viernes, 21 de junio de 2024

En Escena

Alan era un actor increíble, más que una técnica integral, es decir, más que destacar por su amplia gama de emociones y recursos actorales y escénicos, destacaba por su intensidad. A los directores les encantaba dirigirlo, principalmente en obras donde los personajes padecían alguna especie de catarsis, pues Alan alcanzaba momentos que rayaban en lo espeluznante, pero esos más de diez minutos de aplausos al final de las obras terminaban de añadir valor a las interpretaciones. En más de una ocasión, uno que otro miembro del público solicitó y logró acceder a camerinos al final de la función para asegurarse de que el actor se encontrase bien, siempre encontrando a una persona bastante agotada amable y tranquila.
    Angélica era una mujercita caprichosa, cercana a sus dieciocho años, en palabras de ella misma quería tener un montón de novios y coger un chingo, antes de entrar a la edad madura. En medio de la obtención de sus sueños, se encontró con Alan, le llamó de momento lo intenso y peligroso que se  proyectaba en la escena en aquellos momentos catarticos. Angélico se enganchó con él, debido a que resultó ser tan intenso enamorado y cogiendo como lo era actuando. Pero Angélica era una chamaca berrinchuda y caprichosa, incapaz de doblegar o ceder ante la voluntad y las razones ajenas. Encima era rencorosa y vengativa, a través de actitudes y agresividad pasiva, se encargaba de hacer sentir mal a Alan a modo de desquite cuando un capricho de ella había llegado a ser cumplido por medio de una pelea o rabieta. Debido a las reacciones de Alan, Angélica comenzó a recrearse más y más en sus pequeñas venganzas ofuscando más y más a su novio.
    Resultó que la intensidad del muchacho llegó a detonarse fuera de la realidad escénica cuando le metió una golpiza de muerte a Angélica, luego de una serie de pequeñas pero insistentes provocaciones. Cuando la volvieron a ver era arrastrada en una silla de ruedas por su madre, sus pies descansaban completamente flácidos en las apoyaderas de la silla, sus rodillas bamboleaban sin control chocando entre ellas repetidad veces. Solamente en sus brazos parecía poseer un poco de control, como un recién nacido. Su cabeza colgaba hacia enfrente y hacia un lado, su rostro mantenía una mueca estúpida, pues la muchacha era incapaz de pronunciar palabra, balbuceaba alguna forma de lenguaje consistente más sonidos y quejidos. El daño en su cerebro no afectó su desarrollo mental sino que el daño se vio limitado a afectar sus capacidades motoras: Una perfecta prisionera dentro de su propio cuerpo.
    Con la esperanza de ser capaz de revertir el daño, Angélica abandonó aquella academia sin voltear a ver a nadie ni despedirse de Alan, quien ensayaba como su habitual intensidad, arriba del escenario.
 

 

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