para guiarnos hacia su casa. Miré su trasero, sus nalgas eran grandes y redondas. Rebotaban sueltas sin ropa interior dentro de la delgada tela del pantalón de su pijama. Volteó y me atrapó...
    En cuanto llegamos a la entrada de su casa le aplicamos la encuesta y se sinceró con nosotros.
    Ella trabajaba en Vallejo, por fin pudo sacar su casa con el apoyo de un crédido por parte de INFONAVIT, fue enviada a aquella casa en medio de la nada. Como los vagabundos de alrededor se enteraron, comenzaron a habitar las demás casas, hasta poblar la cerrada. Eran adoradores de la muerte.
    Se enteraron de las creencias guadalupanas de la señora, la sacaron de su casa, la desnudaron y la golpearon enfrente de sus hijos, a quienes le hicieron lo mismo.
    Le di una estampa con la imagen de la virgen, le dije que rezara y que yo rezaría por ella.
    Salimos de ahí y me olvidé para siempre de ella, han pasado más de doce años.
 

 

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