jueves, 18 de septiembre de 2025

El Lápiz Mágico y la Hoja de Papel (Ejercicio)

Caminaba apaciblemente por la calle aledaña a la plaza pública. Reparaba en la nostalgia que me provocaba el camino miles de ocasiones recorrido. Mi atención fue llamada en ese momento por un hombre parado en medio de la plaza que recitaba poemas con voz apasionada.
    Interesado por el brillante y descarnado yo lírico que entretejían sus versos, me acerqué al hombre aquél para preguntarle por el libro que contenía aquellas estrofas tan potentes. 
    Me percaté de que el hombre escribía usando un lápiz y hojas sueltas de papel. A mano redactaba unas cuantas líneas y su escaso, pero muy atento público se maravillaba y aplaudía al serles leído en voz alta lo redactado.
    Sin pensarlo más tiempo, le pedí al poeta un lápiz y una hoja de papel, porque estaba deseando escribir. El asombro del hombre pareció nacer de la ofensa cuando miró al indigno obrero de quien venía la petición.
— ¡Qué descaro más grande! — dijo entre opulentos aspavientos — ¿Es qué piensa usted que el refinado arte de la escritura está hecho para los proletarios incultos? Abandone mi demostración y regrese a cargar bultos. — Tomó nuevamente su lápiz y sus hojas, pretendiendo ignorar la interrupción, mientras me marchaba desconsolado. 
    Pero no abandoné la esperanza. Si no podía trabajar con los materiales adecuados, practicaría con lo que llegara a mis manos.
    Después de un largo día en la fábrica acarreando cobre y traspaleando soleras, recogí una tapa de cartón y un pedacito de gis, ocupado para marcar los embarques. Recargado sobre una estiba de tarimas escribí en el cartón un par de estrofas sobre la picardía amorosa, un soneto bien medido y una dolora divertida pero profunda.
    Cuando llegaba a casa y terminaba mi quehacer, pasaba la última hora de mi vigilia redactando algunas líneas con un marcador permanente sobre un tabique o una tabla de madera.
    En casa también, garabateé completamente las paredes, el piso y el techo con poemas, cuentos y descripciones de mis paisajes cotidianos.
    Permitía que las personas que me visitaban mirasen y apreciasen mis textos, dejando maravillados a mis improvisados lectores por mi alta sensibilidad y lucidez a la hora de narrar.
    Sólo había una cosa que aún me retenía: seguía necesitando un lápiz y una hoja de papel.



lunes, 8 de septiembre de 2025

Guillermo "Teardrop" (Ejercicio)

El miedo y el dolor no se irán jamás. Vivirán contigo para siempre sin que puedas hacer algo para evitarlo. No es tan catastrófico como parece, pues la fe, la esperanza y el amor también vivirán contigo y morirán estando dentro de ti cuando mueras también. Por lo que es importante aprender a gestionar las emociones, reconocerlas, aceptarlas y salir al mundo con la energía que éstas nos produzcan.
    Dicho rápido y mal es un: despertarse enojado, arreglarte enojado, salir a la calle enojado, trabajar enojado y el gran etcétera que significa vivir el día a día.

Guillermo se levanta a las tres y media de la madrugada. Se viste, se peina, sale a de su casa a las cuatro y cuarto de la madrugada, para ir a trabajar. Su trabajo le ocupa doce horas de su día, de seis de la mañana a seis de la tarde, llegando a trabajar hasta dieciocho horas diarias de lunes a sábado. 
    Esto con tal de mantener a su hijo recién nacido y a su famélica esposa. Guillermo jura que los ama y que por ellos haría lo que sea necesario. Un aplauso para Guille.
    El dinero no alcanza, agua, luz, teléfono, gas, ropa, pasajes, comida, despensa y las necesidades varias del bebé. Guille come solamente una vez al día, cuando llega en la noche a casa luego de trabajar. Guille no pierde la esperanza, reconcilia las peleas y discusiones cada vez más frecuentes e intensas con su mujer por medio del amor y la comprensión. Cree firmemente que sólo juntos y unidos podrán salir adelante. Un aplauso para Guille.

Han realizado recorte de personal en la fábrica donde trabaja nuestro Guille, había estado salvándose por meses, pero hoy su nombre apareció en la lista de los liquidados. A las dos de la tarde, acabado el turno regular, debe pasar a Recursos Humanos, cobrar su semana junto a sus últimas ocho horas laboradas y su finiquito. Le dicen que ha quedado muy bien parado, económicamente hablando, le entregan una carta de recomendación y le desean suerte a Guille.
    Guillermo se levanta de la banqueta, se quedó en la calle sentado pensando qué hacer sin poder encontrar una alternativa viable para la situación. No toma el transporte, camina a casa, llegará como si hubiese trabajado el día completo.
    Su barrio lo recibe con una tienda clandestina de licor, ron, brandy marihuana y un revolver de nueve tiros son comprados por Guillermo en aquel ominoso recinto. Permanece se pie frente al portón del edificio donde renta su departamento. Se acaba una botellita, fuma un porro, se toma la otra botellita y se fuma tres porritos más. Ahora Guillermo es alguien que nadie ha conocido, coloca la punta del arma en su sien, aprieta los párpados, aprieta la mandíbula, aprieta el puño de la mano libre, pero no aprieta el gatillo. Baja el arma con la mirada y la cabeza. Un aplauso para Guille.
    Finalmente se decide atravesar el portón, completamente intoxicado y cada vez más mareado y confundido, sin modo alguno de conectar con la realidad. Abre la puerta del departamento, su esposa lo recibe con una cara que preferiría no mirar y con reclamos que ya está harto de escuchar. 
    Guille coloca los seguros y cerrojos lentamente. Se da la vuelta y sin poder apuntar correctamente dispara dos balas contra su mujer, perfora su vientre, le despedaza un seno y la madre de su hijo cae al piso inerte, con lágrimas brotando de sus sorprendidos ojos.
    Desde la única recámara del departamento, Guillermo escucha el llanto aterrado de su hijo. Dando inhumanos trompicones y tambaleándose grotescamente, Guille entra a la habitación del recién nacido. Coloca el cañón del revolver en el vientre de la criatura, aprieta el gatillo, pero la bala impacta en un muro.
    La esposa de Guille, como toda madre, se levantó de la muerte para proteger a su hijo.
    Los esposos gritan, se abofetean, jalonean y empujan, uno o dos balazos se escapan rebotando peligrosamente. Sin saber cómo, arañado, golpeado, completamente errático, Guille sujeta a su esposa por el cuello para ahorcarla, una vez comprobada su inconciencia, le mete dos balas en la cabeza a la madre de su hijo. Un aplauso para Guille.
    Víctima de la histeria, la mente de Guillermo se resquebraja al saberse asesino, lanzando horrorosos berridos de ira y de frustración, que se mezclan y suenan en espantoso canon con el llanto aterrado, hambriento y desesperado de su bebé.
    La puerta del departamento comienza a ser golpeada y la voz de la dueña del edificio pregunta déspotamente por los ruidos que se han dado en el interior, amenazando después con hablarle a una patrulla.
    No queda demasiado tiempo, Guille debe apurarse, su rostro se encuentra completamente amoratado y magullado, lleno de protuberancias, algunas sangran. El hombre se levanta, mira a su bebé y el bebé le mira, coloca su mano en el torso de la criatura que no se cansa de llorar. Dos balazos se escuchan y el silencio finalmente reina. Un aplauso para Guille.
    Las luces de una patrulla se proyectan en la cortina de la ventana del departamento que da para la calle. Los golpes en la puerta regresan y la casera amenaza, afirmando que ya le habló a la patrulla.
    Guille escucha a su casera hablar con dos hombres en el pasillo y los golpes en la puerta vuelven, buscando ahora derribarla. Guille ha sido prudente, ha sido inteligente, guardando el último tiro para su frente. Un estallido de bala final sella el destino de nuestro Guillermo.
    Aplausos para Guille.
    

viernes, 15 de agosto de 2025

Carta de Amor

Te escribo esta carta para recordarte que te quiero muchisimo y que me pasó el día completo pensando en tú. Como una especie de obsesión o de consideración para darle sentido a las cosas que hago.
    Por ejemplo: cuando tiendo mi cama es para que tú y yo tengamos un lugar digno y bien dispuesto para nuestro descanso y nuestra intimidad.
    Igualmente con la habitación, tenerla barrida, trapeada y ordenada. Ello incluye mi guardarropa, tener limpia y bien dispuesta tu pijama y tus chanclitas, para que sepas donde puedes tomarlas siempre que las necesites. El chiste es que mi espacio y todo lo que de él se ocupa se encuentre perfectamente disponibles para ti.
    Mi actual empeño es lograr que mi cuartito se convierta en un espacio digno y adecuado para tu descanso, mi amor. Para que puedas despejarte, aunque sea por un momento, del trabajo y de la vida de afuera.
    Para darme a entender rápidamente, siempre procuro dar lo que a mí me gustaría recibir, quiero darte un lugar para escapar sin arriesgarte, para descansar sin preocuparte. Como tú te lo mereces.
   
Dentro de mi lista de personas admirables te encuentras tú... porque has sido y eres capaz de lograr y hacer cosas que yo no puedo ni tengo. Es imposible para mí levantarme para ir a trabajar y soportar a toda la tanda de imbéciles que abarrotan los trabajos. 
    Honestamente, pese a que yo puedo hacerlo, no logro encontrar la convicción diaria necesaria para lograrlo. Por ello te admiro, quizá para cualquier otro no sea más que lo que todos hacen, pero yo te reconozco lo increíble de la hazaña y pido a Dios que de ser necesario, me quité la poquita de energía que tengo para dártela a ti cuando llegue a hacerte falta...


NOTA DEL AUTOR: Esta carta no pudo ser terminada, pues en esa misma semana, entré a trabajar a una fabrica, porque quiero comprar cosas para mi esposa y para seguir dándonos la vida que deseamos.

TE AMO MUCHISIMO. SIEMPRE TUYO.





miércoles, 13 de agosto de 2025

Una Pequeña Esperanza

De lunes a viernes me pudro en mi habitación, la cual mantengo a oscuras la mayor parte del tiempo. La basura que se me cae permanece en el lugar donde aterrizó a menos que me estorbe para pasar, porque entonces la patearé hacia abajo de la cama o hacia alguna esquina en la pared.
    Lo mismo pasa con la ropa, hay algunas que permaneces en su lugar en el mueble, aunque permanezca desordenada. Suéteres a medio usar reposan hechos bola en la cama, junto a la pijama, amontonadas sin forma y enredados con las cobijas.
    La ropa sucia tiene asignada un huacal para colocar ahí las prendas conforme voy dejándolas de usar, pero no toda la ropa ocupa la caja. Playeras y sabanas permanecen en el suelo desordenadamente, llenándose de polvo, mugre, insectos, etcétera.
    El piso es un tema aparte dentro de esta ignominia, cuando me levantó de madrugada para orinar, la gran mayoría de las veces prefiero ocupar una de las muchas botellas vacías de cerveza para poder llenarla y satisfacer mis necesidades. A veces una gotita se escapa, o la botella se llena de golpe y un chorro se riega por el piso; pues nada de eso se limpia ni se trapea. Ocupo una playera de la caja de ropa sucia y la coloco sobre el charco de orina para que se absorba y no estarla pisando por accidente. No obstante, al cabo de unos días, permanece el área una o varias manchas negras, rastro del ominoso liquido que se derramó.
    Tampoco dedico tiempo ni esfuerzo en barrer o sacudir. El polvo aparece y se adueña de todo, hay polvo en los libros y libreros, en el escritorio, en el ropero. Acumulándose a modo de pelusas y plastas debajo de los muebles. En fin, polvo en todos lados acumulándose por montones, sin tener yo intensión alguna por tratar de remediar aquella situación.
    Lo mismo pasa con la basura, tengo un costal para la basura en un rincón al fondo de la habitación, pero si he comido unas papas a la francesa, el plato de unicel desechable embarrado de grasa y salsas se quedará en el escritorio resecándose y estorbando, convirtiéndose en foco de infección. Pasarán días enteros con sus noches y esa mierda seguirá ahí. 
    Nunca barro, nunca trapero, nunca sacudo, me la paso acostado tomando cerveza, fumando marihuana, mirando las moscas acumularse posadas en el techo o arrastrándose por el piso buscando las partes más hediondas.

Llega el fin de semana, sábado exactamente. Ella suele mandarme un mensaje para confirmar que viene. Nada cambia, la habitación permanece como está, pero a ella parece no importarle.
    Se pone a levantar y doblar la ropa sucia para colocarla en la caja destinada para ello; toma la ropa limpia, la separa y dobla mandándome a llevarla al ropero. Recoge todas las basuras de los muebles y del suelo para poner todo en el costal de la basura, luego barre y saca el polvo, la pelusa y el pelo del cuarto, junto con más basura que estaba debajo de la cama y los muebles.
    Trato de no estorbar ayudando y de ayudar no estorbando. El orden de los libreros lo hago yo mismo; al cabo de poco menos de una hora y a veces un poquito, el cuartito ha quedado ordenado y aseado, no como debería pero sí termina luciendo como un lugar habitable para los seres humanos. Ella bromea cuando el desorden del cuarto pasa a ser exagerado, afirmándome que debo de perdonarla o disculparla, pero ése no es un cuarto de zarigüeyas, sino la habitación de su marido y suya.
    En aquel cuartito ya ordenado, ella y yo cenamos, platicamos y hacemos el amor, dormimos y hacemos el amor, despertamos y hacemos el amor, desayunamos y hacemos el amor. Dormimos otro momento y volvemos a hacer el amor... Suspiramos porque no nos queda de otra, hay que vestirnos y regresar al mundo sensible. Te vas y yo vuelvo a quedarme solo.
    
El cuarto permanece como quedó, como tú lo ordenaste. Se ve bien y no huele mal. Puedo hacer el esfuerzo por terminar de ordenarlo o por mantenerlo así hasta que regreses. Puedo también recordar que vendrás y ponerme a recoger aunque sea un poquito durante la semana, hacer un esfuerzo que se me antoja sobrehumano para que el cuartito sea la habitación de mi esposa y mía. 
    Esperar así como un esposo debe aguardar a su esposa: debidamente ordenado y aseado. Porque uno debe mostrar ganas de que lo vean con su esposa. Lo mismo el cuartito, debe mostrarse como un lugar donde te den ganas de estar, de permanecer, de llegar. Un lugar donde te den ganas de hacer cosas o ya de mínimo donde puedas descansar y permanecer cómodamente, dignamente.
    A veces lo consigo, cuando doy lo mejor de mí. 





lunes, 11 de agosto de 2025

Ella Trae el Orden

Cuando cuento el día sexto
en las semanas que se cumplen
ella viene a mí.

Permanece un momento imperceptible
para alimentarnos de nosotros,
para saciarnos un poco,
para quedarnos con más ganas,
para extrañarnos un poco menos.

Cuando se va:
la cama ha quedado tendida,
el cuarto barrido,
la ropa doblada y guardada
el desorden acomodado en su lugar
y, mi cada vez más herido corazón
saneado y curado otro poquito.





viernes, 8 de agosto de 2025

El Demonio de la Perversión - No Hay Poesía

Un estante lleno de libros tochos para poder leer:
recopilaciones,
antologías,
lo más selecto,
mierdas en general
no hay poesía
en medio de todo ese nombradero 
de completos desconocidos
destacan nombres, igualmente insignificantes,
destacan por repetirse
por abarrotar
por amontonarse.

No hay poesía
en todas las hojas llenas de letras escritas a mano
que narran una serie de estúpidas y cobardes anécdotas, masturbadas por los condimentos narcolépticos de la ficción.

No hay poesía
entre aquellos versos arrítmicos como la de tres hombres violando a una mujer ebria y enfiestada
no hay poesía
una pobre adolescente pendeja
provoca a su novio para que la golpee,
ella ha abusado primero,
y pone cara de perra estúpida 
cuando su voz se entrecorta por el tremendo golpe recibido.

No hay poesía
una penetración anal de manera violenta,
mientras la golpeo en el rostro
y en los senos,
ella pide que no pare,
pide que la golpee,
que viole su ano, rompa su culo
que la haga mi puta, 
que es mi perra y que la use.

Lentamente comienzas a entender
no hay poesía
no hay métrica
cuando él va a verla aunque le haya dicho que no
pero lleva alcohol y cigarrillos,
pasa a escondidas 
nunca hay nadie en casa
ya ebria él vuelve a violarla
la ahoga con su verga
a veces vomita
completamente feliz le dice "gracias"
él la abofetea como respuesta
ella dice "gracias" otra vez,
para continuar mamándosela 
si él no hace nada, ella solita se ahoga.

Él mete droga en su ano
ella, excitada, chorrea del coño
mientras los dedos que entraron por completo para meter más la droga en el recto, entran por el coño hinchado de vulva babeante por la excitación.
Él saca los dedos para meterselos en la boca
ella los limpia muy bien
gime cuando siente que solamente los huevos no entraron por su vagina.

No hay poesía
no hay versos
capaces de romantizar la cosificación sexual que aquella pobre putilla disfruta por parte del imbécil de su hombre,
porque está enamorada.
Ella lo coloca boca arriba y lo cabalga con el coño
de un brinco pasa al ano
el gemido es de un profundo dolor
pero él no deja ya de taladrarla
ella no desea que pare
ella lo muele a cachetadas
araña su pecho, muerde sus labios
hasta apreciar la sangre.

No hay poesía
pues este tipo de relatos se repite cada ocasión con mayor intensidad:
ella no para de fastidiarle con estupideces
él la golpea
quizá ella se dé cuenta lo suficientemente a tiempo...
quitárselo de encima pasa a ser mucho más difícil
cuando ella carga la semilla del hombre que la...

Aquí no hay poesía
hay unos padres que echaron a perder una parte de la infancia de su hijo... un pobre muchacho bastardo. 











lunes, 4 de agosto de 2025

Ensayo Post Suicida

17-06-24
Al final de muchas mañanas logramos levantarnos. Al principio de muchos días fuimos incapaces de salir de la cama.    
    Hoy no quiero salir adelante; hoy no tengo ganas de luchar, de esforzarme ni de ganar; no tengo ganas de salir adelante. Quiero quedarme exactamente como estoy, recostarme lo más cómodamente posible y quedarme dormido. Dormido para no sentir nada, no pensar en nada, no sentirme asediado por el hambre o la sed, no preocuparme por nada ni por nadie.    
    Dormir y sin darle una mayor importancia a la sucesión de eventos que ocurren en nuestra mente víctima de un juego de luz mental que interpretamos a manera de sueños, una errática secuencia de situaciones sin correlación alguna. Sin pasado ni futuro para creer o temer. Para no trabaja, para no cansarme, no sudar, ni sobre esforzarme ni nada. 
    ¿Será acaso esto parecido a querer estar muerto? A mí no me lo parece, llevamos la muerte dentro de nosotros todos los días y todos los días libramos una batalla contra la muerte: accidentes, enfermedades, atentados y desastres naturales. Y no por conseguir sobrevivir hemos ganado: cada día que vivimos es un día más que morimos. Porque vivir mata.
    Así que no. No deseo la muerte, porque ésta llegará en su momento, ni antes, ni después, ya sea que la anhele o no.

17-06-24
A través de los diferentes momentos de un proceso doloroso llegamos a obtener la convicción sobre varios tópicos de incertidumbre natural. Como lo suele ser el caso de la muerte.

18-06-24
La gente por alguna razón tiene miedo a la muerte, le guardan una especie de odio, una suerte de respeto nacido del temor, del miedo. Como si la propia muerte fuese algo de lo cual estar cuidándose durante toda la vida.
    Se vuelve necesario aprender acerca de la naturaleza, de la misma muerte, pues lo contundente de la respuesta radica en su propia sencillez: la naturaleza propia de la muerte es la vida. Nos morimos en primer lugar gracias a que estamos vivos y es por esta misma razón que experimentamos las diferentes sensaciones perteneciente a la muerte: soledad, dolor, miedo, tristeza. Esta vida de principio a fin no es más que una antesala para la muerte.
    Afortunadamente la muerte dura toda la eternidad - o marca una clara pauta en ella - así que no importa realmente si no estás preparado o debidamente mentalizado. La muerte vendrá a por ti y llegará en tiempo y forma, como los dieciocho años, como el pelo en los genitales. Igual de afortunado es saber que nunca sucederá ni antes, ni después, ni temprano, ni tarde. Siempre morirás cuando te toque, a la hora fijada, siendo uno de los aspectos más difíciles de asimilar.    
    Más complicado aún es asimilar el procedimiento que lleva la muerte. A veces toma la forma de una despedida forzada, otras veces ni siquiera nos permite despedirnos, en ocasiones puede llegar de manera violenta, lenta o dolorosa.
    La muerte es el evento definitivo para el que hemos venido a este mundo, un abominable evento natural e ineludible. Como todo fenomeno de la naturaleza, se trata de algo impredecible, incalculable, incontrolable.



miércoles, 30 de julio de 2025

Súplica y Fervor

Tristeza y odio
hermanos gemelos
depresión, ansiedad
andando de la mano
en las madrugadas
cuando en oscuras calles
y malolientes transportes
trasladan humillantemente
drogadictos, estudiantes, trabajadores
esperanzados y desesperados
culpables e inocentes
hacia toda clase de destinos
en los cuales encontrar su perdición:
revolcarse en el excremento
buscando desesperadamente una moneda de oro.
Madres desesperadas por no ser capaces de ayudar a sus hijos
hijos lejos de la ayuda de sus padres
viviendo experiencias 
intensas por prohibidas
que los condenan a la psicosis
a la desesperación.

A mí,
nadie me advirtió el horror 
al que me vería enfrentado 
hasta la locura.
Las viejas locas rezan rosarios
cualquier estupidez
para tratar de mantener la consciencia tranquila
ante las demás gentes
por sus hijos drogadictos
sus maridos deprimidos.

Los que no piden ayuda claman con ira hacia Dios, culpándole con furia y despotismo.




martes, 29 de julio de 2025

No hay Poesía II

No hay poesía
no escribo nada de todo
alucinaciones con forma de recuerdos
asaltan mis pensamientos.

Aquí no hay poesía,
hay madres golpeadas,
hijos abandonados,
padres chantajeados
el amor es utilizado como recurso para matar al inocente y perdonar a los culpables.

Desnuda, en el barro, una mujer muerta descansa de la tortura que le arrancó los brazos y piernas y aún permitirle ser capaz de sentir la violencia con que fue violada. 
       
Un muchacho mira fijamente la nada frente a él, mientras baja la mano con estopa y thinner, que coloca sobre su nariz y boca para aturdir su capacidad de pensar.

Un niño mira absorto la pantalla del teléfono que su madre ocupa para engañar al padre.

Seis demonios caminan minúsculos y molestos por la sala de estar, se miran entre ellos y proceden a mirarte.
Siete demonios se miran entre ellos.
    Un nene de dos años juega con sus juguetes sentado sobre una colchoneta colocada sobre el suelo de lasa sala.
    Los pequeños hombrecillos rojos con cuernos de chivo en la frente y patas de cabra comienzan a acercarse al niño. Llevan tridentes en las manos; el pequeño no se percata de su presencia, comienzan a patearle sus juguetes, a quitárselos, a usar los tridentes para picarle sus muslitos, también sus bracitos y sus mejillas.
    El niño toma a uno de los hombrecillos para ponerlo lejos, pero el hombrecillo le clava su tridente en la mano, lastimándolo, haciéndolo sangrar. El bebé llora frustradamente en su lugar.
    - ¡Tú chinga tu madre, estúpida, pendeja!
- Cállate el hocico, pinche idiota.
- ¡Te voy a soltar otro putazo!
- ¡Quita a Yahír del piso! ¿No ves que lo están picando los demonios?




miércoles, 23 de julio de 2025

Carta Para Los Caídos

Note rindas, no dejes nunca de levantarte, no importa lo mucho que cueste, tampoco importa si ya no eres capaz de continuar luchando, lo que finalmente discutirá el verdadero valor de tu naturaleza es la valentía que demostraras al levantarte en medio de la batalla para continuar en pie, pues el final será cuando la muerte ponga a descansar tu ser.
    Este mundo, lamentablemente, se mantiene en guerra declarada y abierta contra el prójimo; muchas veces nos convertiremos en el enemigo, en las victimas colaterales, o nos veremos obligados a abrir fuego contra una amenaza. Pero elige amar, elige perdonar, el mundo y la vida se acabarán y destruirán por sí mismos como consecuencia lógica de su propia existencia.
    Así que no te preocupes por el mundo, su economía y su otro tanto de cosas y creaciones tanto de naturaleza humana como divina, todas están condenadas a la destrucción, a la muerte; así que no contribuyas a la destrucción, pues es natural e inevitable.
    Mejor ama. Si todo será algún día destruido, entonces dedícate a construir. Si por naturaleza el prójimo se odia, rompe con el orden natural de las cosas. Ama al prójimo, compadécete y ora por él. La revolución es siempre la misma porque nunca ha llegado a consumarse del todo, porque siempre ha sido mancillada por sus líderes y representantes, echando en balde el poco logro obtenido.
    ¿Quieres acabar con el mundo tal como lo conoces? Ama.



viernes, 4 de julio de 2025

Maldición

Pedro Rodante era lo que se conoce como un estafador de guante blanco. Graduado en relaciones internacionales, comprendió pronto que su conocimiento podía procurarle una buena vida sin mayor esfuerzo. Para ello, sólo necesitaba persuadir a los menos astutos para que le entregaran su dinero... algo que, para él, resultaba sencillo. Su labia afilada y su demagogia sutil calaban hondo en quienes mostraban mayor sensibilidad —por no decir vulnerabilidad—a la manipulación: los jóvenes. 
    Para poder llegar a ellos, Pedro comprendió que debía encarnar una figura de autoridad que los jóvenes aceptaran por voluntad propia: un profesor. Así, colocó su currículum y solicitud de empleo en las bolsas de trabajo de numerosas escuelas de nivel medio superior y superior, postulándose como docente de inglés. Siendo aceptado en varias de ellas.
    Con el paso del tiempo, reunió el capital suficiente para afianzar cursos y talleres sobre culturas prehispánicas. El más popular de todos fueron las sesiones de temazcal, que ocupaban medio fin de semana. Para no levantar sospechas, desviaba cualquier conversación hacia su temazcal, envolviendo la charla en un manto de misticismo, de tradición y bienestar.
    Vestía ropa de manta blanca y sandalias; dejó crecer el cabello y la barba hasta parecer un hippie. Se las arreglaba para colarse en tantas actividades como fuera posible, tanto dentro como fuera de la universidad donde impartía clases. Mantuvo una relación con la maestra de danza folclórica, y bajo el pretexto de visitarla, se acercaba al grupo de estudiantes que integraban el taller—numeroso, diverso—para invitarlos, enredándolos con labia infinita, a su temazcal.
    Órale, qué padre bailan,” decía Pedro Rueda al entrar, luego de observar los ensayos del alumnado. Saludaba a cada uno con choque de palma y puño, construyendo complicidad. “A ver cuándo me invitan a bailar con ustedes, porque yo así no sé bailar.”
    “¿De qué manera baila usted, profe?” preguntó la maestra de danza, simulando una charla entre colegas. Su presencia, sin embargo, tenía otro propósito: evitar que alguna estudiante resbalosa se dejara seducir por el encanto del maestro.    
    Fue entonces cuando Pedro comenzó a hablar de danza prehispánica. Desplegó su conocimiento sobre la idiosincrasia de antiguos rituales religiosos que hoy sobreviven transformados en coreografías ceremoniales. Tal vez estas palabras, puestas en texto, suenen burdas o incluso tediosas, pero en su voz cobraban otro peso: carismático, hipnótico, casi festivo.
    Con destreza, redirigía la conversación hacia sus talleres sabatinos de danza prehispánica. Cada sesión interpretaba la danza correspondiente al día señalado, según la supuesta medición del calendario mexica y la entidad que gobernaba esa jornada—sol, lluvia, viento, jaguar, caña… procurando encarnar con la mayor fidelidad posible aquellos antiguos movimientos. A las once concluía el taller, y quienes lo desearan podían quedarse para el temazcal.
    "¿Qué es el Temazcal?" preguntó uno de los muchachos, ya prendado del carisma del profe.
“Ah, pues mira,” respondía el profe Pedro con entusiasmo. “A un costado del primer cuadro de Blas Hernández, como si fueras rumbo al Nuevo Tianguis, hay un terreno amplio, grandote. Ahí está mi temazcal: una construcción de piedra donde se vaporiza agua con aceites esenciales, y uno medita con la finalidad de sanar, equilibrar, relajarse... ya sabes.”
La invitación quedaba hecha. Poco a poco, Pedro Rodante fue ganándose la confianza de los estudiantes, en especial de las jóvenes.

Actualmente se sabe que la historia del profesor terminó mal. No sólo con la maestra de danza, sino con otras docentes y con una multitud de alumnas. El patrón era el mismo: se acercaba a un grupo de jovencitas que orbitaban a su alrededor, y entre ellas elegía a una, su “favorita”. A veces con sutileza, a veces con descaro, le otorgaba ese título en voz alta, provocando fricciones entre las demás, que no tardaban en volverse contra la elegida.
    El abuso, tarde o temprano, ocurría. Era visible en el cambio de las chicas: se alejaban, inseguras, desconectadas del maestro y de todo aquello que antes parecía iluminarles. De ahí en adelante, sus caminos divergían: algunas continuaban, cargando el peso silencioso de lo vivido; otras cambiaban de carrera, de universidad. Algunas entraban en terapia o en centros psiquiátricos buscando sanar. Y otras caían en las grietas de las adicciones y sus bifurcaciones: depresión, suicidio, degradación física y emocional, cárcel, prostitución... destinos rotos que el dolor despliega sin aviso.
    Mientras la vida de sus víctimas se desmoronaba, el profesor se mantenía impune. Él y su séquito continuaban sin consecuencias, sin quebranto. Pedro Rodante marchaba con la frente en alto, el pecho henchido, y la conciencia tranquila.

En una de sus tantas acechanzas sobre los jóvenes incautos, el profesor Pedro fue abordado por un estudiante llamado Rafael. Tenía la mirada encendida por la curiosidad y el entusiasmo. Ese tipo de muchachos también le eran útiles: mantenían vivas las actividades culturales que encubrían el verdadero propósito del maestro, ayudando así a pulir su fachada.
    Pedro lo atrajo con naturalidad, invitándolo a acompañarlo en el largo trayecto que cruzaba el campus: desde el gimnasio, enclavado en el extremo oriente, hasta la Puerta 1, al otro lado de aquel vasto terreno universitario. Mientras caminaban, Rafael aprovechó para preguntarle sobre algunos temas en los que Pedro, con voz segura y 
ojos brillantes, parecía tener dominio.
—¿Sabe usted qué son los nahuales, maestro? —preguntó Rafael, los ojos encendidos por una mezcla de asombro y hambre de saber.
—El nahual... o el tonal —respondió Pedro, bajando la voz como si iniciara un ritual verbal—. Los hombres ibéricos lo llaman alma. Pero para nuestros abuelos, el tonal es también esa parte del ser capaz de entrar en contacto con lo que hoy llaman el bajo astral. El nahual es una criatura de la naturaleza que nos guía y protege desde el nacimiento. En los pueblos prehispánicos se representa como un animal o un elemento natural. La creencia es muy antigua, tan antigua que en cada región de México se cuentan versiones distintas... y parecidas. Hay comunidades que realizan ceremonias para despertar y unificar el tonal con el ser y con el plano físico.
—¿Y esos ritos, en qué consisten?
—Depende... acuérdate que México es un país megadiverso —dijo Pedro, con la voz entre docente y hechicero—. Hay regiones donde, cuando nace un niño, se coloca un círculo de cenizas de tortilla afuera de la casa durante sus tres primeras noches allí. En la mañana hay que observar qué apareció dentro del círculo: gotas de rocío, una hoja, plumas, huellas de animal... lo que esté ahí será el nahual del niño. Y cuando llegue la adolescencia, se le lleva a un ritual para despertar esa conexión, para unificarlo con su tonal.
—¿Despertarlos? ¿Como si estuvieran dormidos?
—Así se cree. Hay quienes dicen que pueden invocar a su nahual con fines constructivos... o destructivos. Se cuenta que, en la Noche Triste, los guerreros águila y jaguar se convirtieron en nahuales en un último intento por expulsar al invasor de la ciudad.
—¿Cómo son esos nahuales? —preguntó la nueva consentida, que había escuchado con atención cada palabra de la conversación. Pedro giró hacia ella con una sonrisa suave, casi paterna.
—Cuando son animales, mi niña, se transforman en el que les representa: jaguar, lobo, cocodrilo. Algunos dicen que adoptan una forma intermedia… ni bestia ni humano. Los que nacen bajo el tonal de una planta, como la caña, suelen tener dones particulares: saben beber con maestría, o dominan el arte de la herbolaria como si les hablara la tierra misma. Los niños nahuales son juguetones... les gusta robarse las ollas de tamales en las fiestas o los juguetes que ven en manos ajenas. 
—¿Y cómo se puede identificar a uno? —susurró ella, con la curiosidad encendida. Pedro agravó su voz, como si temiera que el viento los escuchara.
—Es imposible, corazón. Algunos se nombran nahuales abiertamente, sobre todo quienes eligen el camino del chamanismo. Usan ropa especial, símbolos, amuletos que los delatan. Pero la mayoría guarda el secreto. A veces ni su familia lo sabe. Es un don... o una condena, según a quién le preguntes.
—¿Y se les puede detener? —interrumpió Rafael, con impaciencia. El profe Pedro lo miró con calma, como quien conoce secretos que a los demás inquietan.
—A un nahual ya transformado, sólo mediante rituales. Puedes matar al portador humano cuando está en su forma natural, sin transformación... pero si lo haces con dolo, si cruzas esa línea, entonces vuelve. Regresa desde la tumba en forma de animal, y no descansa hasta acabar contigo... y con quienes amas, con los que intenten protegerte. Algunos, dicen, incluso regresan después de consumada su venganza. Por algún motivo, son sensibles a la imaginería cristiana: crucifijos, imágenes sagradas, agua bendita. En los pueblos humildes, cuando una bestia comienza a matar ganado y gente, muchos creen que se trata de un nahual. Entonces funden el cáliz, la patena, la custodia -objetos de plata o de oro- bendecidos durante misa, y con ello forjan balas, cuchillos, puntas de lanza. Si el ser es sólo un animal, morirá por las heridas. Pero si es un nahual, caerá por la santidad del metal.
    La consentida, que lo había escuchado sin parpadear, preguntó en voz baja:
—¿Son peligrosos los nahuales?
    Pedro le sonrió, y en sus palabras hubo una mezcla de ternura y sombra:
—Un nahual es tan peligroso como la persona que lo porta. Si es alguien roto, oscuro —un asesino, un psicópata— usará esa fuerza para destruir: robar cosechas, matar ganado, tomar lo que no le pertenece… incluso mujeres. Pero si el alma que lo lleva es limpia, entonces será guía y protección. Al final, el nahual es aquella parte salvaje dentro de la naturaleza humana

Habían llegado los detectives. Ordenaron a los oficiales de policía acordonar la zona, bloquear el paso con instrucciones claras y precisas, y solicitaron a Tránsito que agilizaran—en la medida de lo posible—el embotellamiento que había paralizado los accesos. El equipo especial nunca apareció. En su ausencia, los oficiales de la policía municipal se enfundaron todo el equipo de protección disponible: chalecos antibalas, cascos, muñequeras, coderas, rodilleras. Tomaron las armas pesadas de las patrullas y fusiles de un solo cañón.
    Los vecinos habían reportado el ataque de un animal salvaje contra los participantes del temazcal. No pudieron dar muchos detalles: desde las azoteas, entre el vapor, sólo alcanzaron a ver movimiento, gritos, confusión. La policía municipal llegó rápido; el incidente ocurrió en el primer cuadro de la ciudad Blas Hernández, a escasos metros del centro histórico. Pero no estaban preparados para enfrentar a la criatura descrita como un oso de tamaño colosal.
    Las pistolas semiautomáticas de 9mm Parabellum, trece tiros por cargador no bastarían. Matar al animal estaba prohibido, así que esperaron. Una hora después, sólo cuatro detectives arribaron al lugar. Llevaban armas largas y órdenes inciertas. Instruyeron a los oficiales a protegerse con lo que tuvieran a la mano. Idearon un plan suicida: usar una llave maestra para abrir el zaguán sin derribarlo, y volver a cerrarlo si fallaban. Dos de los detectives treparon las bardas: uno para vigilar las salidas del salón general, el otro, la del temazcal.
    Una vez encaramados en los bordes, vieron. Seis cuerpos. Desparramados. Desmembrados. Regados por todo el terreno.
—Las puertas del salón y del temazcal están cerradas. Los cadáveres son de los que no lograron refugiarse — informó uno de los detectives desde la barda—. Las huellas del animal están bien marcadas, a pesar del césped. Debe ser enorme.
—Entendido. Entramos —respondió el detective jefe del operativo.
Abrió únicamente la puerta pequeña del zaguán. Diez hombres cruzaron con él. La estrategia original contemplaba dos equipos de cinco, cada uno liderado por un detective, pero el estado de los cuerpos y la profundidad de las huellas obligaron a no dividirse. La orden fue clara: avanzar en grupo. Si el animal atacaba, lo enfrentarían juntos.
—¡López!
—Sí, detective.
—Manténgase detrás de mí. Iremos primero al temazcal. Lo abriré. Si el animal está ahí, yo seré la carnada. Usted dispare una sola vez y repliéguese. El resto de la unidad que se encargue de freír a la bestia. Usted corra en dirección contraria a la mía. ¿Entendido?
—Sí, detective.
—Dos líneas de tiro: cuatro armas cortas al frente, cuatro fusiles detrás. Mucho cuidado. Este animal no parece querer alimentarse… parece desesperado por huir.
Llegaron al temazcal. La estructura de barro era pequeña, parecida a un iglú. El detective usó la llave maestra. El vapor encerrado escapó en nubes espesas. Cuando se disipó, no encontraron ningún animal… sólo restos: brazos, piernas, mechones de cabello y ropas arrancadas con una violencia brutal. Ningún cuerpo se mostraba completo.
—¡López!
—Sí, detective.
—Mantenga la formación. Vamos al salón principal.
—Sí, detective. ¡Mantengan la formación, avancen!
    El grupo se movilizó. El césped amortiguaba los pasos, pero aun así avanzaron con la máxima cautela. Desde la barda, uno de los detectives se desplazó hasta la esquina que colindaba con una casa vecina. Desde ahí divisó una parte oculta del salón general. De inmediato, se comunicó por radio con su compañero, el que lideraba el grupo armado.
—Detective… el animal está ahí. Repito: el animal se encuentra dentro del salón principal. Proceda con extrema precaución.
—Entendido, Zlatan. ¡López! ¡Montiel! Uno en cada orilla del marco. Yo dispararé desde el centro. El resto, desde la ventana reventada en aquel muro. No abran fuego hasta que lo hagamos desde aquí. Si no lo abatimos, correrá hacia nosotros primero. ¡Andando!
La llave maestra giró. La puerta del salón principal, que por fortuna se abría hacia afuera, se abrió de golpe. El silencio fue reventado por la ráfaga inicial: tres detonaciones desde la puerta, seguidas por el coro brutal de los tiradores apostados en la ventana rota. Pero el animal no se inmutó. Con un berrido que heló la sangre de los diez hombres, corrió hacia la ventana contigua a la entrada. Un salto imposible para un animal tal grande. La criatura atravesó el vidrio y los fierros de protección violentamente.
El detective y sus dos apoyos retrocedieron al grupo, aún incrédulos por lo que acababan de presenciar.
—No puede ser... ¡Dios mío!
—¡Cállate, López! ¡Montiel!
—Sí, detective…
—¿Está usted bien?
La ventana había explotado a escasos centímetros de Montiel. Un trozo de cristal se había incrustado en el chaleco, justo a la altura del corazón.
—Sí, detective… ¡Vamos!
    La compañía se desplegó por todo el patio. El extraño animal—parecido a una hiena, pero con el tamaño colosal de un hipopótamo—se había resguardado detrás del temazcal. El detective avanzó con lentitud, los oficiales cubriéndolo, rodeando el estúpido iglú de barro y piedra caliza. Sudaba frío; apretaba las mandíbulas para contener el temblor que le subía por los brazos. De un brinco quedó detrás del Temazcal.
    Lo encontró tendido en el césped, un muchacho desnudo, cubierto de sangre, pero ileso, respiraba con dificultad. Dos oficiales lo asistieron. El resto buscó a la criatura por todo el terreno, pero no la hallaron.
    En la esquina trasera del temazcal, un enorme árbol de pirul conectaba el patio con la calle. Libraba la barda sin problema, y su follaje denso podía haber servido como refugio o vía de escape. También cabía la posibilidad de que el animal estuviera aún oculto entre las ramas. Por eso, cuando el equipo especial llegó horas después, se decidió incinerar el árbol. Pero no encontraron nada. El animal se había esfumado.

Una vez trasladado a la Cruz Roja, el joven fue interrogado durante horas por los cuatro detectives a cargo. Su relato, entre temblores y lapsos de silencio, describía una dinámica dentro del temazcal: un ritual de purificación del cuerpo, la mente, el alma y el mundo mismo. Pero entonces, surgió un animal enorme entre ellos, como proveniente de una dimensión distinta. Atacó con furia asesina, con saña ritual: arrancaba cabezas, brazos y piernas con zarpazos; destrozaba cuerpos con garras de una fuerza sobrehumana.
    A uno lo apresó del cuello con sus poderosas fauces y lo arrojó contra el grupo que se agolpaba en la salida, tratando patéticamente de escapar. Pero el espacio reducido sólo multiplicó el caos: caídas, empujones, gritos que se ahogaban en vapor y sangre. Los que lograron salir fueron perseguidos por la bestia en el jardín, donde los alcanzó… y los hizo pedazos.
    Durante aquella persecución, la criatura atrapó a varios con sus fauces, sacudiéndolos violentamente, desmembrando sus cuerpos, lanzando por los aires fragmentos humanos, como un perro que juega con su presa.
    Fue en ese momento, escondido detrás del temazcal, que el muchacho se desplomó. La conmoción de ver a sus compañeros ser masacrados —y de encontrarse a sí mismo cubierto en sangre y vísceras ajenas— lo venció por completo.
    Después, serían los peritos quienes reconstruirían los hechos. Concluirían que el resto de los participantes logró refugiarse en el salón principal... pero la bestia irrumpió por una de las ventanas, atacando con una furia desmedida. Devoró a los presentes. No todos los cuerpos fueron recuperados completos
    Los veinticuatro participantes del temazcal, a excepción del joven sobreviviente, murieron de forma dolorosa y violenta. De los veintitrés cuerpos recuperados, únicamente fue posible identificar a dieciocho, entre los cuales se encontraba el cuerpo del maestro Pedro Rodante, organizador de las ceremonias. La confirmación se logró sólo mediante pruebas y análisis de laboratorio. El estado semidesnudo de los cadáveres—producto del ritual que se celebraba dentro del temazcal—dificultó el reconocimiento y la identificación, sumando otra capa de misterio al horror del suceso.
   Una vez tomadas las declaraciones del joven y del matrimonio que desde su azotea presenció como los chicos salieron corriendo del temazcal y se refugiaron en el salón principal, los detectives se dispusieron a irse.
"Es todo por ahora"
"Está bien, detective"
"Vaya a casa, descanse y recupérese del trauma, Rafael."




martes, 1 de julio de 2025

El Último Concierto

Aplaudía el público, enardecido y con lógica consecuencia por el gran concierto. El aplauso se prolongó durante un total de once minutos, tiempo en el que el Palomo de Tecalitlán saludó a sus acompañantes en el proscenio, quienes no eran otros más que el Mariachi Vargas de Tecalitlán y los Tres Pichones, trío original del Palomo.
 
Alcanzar la fecha del concierto en buena forma se había convertido en una odisea titánica, que le estaba costando la vida a Luis Decker, productor y mánager de El Palomo de Tecalitlán, y pieza clave en todo su éxito. Sería también gracias a su incansable esfuerzo que lograría convencer a Jairo de colocarse, una última vez, el micrófono cerca de la boca para cantarle al público.

Jairo Solín se negó rotundamente a participar cuando Luis Decker, productor y mánager, fue a rogarle que cantara en el concierto. Decker había conseguido reunir todo: agotó los boletos mediante una gestión impecable de promoción y publicidad, coordinó los ensayos de los bailarines y músicos; sólo Jairo se mostró reacio a colaborar.
    Había asistido a un par de ensayos y corridas generales, y sobre aquellos endebles trazos se escenificó todo lo demás gracias a Decker y sus inagotables contactos. Pero el Palomo ahora decía que no, tajantemente. Una pena, porque el incansable carisma de Luis se mantuvo como valiente compañía durante la etapa más crítica de los padecimientos de Jairo.
    Dieron las doce de la noche y Decker no respondía al móvil, Jairo comenzó a sentirse culpable. Al final, decidió cantar en el magno concierto de Luis, pero no se vestiría de charro.

Las luces del escenario lo cegaban como soles cercanos. Al caerle, tejían sobre a él una muralla luminosa. Tras esa pared de luz, los miles de rostros que lo aclamaban en el Auditorio Nacional de la CDMX flotaban, invisibles y erráticos, como si el aplauso viniera desde un sueño muy lejano.

Las luces del metro lo cegaron. De regreso tendría que pedir un taxi, o dormir en el departamento de Luis. Pensó que la idea del concierto no era tan mala, y que su amigo había estado demasiado tiempo solo desde que su esposa perdió al bebé.
    Ella se desmayó en mitad de un parto complicado, el niño venía de pies. La madre apenas sobrevivió. El bebé murió sin conocer la vida.
    
El Palomo estaba nervioso y fuera de forma, notablemente pasado de peso. Fue el único concierto en el que no entró a caballo. Lo intentó, incluso lograron encontrar al cuaco capaz de sostenerlo durante toda la función. Pero al final, aquella bestia resultó tan grande que Jairo no pudo abrir las piernas lo suficiente para montarlo, culpa del pantalón y el sobrepeso. 
    Entró a pie, tambaleando sobre unos hermosos botines de gamuza con tacón alto y corte vaquero. Temblando dentro de un traje ranchero, pues el atuendo de gala jalisciense —que de antaño le otorgó gallardía y presencia— ahora le hacía ver ridículo. Acompañado —por no decir rodeado— del sonidista, el director de orquesta y su trío.
    Jairo sudaba profusamente y no dejaba de mirar a uno, sonriéndole con nerviosismo: “Este concierto será el mejor, el mejor”, le decía. Luego hacía lo mismo con otro de sus acompañantes, aferrado a esa frase como quien no se encuentra convencido.
    No había querido usar el antifaz, ni portaba la pistola ni el cuchillo: decía que parecía una parodia de sí mismo. Sólo llevaba un traje muy elegante, elegido con buen gusto, unos botines acordes al conjunto y una corbata ceñida al cuello de una camisa abotonada hasta arriba, sin mostrarse apretada.
    El concierto sería el mejor, el mejor.

Jessica y Luis no tuvieron un embarazo difícil; parecía cuestión de que llegara el día en que el niño naciera y ya. Pero no fue así. La tierna mujer no dejó de culparse pese al pasar del tiempo y su deterioro se notaba gravemente. Aunque la compañía de Luis era atenta y muy cariñosa, rara vez estaba en casa: los conciertos, giras y grabaciones devoraban su agenda y su relación.
    El finde semana que Luis tenía pensado ir con ella al campo, la encontró tirada sobre la banqueta. Llegaba a casa ya entrada la tarde, se arrodilló sobre ella pidiéndole perdón en llanto silencioso y diciéndole adiós dolorosamente mientras la cortina de su departamento, en el octavo piso, ondeaba hacia afuera como el guante de la novia de un soldado.
    Aquella noche, cuando Jairo alcanzó el metro rumbo al departamento de Luis, lo encontró muerto en uno de los vagones. Había recibido un balazo en el vientre y un navajazo en el costado izquierdo; se desangró lentamente. Los asaltantes se llevaron su cartera, el móvil, el abrigo y los zapatos. 
    Jairo se sentía terriblemente culpable: su amigo había muerto de forma lenta, dolorosa y violenta. Siendo tan generoso. Creyéndose solo. Pensando que Jairo no cantaría en el magno concierto. 
    Luis —la única persona que siempre creyó en el talento arrollador de Jairo sobre los escenarios— se apagó creyendo que todo habría sido en vano.
   
Por primera vez fueron presentados como “Los Tres Pichones y Jairo Solín, el Palomo de Tecalitlán”, nombre que sólo usaban cuando tocaban para ganarse la vida en eventos sociales.
    El Mariachi Vargas y la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes fueron anunciados por separado ante un Auditorio Nacional abarrotado. La magnitud del público intimidaba en demasía a Jairo, y por ello cantó la mayor parte del repertorio de manera estática, con los ojos cerrados. Sólo los abría al inicio y al final de cada canción.
    Se desplazó ligeramente hacia el proscenio y al lado derecho del escenario cuando compartió micrófono con los y las vocalistas del mariachi de su tierra. Se movió a la izquierda cuando le tocó cantar a dueto con los tenores y las sopranos de la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes.
    El Palomo demostró una profunda humildad y agradecimiento durante todo aquel concierto, grabado y televisado, que más tarde se vendería como álbum en plataformas de streaming, con una duración de tres horas y cuarenta y cinco minutos.
    Durante el concierto, una vez superado el pánico de los números iniciales, Jairo rompió en llanto, que ocultó apretando aún más sus ojos irritados por la marea de sudor. Con voz afinada por el llanto confesó cantando ser en verdad una marioneta qué pensaría en ti cien años de poder vivirlos. El público se estremeció con el temblor de su voz, envuelta en sombras nada más. Y así como un payaso sin máscara, admitió no saber si era hombre o bestia sedienta de amor. Declaró su entrega total al paso del tiempo, lejos de su viejo San Juan.  

Los reporteros no cabían en el hospital. Se amontonaban en los estrechos pasillos de urgencias y la recepción, apelotonándose con micrófonos en alto y cámaras encendidas. La situación se salió de control, las autoridades se vieron obligadas a replegarlos mediante la intervención de las fuerzas policiales.
    Fue su expareja quien, con desdén y fastidio, declaró ante la prensa que Jairo se había caído en el baño por encontrarse completamente borracho y marihuano. Aquello era cierto, sí. Sin embargo, Jairo Solín —el Palomo de Tecalitlán— fue sorprendido por un derrame cerebral mientras se duchaba.
    Vivía solo desde hacía mucho tiempo. Por eso lo encontraron ya rígido, en una postura post mortem tan patética como aterradora.

Se preguntó dónde estaría su negra, que la quería ver ahí. Recordó el pueblito de Tlaquepaque y sus olorosos jarritos, que recorrió como un gavilancillo entre las nopaleras.
    Durante los aplausos finales que inundaron once minutos en el reloj, Jairo estrechó la mano de cada músico. A todos les dijo:
- Fue un buen concierto ¿No?
    La mayoría se mostró torpe al responder, limitándose a decir "sí" o a asentir con la cabeza. Sólo el director de la orquesta, casi llorando tuvo la entereza de decir:
- El mejor, maestrazo, el mejor...
   Jairo asintió, jadeante, cansado y sudoroso. Agradecía. Y lamentaba —silenciosamente— la inmolación que su amigo Luis Decker había atravesado por verlo ahí.

La noticia de la muerte del Palomo de Tecalitlán recorrió naciones enteras, arrastrando consigo la polémica sobre las causas. Las versiones de su expareja y de los doctores compitieron por coronarse con la verdad. La noticia pronto se desvaneció en el vértigo de los tiempos contemporáneos.

Un charro negro de antifaz, con cuchillo y pistola ceñidos al cinturón, ha sido visto por algunos vecinos. Canta a una ventana en la penumbra, y a veces se asoma un niño que lo observa atento, aplaudiéndole admirado cada concierto como si ya conociera cada canción, reconociendo a la voz que le habla de amor desde más allá de las sombras de la muerte.
    Desaparece entre las sombras de la noche cuando la madre se asoma o sale.



domingo, 1 de junio de 2025

Oración III

Yo confieso, ante Dios Todopoderoso y ante ustedes, hermanos a quienes he ofendido, robado, mentido, envidiado. Prójimos, vecinos, compañeros de trabajo a quienes he odiado, juzgado y desconsiderado su valor como seres humanos: que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
    Por mi culpa, por mi voluntad torcida y fragmentada, por mi culpa, por mi capacidad humana para odiar y renegar de la voluntad de Dios, por mi grande culpa, por el placer que me provoca el mal padecido por quienes me rodean.
    Por eso ruego a Santa María que sin pecado nació, vivió y concibió y que subió al cielo en cuerpo y alma, a los ángeles, incapaces de pecar, a los santos cuya vida y testimonio son ejemplos del perdón y de la redención, y a ustedes hermanos que me rodean y que pecan tanto o más que yo, que intercedan por mí, ante Dios, Nuestro Señor. 
    Amén.



martes, 15 de abril de 2025

Oración II

Ave, María, la llena de gracia porque llevas al Señor contigo, eres tú la más dichosa de todas las mujeres, porque dichoso es el fruto de tu vientre, Jesús.
    Santa María, Madre de Dios. Ruega, Señora, por nosotros los pecadores. Ruega, Señora, por los asesinos, los insensatos, los depravados. Ruega, Señora por los que odian y por los que dañan a su prójimo. Ahora y en la hora de nuestra muerte. 
    Amén.



El Lápiz Mágico y la Hoja de Papel (Ejercicio)

Caminaba apaciblemente por la calle aledaña a la plaza pública. Reparaba en la nostalgia que me provocaba el camino miles de ocasiones recor...