El pueblo de Barrón en Nicolás Romero no gozaba de más popularidad, como el resto del municipio, que de la que le otorgaba el temor a los asaltantes y la lengua larga de las señoras de edad que tenían mucho tiempo viviendo ahí. El quiosco, erigido al pie de las escaleras de la iglesia, tenía una plaza muy bien hecha, en la cual estaba prohibido jugar futbol, por lo que casi nunca era usada en las tardes. Había casualmente en dicha plaza unas parejitas haciendo uso de las bancas alrededor o muchachos en sus bicicletas.
La plaza se encuentra bardeada de una de sus orillas, y al otro lado de la calle hay una farmacia; a la izquierda, un local agradable de tacos; a la izquierda, un consultorio médico de popularidad mediana entre el pueblo, ya que unos metros más adelante, se encuentra otro médico de mayor prestigio.
Pero el consultorio al lado del puesto de tacos está bien, dice el extraño muchacho vestido de mezclilla negra y suéter con cuello de tortuga también negro, tiene la piel increíblemente delgada y de un color rosado, casi rojo, que da la apariencia de estar irritada, al momento de girar el cuello, los pliegues que se forman por su piel se resaltan y se quedan remarcados como si tuviera piel de albanene. También sus ojos son peculiarmente extraños, son tan negros que no se distinguen sus pupilas y poseen un brillo inmenso, tan inmenso como su tamaño.. Dicho joven es alto, delgado, se le nota que goza de muy buena condición, aunque su rostro posee unas profundas ojeras y sus labios dibujan una tristeza cruel, mientras su mirada es enamorada contrastando con el resto de su cara.
El joven entra en el consultorio del doctor, hay otras personas esperando: otro joven que tiene en la ceja una abertura sangrante que descansa en las piernas de una chica hermosa la cual sostiene una gasa en la fuente del sangrado; también hay un tipo con una mueca indescriptible de dolor debido a la herida podrida que tiene en la unión del codo, y por fin está el muchacho con depresión vestido de negro; las personas que ya están en la sala de espera se le quedan viendo y lo arrasan con la mirada unas cien veces por lo menos antes de regresarla a sus respectivos problemas; inmediatamente, toda aquella chusma sabe que él no es del pueblo y pierden el interés en él.
Las horas pasan y un poco de vida aparece en la plaza, una vendedora de elotes se coloca en una esquina afuera de la plaza; poner un puesto en la plaza es delito local, por ello la mujer se queda en la equina. El joven mira a una pareja que llega para sentarse en las banquitas a disfrutar del amor, ambos enamorados charlan por unos breves instantes que para ellos deberían de ser eternos y después de mirarse a los ojos con coquetería acercan los labios de uno a los del otro y el joven vestido de negro se imagina que el afortunado novio es él y la embelesada chica es Rosario, aquella joven que nunca le hará caso. Distrayéndolo de su visión, un póster desafortunado que, llevado por el viento, ondea salvajemente como si quisiera llamar la atención de aquel muchacho, consiguiéndolo sin mucho esfuerzo.
Después de ondear otro poco por los aires, el póster se queda pegado por la fuerza del viento en un poste de luz, y deja revelado su mensaje:
“El Gran MIMOCIRCUS”
La fuerza del viento arroja el póster nuevamente y se pierde en la distancia, pero el tiempo que estuvo plasmado fue suficiente para que aquel joven ensimismado en el profundo pensamiento llamado nada, se hundiera con mucha más fuerza, como si quisiera descubrir la razón de ser de aquel cartel.
A Barrón ha llegado un pequeño circo, se hace llamar el grandioso espectáculo del MimoCircus, es la manera en que la grabación que sale del megáfono anuncia el circo por los pueblos colindantes. El Centro de Espectáculos la Corona es la sede de la pequeña carpa, de hecho se trata de un circo bastante pequeño. Sin embargo tiene de todo: chicas guapas a caballo, monos a caballo, monos haciendo malabares, volando en el trapecio. Gente haciendo malabares y volando en el trapecio, los entrenadores de tigres, magos, hombres fuertes y: un arlequín.
El arlequín es la atracción principal, se dice que es un fantástico actor, cantante, bailarín y poeta como dice la grabación del megáfono. Mucha gente no sabe lo que es un arlequín, se preguntan entre vecinas y muchas personas se deciden a ir al MimoCircus.
Cuando la función comienza, la lona de la carpa se ilumina de círculos de luces hechos por los reflectores y la voz del animador anuncia el primer número:
― Damas y caballeros, niños y niñas de todas las edades, sean bienvenidos al más bello y artístico espectáculo circense de todos los tiempos. Hagan el favor de dirigir su atención al centro de la pista. Con ustedes, el único e inigualable, el más alegre de todos los payasos…― las luces se apagan y comienza un redoble de tambores ―. El arlequín: Pagliacci― todos los reflectores iluminan el centro de la pista y se ve a un curioso payasito. Tiene un cucurucho en la cabeza color blanco, a lo largo tiene bordadas cuatro estrellas negras aterciopeladas y en la punta tiene una enorme bola de algodón color negro. Su rostro está pintado de blanco, en sus ojos tiene pintadas unas estrellas con maquillaje negro, una pelota negra en la nariz y más maquillaje negro en la boca que exagera la sonrisa. En su cuello lleva un adorno de puntas color blanco y su apretado mameluco de rombos negros y blancos le hace ver como un niño excéntrico, además de que en lugar de botones tiene pompones negros. Sus zapatos terminan en una larga punta, tienen bolas gigantes de algodón negro en el empeine, tres para ser exactos y en la punta un cascabel. Por último, en sus manos tiene puestos unos guantes como los de Mickey Mouse.
El arlequín tiene las manos en la espalda, al llevarlas hacia enfrente hace ver que tiene un violín y su mástil. El violín se encuentra afinado en un tono muy alto, por lo que las notas suenan bastante alegres, de hecho la melodía es tan infantil que la gente empieza a sonreír y a aplaudir a un ritmo constante. Pagliacci brinca con los pies juntos al mismo ritmo de las palmas, cuando la gente empieza a dejar de aplaudir, Pagliacci deja de saltar y de tocar y hace gestos de reclamo, la gente aplaude nuevamente y Pagliacci salta, los espectadores la captan y aplauden lento, Pagliacci salta y toca lento, aplauden muy rápido, Pagliacci salta y toca rápido, pronto la carpa es un escándalo de aplausos y Pagliacci ya no puede seguir el ritmo y hace unos pasos desequilibrados por el resto de la pista, grita y arroja su violín al suelo, con una cuerda amarrada del violín a su manga, hace parecer que el instrumento rebota y la gente estalla de risa. Pagliacci vuelve a tocar la desconocida pero alegre melodía y empieza brincar la gente vuelve a aplaudir y en un momento dado, los brincos se Pagliacci se hacen en extremo altos y casi mágicamente aparece un canguro mecánico, Pagliacci recorre toda la pista brincando y tocando, sale de la pista alegrando a la gente.
El arlequín usa su canguro para subir por las gradas sin dejar de tocar, regresa por fin a la pista dando un giro mortal hacia enfrente, quitándose el canguro y cayendo de pie de frente al público quien emocionado colma los oídos del arlequín con aplausos.
Es el turno de las chicas hermosas haciendo acrobacias con los bellos caballos, los giros mortales hacia enfrente y hacia atrás mientras los caballos brincan obstáculos hacen a los espectadores aguantar la respiración, el animador del circo toma la palabra y da el anuncio de los monos, las dos chicas detienen sus caballos y bajan, los caballos vuelven a correr y entran los monitos en fila tomándose de las colas con una mano y rascándose la cabeza con la otra, son cuatro changos y suben de a dos en los caballos. Al centro de la pista es colocado un aro grande un poco cerca del suelo y un aro más chico un tanto más arriba del primero, el caballo salta el aro más grande y los monos el más chico, las personas aplauden.
Los simios se suben uno en los hombros de otro y se intercambian de caballo, la gente grita y aplaude emocionada. De pronto la gente estalla en risas, entran otros cuatro monos sólo que el cuarto no es un mono, es Pagliacci, quien entra encorvado en cuclillas tomándose de la cola del simio con una mano y rascándose la cabeza con la otra, mientras hace gestos con la boca.
Los cuatro primeros monos detienen los caballos haciéndoles una caricia en el cuello, desmontan y se van, entran otros dos caballos descansados y un tercer equino con ellos, éste es blanco, Pagliacci monta en él junto con uno de los monos recién llegados, Pagliacci al principio muestra torpeza y casi cae dos veces del caballo, mientras los changuitos hacen su espectáculo sin tomarlo en cuenta. Al momento de saltar por el aro. Pagliacci hace señas de valor y se ve decidido a saltar junto con su primate amigo, pero metros antes Pagliacci se acuesta a lo largo en el lomo de caballo y pasa por el aro junto con él, el entrenador detiene a las bestias con el sonido de su látigo, los tres monos y los otros dos caballos salen de la pista y el entrenador se queda solo con Pagliacci, quien pone cara de avergonzado y mueve exageradamente la boca diciendo “ya la regué”, la gente ríe.
― ¿Qué haces?― grita el entrenador ―. ¡Estás echando a perder todo nuestro trabajo!
― No patrón― dice Pagliacci, su voz es gangosa y chillona pero bastante entendible, suena tan graciosa que la gente ríe ― lo único echado a perder aquí son esas coles de bruselas que tiene atoradas ahí mire― señala y trata de meter un dedo en la boca del entrenador pero se lo quita de encima furioso.
― Ya… explícame algo ¿por qué sales junto con los primates?
― Ah pues ¿si se acuerda de rosita, la chica del caballo?
― Sí.
― Es que ella me dijo que soy muy mono― la gente suelta carcajadillas.
― ¿A sí? Pues para que se te quite lo mono te voy a hacer saltar ése aro como los demás primates.
― Ay, patrón, usted exagera, si ese aro lo salto hasta con los ojos cerrados.
― Ah, qué bueno que me lo dices… ¡Sansón!― grita el entrenador y aparece un hombre alto y bastante musculoso con una antorcha y le prende fuego al aro que Pagliacci debe saltar, el arlequín hace una mueca exagerada de horror, mientras retuerce las manos en su pecho, levanta la pierna y flexiona cuerpo haciendo un sonido chirriante, decide irse pero el entrenador da un chicotazo con el látigo en las nalgas de Pagliacci, quien brinca y hace muecas de dolor, brinca y brinca en dirección al caballo blanco y de un brinquito, bastante espectacular, monta el caballo, el entrenador se acerca a él, lo jala del pompón de hasta abajo del mameluco pero una cuerda sale de él y se estira, el entrenador suelta el pompón y regresa a su lugar, toma el pompón de más arriba y jala a Pagliacci hacia él:
― Escúchame bien, mimo sin trabajo: debes atravesar tres veces el aro con fuego o si no― el entrenador recorre su propio cuello con el dedo meñique, el arlequín traga saliva, se acomoda el cucurucho y dice
― Ok… hazte pa’ allá― Pagliacci oprime el pompón de en medio y un chorro de agua la cae al entrenador en la cara, quien suelta a Pagliacci. El caballo comienza a galopar a toda velocidad, da un par de vueltas alrededor de la pista mientras Pagliacci aprieta su pompón y moja a la gente, voltea hacia el aro en llamas y aprieta su pompón, pero ya no tiene agua, la gente se carcajea, el caballo relincha: es la señal. Pagliacci hace una mueca de desesperación y el caballo corre hacia los aros. El corcel brinca el aro de abajo y Pagliacci vuelva como superman mientras cruza el aro en llamas y cae suavemente en el lomo del caballo, la gente aplaude extasiada. La misma hazaña se repite otras dos veces y el arlequín sale con todo y caballo de la pista para dar lugar al siguiente acto.
<<El arlequín Pagliacci>> comenta la gente que pasa cerca del consultorio médico en Barrón, el joven los escucha y mira al joven de la ceja sangrante salir del consultorio. El muchacho entra con un andar muerto, como si fuera un zombi. Al verlo el doctor se inquieta y lo observa detenida y analizadoramente, tratando de averiguar qué tiene; adivina que aquél tiene una enfermedad, de esas que no se curan, pero que tampoco matan, de esas enfermedades que nos mantienen conservados en dolor.
Amigablemente invita al chico a tomar asiento. Es curioso, porque el doctor lleva veinticinco años trabajando en Barrón y es la primera vez que ve a ese joven.
― Hola, amigo― saluda paternalmente el doctor ―. ¿Qué es lo que tenemos?― el muchacho mantiene la mirada agachada, como si contemplara el vacío oscuro de su profunda depresión, piensa y en su mirada se refleja que siente que dirá una estupidez, pero que no hay de otra
― Sufro― dice por fin el joven ―. De un mal espantoso, tan espantoso como la palidez que refleja mi cara― el doctor Cuauhtémoc se estremece, si los muertos pudieran hablar, seguramente hablarían como ese muchacho ―. Nada me atrae… nada me parece atractivo, todos son como pétalos de rosas en medio de las hojas de un libro olvidado, ya no me importa cómo me llamo, ni cómo me va en la vida porque, mal o bien, me da igual. Es esta una eterna melancolía y la única verdadera ilusión que me queda, es la llegada cada vez más retardada de la muerte.
La plaza de Barrón por las tardes se la pasa casi vacía, pero no esa tarde, el espectáculo del circo era lunes, miércoles, viernes y el fin de semana, porque martes y jueves, Pagliacci estaba en esa plaza payaseando, rodeado de niños en primera fila; jóvenes y adultos se encontraban ahí, aplaudiendo la música del payaso. Quien cantó una pieza de opera con una potente voz. Recitó un poema de amor con una pasión intensa que hizo a los esposos abrazarse, y a las parejas besarse. Hizo malabares y trucos de magia, bromas con sus pompones y hasta el más amargado y triste de los corazones se alegraba viendo al arlequín Pagliacci. Ese día, al igual que los anteriores, la multitud amontonada esperaba con ansia la llegada del arlequín.
― ¿Acaso no te distrae de todos esos pensamientos viajar o recorrer lugares?― pregunta el doctor.
― He viajado mucho y conozco un sinfín de lugares― contesta el joven.
― ¿Has buscado una lectura interesante últimamente?
― He leído tantos libros…
― ¿Tienes problemas económicos?
― Tengo todo el dinero que me gustaría tener.
― Música que alegre el alma y el corazón.
― Escucho tantas por tantas horas al día.
― ¿Qué recibes de tu familia?
― Solamente tristezas y angustias.
― ¿Visitas los panteones?― la mirada del doctor se vuelve muy inspectora.
― Los visitó diario… diario…
― ¿No tienes amigos con quienes charlar? ¿Ningún intimo?
― Amigos sí, pero ningún íntimo, todos ven lo que aparento, pocos saben lo que soy y ésos pocos no se atreven a ponerse en contra de la mayoría… no dejo que ellos me dominen… yo amo a los muertos y a los vivos los llamo mis verdugos.
― ¿Buscas el amor?― la mirada del joven toma un brillo lleno de vida, el doctor festeja en su interior, sabe que ha dado en el clavo.
― Así es― dice el joven ―. Más no busco el amor porque lo he encontrado, es sólo que el destino no une a mi amada con el mismo sentimiento que me une a ella.
― Me deja bastante perplejo tu caso, muchacho. Pero no debes de temer― escucha en la calle la grabación del megáfono del MimoCircus ―. Toma este consejo como la receta que te doy, ve a ver al gran arlequín Pagliacci, eso podrá curarte.
― ¿A Pagliacci?
― Sí, a Pagliacci, todos aman su espectáculo circense e idolatran su show callejero, chicos y grandes lo aclaman y revientan de risa.
― ¿Y a mí me hará reír?
― ¡Por supuesto que sí! Incluso los más tristes y deprimidos como tú pueden reír al verlo. Sólo él y nadie más podrá curarte… te lo juro.
― ¡Así no puedo curarme!― exclama el joven llevándose las manos al rostro y llorando.
― Pero ¿Por qué no?― pregunta el doctor extrañado. ― ¿Acaso ya has ido a verlo y ni siquiera él pudo alegrarte?
La gente que se ha reunido en la plaza de Barrón, comienza a marcharse con una gran decepción, todo apunta a que, ese día, no habrá espectáculo en la plaza.
― Pero doctor…– dice el joven agonizando –. Yo soy Pagliacci.