Era el año de 1986, durante el mes de febrero. Una mala cuesta de enero me despojó de una actividad laboral que me permitiera ganarme la vida decentemente.
Tras unas semanas, fui a dar con mis huesos a Metales Internacionales Mexicanos, una planta recolectora de cobre para reciclaje y fabricantes de material epóxico para bujías.
La entrevista fue breve, no tanto como el cuestionario psicométrico que indicaba contestar rápida y espontáneamente dentro de lo posible y asegurando que ninguna respuesta era incorrecta. La prueba finalizó con la realización del dibujo de una persona bajo la lluvia y otro de una casa, una persona y un árbol. Entregué mis pruebas, me agradecieron y prometieron llamarme.
El 9 de febrero de 1986 fui llamado a las oficinas de R.H. de MeInMe S.A. de C.V. para mi examen médico y firma de contrato.
Acudí con ilusión.
Pasé a servicio médico y luego de firmar el visto bueno, la encargada - que nunca supe si era enfermera o doctora - se tomó un tiempo para conversar conmigo.
Me comentó que las pruebas psicométricas, el cuestionario y los dibujos, reflejaban una falta de autoestima preocupante, así como una depresión fuertemente arraigada.
— Me llama la atención tu estado mental — me aseguró la rechoncha mujer de mediana edad. Procedió entonces a realizarme rápidamente un cuestionario
— Casi todos los días — fue mi respuesta en casi todas las preguntas.
— ¿Desde cuándo se ha estado sintiendo así?
— Toda la vida.

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