domingo, 5 de septiembre de 2021

Romance de la Nada

Solo... ¿Sólo?
 
Esperando con paciencia mi destino 
que parece no querer llegar
y que llega siempre a ningún lado
mientras te llevo en mi mente
como algo más que un pensamiento
capaz de dibujar,
capaz de trastornar
en sonrisa mi rostro entristecido 
 
¿Tú me llevas igual? 
 
En serio
me encantaría que sí
y te pienso otra vez
en un acto involuntario
un reflejo que me saca del abismo
a cuyos muros me aferro con las uñas
esforzándome por salir
luchando por no ir más al fondo
esperando poder llegar
a la luz que me ilumina
como algo más que una esperanza
pero menos que una ilusión...
una realidad, una verdad
que despeje la espesa bruma 
de tu interesante misterio
en que me encuentro inmerso
ubicándome a tientas
con mis manos abiertas
y los brazos extendidos
esperando entrelazarlas con las tuyas
esperando estrecharte entre los míos
para saber a ciencia cierta
dónde empieza la realidad
y la fantasía se dispersa
donde encuentro tu mirada
a través de la barrera
impenetrable de los años
que un día nos consumirán.
 
Ámame si quieres
hazlo como quieras
yo lo acepto
si tú me aceptas,
incondicionalmente para evitar el dolor
de esta vida
de nuestros destinos
que por ahora juntos nos mantiene
pero llevan siempre a ningún lado 
terminando siempre en la nada
comenzando con la nada siempre
nada somos,
hacia ningún lado vamos
vayamos, entonces, juntos
si tú aceptas
si tú quieres
si me aceptas 
si me quieres 
 

lunes, 5 de julio de 2021

En la Música tu Recuerdo

Cuando uno está enamorado
cambia el significado
de muchas canciones
cobran un sentido distinto
las letras que escucho
ante mi amor
sólo a ratos correspondido.
 
Es mortal el veneno 
que ingiero de no tenerte
cada hora que paso sin ti
es una lenta agonía
- de verdad es una tortura -
que se perpetúa 
día con día
que no estoy a tu lado.
 
Hoy dormí contigo
compartimos el mismo calor
y la misma angustia al despertar
besaste mi nariz
y yo tu pecho, tu vientre,
tus rodillas y tu bello rostro.
 
También hoy, un poco más tarde
me encuentro solo
muriendo de frío en mi habitación
y me espera una tortura nueva
hasta tenerte de nuevo.
Tengo que aguantar
debo soportarlo
hasta que llegue la muerte
pero la muerte nunca llega
porque tú eres vida,
 
Y ya se ha terminado la canción
no importa cuál ponga después
todas me hacen pensar en ti
pues cuando uno está enamorado
cambia el significado
de muchas canciones
cobran un sentido distinto
las letras que escucho
ante mi amor
sólo a ratos correspondido
ante nuestro amor
sólo a ratos ejercido. 
 

 

lunes, 14 de junio de 2021

El Demonio de la Perversión - Dos Perros Peleando

La primera vez que abofeteé a mi mujer
fue como si dos perros luchasen dentro de mi conciencia 
erizando sus lomos
abriendo sus ojos
mostrando sus dientes
arrojándose uno sobre el otro
empujándose, arañándose, mordiéndose
ladrando furiosamente.
De niños nos enseñan
que los perros ladran ¡Guau, guau, guau!
pero es una puta mentira
en la vida real los perros ladran
emitiendo un alarido como
¡argharrgharragra!
Aterrador... ¿cierto?
Pues ese mismo alarido
era emitido por cada perro dentro de mí
uno de ellos ladraba entonces 
diciendo furioso y desesperado:
¡Te voy a enseñar quién manda... puta!
mientras el otro respondía con igual bravura
¡Déjala! ¡¿Qué mierdas crees que estás haciendo?!
Y se mordían, arrojando al aire mechones de pelo
pelo adherido a trozos de piel
piel adherida a trozos de carne
que manchaban el suelo
sin que ninguno pudiera ganar
ni ceder terreno.

Por eso no me gusta tener animales
ni perros, ni gatos, ni nada
por eso me gusta más estar solo
porque parte de la convivencia con otro ser vivo
implica que un día te ataquen
y cuando las bestias atacan
es escalofriante
y yo era una bestia...
Pero no soy un psicopata
ni un feminicida de ésos
ellos no entienden 
ni reconocen sus emociones
en las demás personas
y yo sí...
escuché y sentí el ruido que hizo
el corazón de ella al romperse
y el terror trastornando su bella mirada
sólo así logré detenerme
detener a los perros
pude entender, al fin,
que no es el golpe
sino quién golpea.
 
Fue entonces que se detuvieron
como si el ruido del corazón que se rompía,
que resonó más duro que la bofetada misma,
los hubiese asustado los suficiente
como para soltarse
uno fue a enroscarse en la sombra
y otro a lamerse las heridas
echado al sol
sin que supiera cuál ganó. 
Sin que supiera cuál murió.
Uno de los perros 
se descomponía y agusanaba
desangrado en las sombras
y el otro se apestaba
colmándose de moscas
azotado por el sol.

Ella perdonó
se acercó al perro que vivió
trató de curar sus heridas
y cuándo estas empeoraron
las mordidas se hicieron constantes
y dos fueron tres y cuatro
hasta perdí la cuenta.
Ella supo darse cuenta 
de que el miserable perro
era sólo un animal asustado
supo quedarse quieta
ella que todo el tiempo se movía
evitó el contacto visual
que miraba al futuro y soñaba
evitó que el perro le siguiera mordiendo
que tanto me había querido...
y supo imponerse
domar al perro que vivió...
 

 

domingo, 25 de abril de 2021

EL Demonio de la Perversión - Dirección Espiritual

Regresaba en el transporte público de entregar algunas solicitudes en unas cuantas empresas, no había tenido mucho éxito debido a mi falta de experiencia. No bajé en la parada designada sino que seguí derecho, hasta llegar al centro de Blas Hernández, donde había una iglesia.         
    Me sentía desesperado y decidí entrar a la iglesia. Al principio simplemente quería algo de silencio para poder ordenar mis pensamientos, pero ver que el padre  estaba sentado en la tercera hilera de butacas pareciendo no hacer nada que al interrumpirle le molestase me animó a hablarle y exponerle brevemente mi situación. Sabía que los sacerdotes leían mucho, sobre todo filosofía y algunos hasta psicología, así que pensé "quizá pueda decirme algo sensato, aunque sea con el motivo secreto de convencerme a tramitar mi membresía de pequé ahora y arrepiéntase después."
    Haciendo ruido al caminar para que el clérigo notara mi presencia y mi cercanía, me fui acercando a aquel párroco, era un hombre de corta estatura, moreno, robusto con una pancita de buen comer, estaría quizá por los cuarenta y cinco o cincuenta años de edad, pero su estilo de vida disfrazaba muy bien sus años y se le notaba saludable. Una vez cerca de él, le saludé adecuadamente y le pregunté si tenía tiempo de escuchar las inquietudes de una de las pobres ovejas del rebaño del señor. Manteniéndose sereno, se volteó un poco hacía mí y me invitó a tomar asiento a su lado, estaba tan bien adaptado a su iglesia, que su voz no hacía eco en el templo vacío, no obstante la mía que rebotaba en todos lados aunque intentaba hablar en el mismo volumen que el cura.
    Le comenté al padre mi situación: que no encontraba trabajo en ningún lado, lo que sucedía en casa sin dinero, ni comida; lo de mi otra familia la cual no podía mantener; la relación con la madre de mi hijo que era tormentosa - aunque la palabra de moda es tóxica- y mi gusto por las sustancias que se convertía poco a poco en una adicción.
    El padre supo dirigirme su más piadosa mirada para que no me sintiera juzgado y comenzó a hablarme del pobre desgraciado de Job, de la esperanza y terminó por comentarme acerca de las bienaventuranzas, explicándome a detalle su significado más pragmático. Pasada ya cerca de media hora de sermón y luego de darme varias citas bíblicas, se disponía a despedirme así que tomé la palabra:
- Entonces ¿No tendrá usted unos mil pesos que me preste?
 

 

jueves, 1 de abril de 2021

Fuera de Formato

Qué tal. Esta publicación es un tanto diferente en cuanto al contenido que me gusta colgar en el Blog, pero llevo años ya con el mismo y nunca me he dignado a romper un poco con el contenido que suelo subir, además de que he encontrado este Tag, de 15 preguntitas para escritores (de los de verdad y los wannabe). En fin, no quiero debrayar más en la introducción pues inevitablemente terminaré tirando hate, cosa que de momento quiero seguir ahorrándome. 
Aquí están las preguntas.
 
1.- Descríbete a ti mismo como un personaje al que estás presentando.
Tras el timbrazo de salida, me dispuse a salir del salón y del plantel para iniciar el camino a casa. El aspecto bien pulido de mis zapatos, contrastaba con las manchas accidentales y mal sacudidas de mi pantalón, cuyo cinturón no ceñía del todo, por lo que la camisa estaba desfajada y la corbata se había aflojado a lo largo de la jornada. Mi cabello se había alborotado y conservaba su forma, no la fijación
 
2.- ¿Pasas algún ritual especifico antes, durante o después de escribir? 
No ¿rituales? Utilizar sustancias antes, durante o después de escribir creo que  no entra en el rubro de la respuesta, así que no... Lo más que haré será poner música que me ayude un poco con la atmosfera creativa.
 
3.- ¿Cuál es tu género favorito para escribir?
Ninguno, desde la escuela de actuación que me quité el vicio de encasillarme, y en este caso de ir dirigiendo mis textos hacia un género especifico. Prefiero terminar el texto primero y después de una lectura consciente, clasificarlo en uno de los géneros existentes. 
 
 4.- ¿Hay algún escritor al que admires? ¿Quién? ¿Por qué?
Son tres preguntas, no una, pero las contestaré: 
Sí, no sólo uno: Charles Bukowski, Frederick Forsyth, Amparo Dávila. 
Porque sus etilos son ágiles y frescos. Aprovechan las cosas que mejor saben hacer para crear historias originales.
 
5.- ¿Cuántas palabras puedes escribir si te sientas y te concentras durante una hora? 
Si solamente me siento y me concentro, en una hora no habré escrito nada. Es un dato que no tengo cronometrado ¿para qué quiero saber eso? y dependerá al final de si estoy escribiendo a mano o en una PC.
 
6.- ¿Cuál fue la primera historia que has escrito?
Creé un plagio de "Los Viajes de Gulliver" a los 6 o siete años y el cuento de un perrito que se extraviaba. Pero a los 8 años se dio el primer texto en que trabaje de lleno y por cuenta propia. Lo titulé "Venganza el Sabor del Odio" donde el espectro vengativo de un padre de familia regresa a cobrar violentas venganzas contra sus hijos debido a que no respetaron su última voluntad. No queda copia o registro del texto.
 
7.- Elije dos. Inspiración, Tiempo, Motivación.
 Sin duda me quedo con la motivación y el tiempo. Porque cuando hay inspiración encuentras el tiempo. Pero sólo el mantenerse motivado nos ayudará a mantener la inspiración y el orden adecuado para siempre tener un horario.
 
8.- ¿Por qué eliges escribir? 
Expresarnos a través de una lengua viva (tanto hablada como escrita) es una de las pocas oportunidades que nos da la vida. Siento que soy libre de decir lo que quiero y de la mejor manera. No es necesario ponerte a escribir que odias a todo el mundo, así como tampoco es necesario crear una historia deprimente al respecto. La decisión serásiempre del autor y ese es un primer y constante ejercicio de libertad.
 
9.- ¿Qué es lo que más te inspira?
El orden. Siempre que las cosas (vida cotidiana, economía, proyectos, pendientes etc) vayan bien y en orden, tendré eso que llaman "inspiración". La cual comienza a bloquearse cuando algo de mi entorno no está del todo bien.
 
10.- ¿Cuál es la cosa más rara que has escrito?
Mi pastorela "Y ¿Dónde Quedó el Niño?", utilizando el recurso de historia disparatada aproveché para meter combates, albures, canciones etc. Quizá sea un desastre como texto dramático, pero le tengo cariño al texto, trabajé mucho en él.

11.- ¿Hay alguna historia que desearías haber escrito mejor?
Todas las que escribo. Afortunadamente el formato del blog me permite tomar mis escritos y corregirlos sin necesidad de hacer gran cosa. El problema debe ser intenso en los autores publicados.

12.- ¿Tienes una idea estructurada de cómo va a salir tu historia o te la inventas a medida que escribes?
Sé la manera en qué va a iniciar y a finalizar, así como unos cuantos eventos intermedios, es al momento de unir estos retazos que comienzo a llenar los espacios faltantes haciendo uso de mi creatividad ¿Podemos, entonces decir que 60/40?

13.- ¿Te consideras un escritor rápido?
¿Otra vez con eso? No, sobre todo si lo hago a mano. A computadora quizá escriba un poco más rápido que la media, pero no me considero como tal un escritor rápido.
 
Aquí me gustaría aprovechar para mencionar que no importa tu velocidad de escritura, al final lo que más va a definir tus textos es un estilo bien ensayado, mucha lectura de todo tipo, es decir: el trabajo y el esfuerzo que inviertas de manera eficaz con el talento. RECUERDA: De nada te servirá escribir una novela entera en 3 meses si esta queda mal redactada, mal contada etc.
 
 14.- ¿Qué edad tenías cuando empezaste a escribir?
Como ya les mencioné anteriormente, desde los 6 años escribía historias para la tarea escolar. Pero como tal comencé a los 8 años.
 
15.- Añade cuatro frases de las que te sientas orgulloso.
No me siento como tal orgulloso, pues hay que mantener el colesterol, el azúcar y el ego a raya para que se mantenga sano, pero estas me parecen ingeniosas:
 
 
 


martes, 16 de marzo de 2021

La Visita (Relato)

Un destello de luz brillante comienza por tocarme la moral dándome de lleno en la cara; me revuelvo entre mis cobijas sintiendo el sudor empapando mi camiseta y mis pantalones. Meto la mano entre mis huevos dispuesto a estrujarme como un señor, pero recuerdo que tengo visita, mejor dicho, tengo que visitar a alguien, por lo que dejo mi erección palpitar solitaria en mis calzoncillos sin saber si me agradece o se contraría. Me levanto. El repartidor de tortillas pasa por la cerrada a toda la velocidad en su motocicleta, tocando el claxón como un matado. Hace lo mismo diario en las mañanas y en las tardes. El hijo de puta es mi despertador habitual, pero esta mañana le he ganado y en la tarde no estaré para escucharle. Es que hoy tengo visita.
    Es una mañana fría de enero, el sudor se congela haciéndome tiritar y el que tengo en los pies hace difícil caminar en sandalias. Haciendo un sonido fangoso con cada paso salgo al jardín a regar mis plantas, parece que se dan cuenta de quién las riega, les doy los buenos días y una buena rociada de orina, después agua, porque las plantas necesitan mucha agua.
    Regreso a mi habitación, con ganas de mandarle un mensaje para confirmar la hora, pero no me ha contestado los mensajes anteriores y tampoco quiero apilar un montón de recados en su bandeja de entrada como ya lo están mis solicitudes en las empresas. Así que dejo el teléfono en donde suelo dejarlo siempre: en la mesa de noche. Me miro en el espejo, mi cabello enmarañado se esfuerza por crecer sin importarle en qué dirección, mis ojos se ven decaídos por el insomnio, y mi piel toda está lubricada en grasa, una cucaracha podría patinar sin problema sobre mi frente
"qué bigote más asqueroso... me quita el autoestima" 
    pero mi habitación en general ya lo hace. 

La leche está fría, sólo el agua está un poco tibia, me sirvo una poca en una taza, pero no hay café, sólo chocolate en polvo. Mientras espero a que la leche se caliente recibo su mensaje, ha atrasado la visita una hora, pero no le veo mayor problema, mientras pienso qué responder se tira la leche... la poca que queda la completo con el agua que ya se enfrió y terminó el festín con un trozo de pan. Resuelvo a contestarle a la madre de mi hijo "sí, está bien" y pregunto por el humanito. No hay respuesta, nunca responde rápido. A veces ni siquiera responde.
    Aprovecho para escombrar mi habitación, el polvo se ha acumulado en mis libreros y en mis libros... la basura se amontona en la mesa de noche, el tocador y en general cualquier espacio que no sea la papelera. Raspo con una navaja los restos de ceniza que quedan pegados en mi pipa de hierba, vierto el polvo negro en la tapita de una bic, y me lo fumo como un yonqui desesperado.
    Ni bien siento el efecto, conecto el cable auxiliar a mi teléfono y escuchando mi música favorita contemplo el desmadre debajo del cual se encuentra mi habitación. Han pasado diez minutos y doy la segunda fumada, la bocanada que expulso es inmensa, ha sido un buen jale. Lo primero en quedar hecho es la cama, contemplando mi obra bien hecha doy la tercera fumada a mi tapita, estoy debidamente colocado. 
    Me dan las tres de la tarde y el cuarto queda limpio y ordenado, el suelo barrido, el librero bien organizado, no hay un sólo papel fuera de la papelera, ni polvo acumulándose sobre ningún mueble. Ha sido un buen trabajo. Estoy justo a tiempo para quitarme el bajón con una ducha y el monchis en casa de la madre de mi hijo. Hoy visitaré a mi campeón.
    Mientras me ducho pienso si hoy seré el "contesta todo" pues suele preguntarme ¿qué es esto? para que yo se lo diga, aunque él ya lo sepa. Me agrada el humanito porque se pone a charlar conmigo, quizá me enseñe sus juguetes, tal vez me toqué ser un caballito. Por primera vez en el día me siento un poco emocionado. Siento algo.
    El hambre es perra, pero me aguanto. En media hora ya estaré comiendo... Tengo un mensaje en mi teléfono. Me ha postergado la hora de visita otra hora y no me ha contestado el mensaje de mi hijo. De cinco a ocho no es mucho tiempo, pero es en balde reclamar. Mejor un poco que nada.
     Me preparo algo de comer, lo primero que encuentro. Y le marco al dealer para conseguir más yerba. La transacción es rápida, lo veo a unos cien metros de mi casa. Lo saludo, me pasa "eso", yo le doy el dinero y cada quien por su rumbo. La vida se puede hacer tan fácil, pero existe gente que la vuelve tan difícil. Dan las cuatro y alisto mi pipa, la llevaré, estoy seguro de que a ella le encantará.
    Me pongo a pensar que quizá debería dejar de fumar, por mi hijo. Ya sabes, uno como padre siempre se clava en esa basura de querer ser mejor, pero... ¿mejor que quién? ¿que aquellos que no fuman? Madre mía, si sólo hay que ver a tanto psicópata en la calle, tanto asesino, tanto culero y de todos ellos menos de la mitad han llegado a darse un sólo colocón en su vida. Basta con ver a toda la bola de desgraciados comprando café por la mañana, tarde o noche: todos somos unos adictos, unos viciosos.
    Otro mensaje llega... Ya no será. Me ha cancelado la visita. No le ha dado tiempo y ya no podremos vernos. O al menos eso dice y no me queda de otra que creerle. El mensaje que preguntaba por mi hijo se quedó sin contestar. No le reclamo nada, no vuelvo a preguntar nada, todo queda en un mensaje preguntando si mañana sí podré ir a verlo. Nuevamente me toca esperar.
    Hoy tenía visita, mejor dicho: hoy iba a visitar a alguien. Ya no seré el "contesta todo", ni podré charlar con el humanito. Ya no veré juguetes, ni seré caballito. Las pocas ganas de ser mejor se me quitan. Me quedan mi marihuana y mi cuarto que a partir de aquí se comienza a ensuciar, empolvar y llenar de basura. Otra vez el repartidor de tortillas pasa por la cerrada a toda velocidad en su  jodida motocicleta, tocando el claxón como un matado <<¡VETE A LA VERGA, HIJO DE TU PUTA MADRE, CÁLLATE YA!>> Y me fumo mi pipa de marihuana, igual que un yonqui desesperado.



jueves, 11 de marzo de 2021

Adiós (Relato)

Ha sido un día caluroso y lleno de color, pero a esta hora de la tarde las nubes comienzan a ocultar la luz del sol y convierten poco a poco una mañana soleada en una tarde nublosa. Nunca suelo ser puntual pero esta cita para vernos es importante y llego a tiempo al parque donde nos hemos citado.
    No recordaba el parque así, estuve aquí hace muchos años, él era quien me traía. Había una banca a la mitad del parque, me parece recordar, en todo el perímetro reinan frondosos árboles y a la sombra de uno de ellos se encuentra un puesto de artesanías cuyo mantel se agita con el viento.
    Ahora lo veo, está sentado en la banca en medio del parque, la tarde es bochornosa pero él ha insistido en ponerse traje - él y sus trajes- pienso mientras sonrío y me acerco. Seguramente se sorprenderá al verme porque los años me han cambiado bastante, mientras él sigue tal cual lo recuerdo.
    No es un hombre alto, es más bien un poco chaparro, robusto, con barba de la cual asoman indiscretas unas canas, lo mismo en sus cabellos que si no fueran tan oscuros no delatarían tanto esos brotes blancos que lo hacen ver tan guapo para mí, acortando la distancia aprecio sus grandes ojos, su cabello chino, su piel morena. Se desarruga el traje al levantarse y antes de ponerse a caminar para estirar las piernas revisa sus zapatos pulcramente boleados; esta nervioso, se le nota, él siempre supo ser y se ve graciosísimo un hombre de su edad consultando el reloj a cada rato inquieto como un adolescente.
    No me ha visto aún, pícaramente rodeo el parque asaltada por la emoción, ya es hora y él lo sabe, por eso voltea a todos lados y consulta su reloj. De repente se acuerda que no ha mirado hacia atrás y entonces voltea.
    Se le nota sorprendido, pues ve a una Alicia muy guapa, delgada y preciosa bajo el vestido entallado color rojo, nota mi collar y aprecia mi pálido cuello que eleva de manera soberbia mi cabeza; me he puesto el reloj caro que le da presencia a mis delgados brazos y sube la mirada que delata su admiración al ver mi largo y ondulado cabello castaño que no sabe disimular mi blanca piel.
    Caminamos uno hacia el otro, encontrándonos en la reja, Adrián permanece en shock y se queda ahí de pie admirando mi belleza... admirando a su bella Alicia. Nuestras sonrisas se convierten en muecas ridículas intentando retener el llanto tan odiosamente inevitable en momentos como este; pongo mi mano izquierda a la altura de su rostro sobre la malla ciclonica queriendo tocarlo y por fin asoma de su ojo derecho una lágrima que recorre su gruesa mejilla, yo bajo la mirada conteniendo el llanto, siento de momento la mano de él junto a la mía a través de la reja. Solía tener un anillo en el anular de esa mano, ha desaparecido.
    Levanto la mirada y lo veo
- Hola- me río y acomodo mi cabello, él me sonríe y me observa.
- Qué placer volver a verte.
    Qué placer volver a oír su voz. Dejo caer mi cabeza hacia la izquierda.
- Lo sé, han pasado tantos años desde... - No me entero de si me escuchó o no, una nube barrunta estridentemente la cercanía de la tormenta, siento un poco de miedo y seco unas lágrimas con disimulo aprovechando que Adrián ha volteado a ver la nube. No engaño a nadie y me ve con tristeza.
- Sabes que no quise lastimarte así - me hiere la culpa que carga su voz. - Lo quiso la vida y yo no pude hacer nada.
    Dice la verdad, él nunca me mintió. Lo veo con tanta nostalgia, me tiemblan los labios, me gana el llanto.
- Ya lo sé... - le digo entre sollozos - Y no te reprocho nada ni te reclamo nada ¡Sólo me hubiera gustado estar más tiempo contigo! - me privo entonces como una chamaca. Quito mi mano de la reja y Adrián quita la suya como golpeado por un rayo. No puedo más, me volteo dando un paso hacia atrás llevándome las manos a la cabeza queriendo evitar que estalle. Limpio mi rostro una vez pasada la crisis, volteo luego a verlo de cerca y puedo entonces continuar hablando. - Te extraño muchísimo
¿sabes? - él ve su reloj.
- Mi niña, sabes que me dolió más a mí, me ha dolido tanto no poder estar contigo todos estos años cuando más me necesitabas, cuando necesitabas un hombro para llorar - se aferra a la reja con ambas manos como un prisionero desesperado y no deja de verme, no deja de llorar. - Mi princesa, te amo. Todos estos años he sufrido tanto, cada día que pasaba mi corazón se destruía al saber que no podía estar contigo; al ver por la ventana correr los días, las noches sabiendo que estabas muy lejos de mí, que a lo mejor necesitabas algo... - agacha la mirada como un adolescente avergonzado - Y yo sin poder hacer nada.
    Vuelvo a separarme de la reja y miro hacia el cielo sintiendo como se hace un nudo en mi garganta
- Yo sólo necesito un abrazo tuyo, sólo he deseado poder verte, abrazarte con todas mis fuerzas, no necesito otra cosa, me conformo con eso ¡No se puede..! Esta reja nos separa, pero al menos te vi. Tal vez no pueda volver a tener un abrazo tuyo, pero al terminar este día me iré feliz de que te volví a ver, de que pude platicar contigo y pudiste ver que estoy saliendo adelante a pesar de todos los tropiezos que he tenido. Te prometí algo, te dije que cuando te volviera a ver sería sólo cuando fuera alguien exitosa, alguien que salió adelante para que vieras que no necesité de nadie para tener dinero, casa, mi propia familia, todo lo que yo quisiera... sólo hay algo muy importante en mi vida: tú. Sin ti me siento sola, de nada me sirve tenerlo todo si tú no estás.
    El hombre que atiende el puesto de artesanías comienza a recoger sus cosas para irse. Adrián voltea a ver su reloj y su boca se tuerce en un gesto de disgusto.
- Pero lo tienes todo. Tienes todo lo que siempre soñaste, viajas cuando quieres, has cumplido tu sueño de ser doctora, tienes tu propia casa, y ganas bien... incluso tienes una buena familia, note puedes quejar, eres feliz tú no me necesitas y lo sabes.
    El nudo en mi garganta se constriñe, sonrío y volteo con desesperación hacia la izquierda, jalo tanto aire como puedo y volteo a verlo. Soy yo la que ahora se aferra con desesperación a la reja.
- No puedes decirme que no te necesito - casi le grito. - porque sabes que eso es mentira. Sí, tengo todo eso, pero entiende: sin ti me siento sola a pesar de que esté rodeada de mucha gente, nadie ha entendido este dolor que siento en mi corazón por ti, todos estos años mi dolor y sufrimiento han sido por ti... Porque te fuiste ¿Sabes? renunciaría a todo con tal de volver a tenerte, sé que es imposible pero...
    El señor del puesto de artesanías se ha acercado y le hace una seña a Adrian, él lo voltea a ver, se mese los cabellos con desesperación y resuelve hacerle una seña de que lo espere. Ahora soy yo la que revisa el reloj.
- Perdona por interrumpir - se disculpa como un caballero. Suspiro y agacho la mirada triste. Lo veo.
- Ya es hora ¿verdad?
- Sí, así es - asiente con la cabeza, está triste y para que no se sienta mal le sonrío y penetro su mirada con todo el amor de la mía
- Bueno... esta es la despedida, venía con ganas de decirte tantas cosas, pero no nos alcanzó el tiempo. Al menos tuvimos una despedida, no como la última vez que te vi. Te amo, eres un grandioso hombre, gracias por hacerme feliz los pocos años que estuviste a mi lado, jamás los olvidaré ¿Sabes? todos los días recuerdo aquellos años como si hubieran sido ayer.
    Adrián no deja de llorar y vuelve a poner su mano en la reja.
- Mi princesa, mi dulce princesa... te amo y sabes que siempre te cuidaré, siempre estaré contigo. Te llevo en mi corazón como yo sé que estoy siempr en el tuyo. Ya es hora de marcharme, me esperan.
- Sí, ya lo noté- le digo llorando y sonriendo. - Le agradeces por haberme dejado verte. Te amo y cuídate mucho.
    Antes de dejar que me vaya, Adrián me entrega una de las artesanías del puesto del señor: un colibirí lleno de color, tallado con detalle en piedra volcánica, es precioso. Emprendo la marcha de regreso a casa. Volteo a verlo por última vez, sigue ahí. Nos sonreímos.
- ¡Te amo! Me saludas a todos - me dice despidiéndose con la mano. No puedo evitar reírme.
- Sabes que no puedo hacerlo, me dirán que estoy loca ¡Te amo mucho!
    Permanece ahí parado, con suavidad, el hombre de las artesanías lo toma del brazo y juntos emprenden la marcha. Veo como se van alejando cada vez más. Mirando al cielo le arrojo un suspiro, aprieto la figura del colibrí contra mi pecho y llorando le susurro:
- Te amo... descansa... papá

martes, 9 de marzo de 2021

En una Noche Oscura

La imagino vívidamente
no se ve más nada
pero alcanzo a percibir
aroman emanando
música y cantos de amantes 
del camino dilatado
por mi voluntad que la penetra
por tu anuencia que me favorece.
Me motiva sin razón
su negación a ser tierra fértil
para mi semilla generosa
que humecta mi vientre
y mi mano como una pesadilla
de la que despierto exhausto
o quizá
permanezco dormido.
 
Entonces me llama
contacta con tiempo apenas
para evitar
que le diga una guarrada
pues no la tendría en la carne
como en la imaginación la contemplo.
Su alma quiere quebrarse
su alma que después 
de tantas confesiones
se ha convertido en un vitral
que dibuja una bella forma
de colores y de luces
compuesta por fragmentos quebrados
en la carne ella no es
como en la imaginación la contemplo.
 
Fantasías fugaces
son dos pequeños frutos
del árbol de la vida
y de la muerte
que colecto de tu pecho.
Sometida a una palmada
que resuena sudorosa
entre montañas generosas
que ocultan la belleza de tus valles
y del oscuro universo
que explora mi virilidad enardecida
acatando sabios consejos
que susurras con tus labios
entregados a su propio ritmo.

Tal vez no me pertenezcas
de momento poco importa
porque necesita ayuda
porque sé pensar en ella
de mil y una maneras
cuando entiendo lo que escribe
cuando deja que la lea.

Cuando pruebo de sus frutos
cuando bebo de su néctar
cuando me pierdo entre sus montes
cuando beso sus caderas
y acaricio sus cabellos
bellas riendas amatorias
cuando extrae de mí la esencia
jugueteando con la boca.

Y la echo de menos
durante su ausencia nocturna
preguntándome si estará bien
si mandarle un mensaje
o empezar a preocuparme.

Me encuentro con su cuerpo
sudoroso bajo el mío
cadencioso, rítmico
ella lo sabe, ella lo pide,
ella me quiere
y nos besamos.
La tomo fuerte contra mí
tratando de fusionar nuestros sexos
tal como fusionamos el corazón
a tráves del beso en nuestros labios
entonces su tierra acepta mi semilla
y la riega con torrentes calurosos,
por fin lo hemos conseguido
y me estremezco.
 
Su naturaleza ya no es fértil
pero no me imagino por qué
me da miedo
yo la quiero
mientras reposa mi respiración
y un mensaje de ella espero.

lunes, 22 de febrero de 2021

Fue un Día Maravilloso, Casi

Ella y yo salimos, una amiga nos había invitado, iba a salir con su novio, él nos llevaría.
    Hubiera sido un día maravilloso, de no ser porque éramos los únicos tres menores de edad, de todo el grupo el único lo suficientemente viejo para estar ahí nos doblaba la edad a todos.
    Ella y yo bajamos de un brinco de la camioneta en cuanto pudimos, su amiga estaba demasiado ebria para hacer algo pero él prometió llevarla a casa, insistió en dejarnos primero a nosotros.

Siempre nos sentiremos mal, sólo queríamos estar juntos... Ella le marca a su amiga, me dice que le contó que no pasó nada, que llegó con bien... Su amiga y nosotros sabemos que miente.
 

sábado, 20 de febrero de 2021

Guerra de Dragones

A mis cincuenta años, poco había hecho con mi vida. Mis modos con quienes me rodeaban se habían vuelto ariscos, al punto de tratarlos con amargura. No era para menos: el pobre diablo de mi hijo se casó y se divorció apenas un año y medio después de haber traído al mundo a mi nieto. Apenas conocía a esa cuasifamilia, en realidad. Venían a visitarme tres veces por semana trayendo al pequeño; tras la separación, las visitas continuaban —una vez, él solo; dos veces, ella, con el niño. Matías, así lo llamaba cariñosamente, era inteligente y hermoso. Tenía el tono apiñado de piel de su madre y las cejas de su padre. Me caía bien el muchacho, hablaba y se comportaba como una persona sensata casi todo el tiempo. No es un gran elogio—todos los niños hacen lo mismo, creo—pero el simple hecho de que fuese mi nietecito me hacía amarlo profundamente. Por eso Matías era el único que escapaba, aunque fuera apenas, de mis modos hoscos y mi trato amargo.
    No me sorprendió que mi hijo no viniera aquel día. En su lugar llegaron la esposa y mi nietecito. Era raro que se ausentara, aquella fue la primera vez, y supe entonces que sería la primera de muchas. Pero ella poco tenía que hacer viniendo en su lugar. Seguramente el descarado le pidió que trajera a Matías por él, dejándola a ella en la incómoda posición de tragarse mi amargura. Aunque ella prefería eso: aguantarme a mí, que al menos me hacía cargo del niño durante la visita. Mi hijo me decepcionaba. Parecía no darse cuenta, o no querer darse cuenta, de que entre las tres personas que podían considerarse su familia, sólo el niño mostraba verdadero contento al estar con él. Y eso sucedía en muy pocas ocasiones.
    Matías ocupaba casi todo mi tiempo. Tenía una forma peculiar de crear frases, una especie de método para romper el hielo: hacía preguntas sobre los objetos que le llamaban la atención, y más tarde repetía las respuestas, transformándolas en tema de conversación. Me encantaba platicar con él. Pero había una cosa sobre la que nunca hablaba, ni siquiera con Matías: una fotografía que se empolvaba lentamente sobre el mueble del televisor.   
    La fotografía permanecía de espaldas, ocultando a todos la imagen que contenía. Matías preguntaba primero qué era aquel recuadro y luego, con inocente insistencia, por qué estaba así, volteado. Yo me escudaba en su léxico aún inmaduro para hacerme el desentendido, evitando tocar aquel tema inquietante que se alojaba tras la imagen.
    Fue esa tarde. Matías aprovechó un momento en que me distraje para subir al sofá y alcanzar el objeto que tanto le intrigaba. Cuando su voz pronunció la palabra “foto”, me volví de inmediato, sabiendo revelado aquello que con tanto esfuerzo había mantenido oculto. Mi primera reacción fue gritar, arrebatarle el retrato al inocente niño que ahora se sentaba cómodamente en el mismo lugar donde se había parado para alcanzarla, observando cada detalle con curiosidad. Pero mi infinita paciencia y cariño por él me hicieron responder, casi sin pensarlo: 
—Sí, una foto.
    Le conté acerca de aquel retrato antiguo que con empeño me esforzaba por mantener lejos del grueso álbum familiar guardado en mi armario. Podría decir, incluso, que era la propia fotografía la que huía. Me la había tomado mi abuelo—el padre de mi madre—una tarde en la que permanecía sentado en la playa, mirando fijamente hacia el mar. Más allá del mar. Miraba hacia el horizonte... hacia el día en que los dragones llegaron y comenzaron su cruento ataque. Una guerra devastadora.

Tenía apenas ocho años. Vivíamos a unos treinta minutos a pie de la playa, y desde la azotea de la casa de mi abuelo —donde habitábamos desde antes que pudiera recordar— se alcanzaba a ver el mar. Desde los cinco le pedía que me llevara a conocerlo. Su promesa seguía latente, sin cumplirse. Me había dicho que cuando tuviera edad suficiente iríamos, que sólo debía ser capaz de ir y venir a pie.
    Mi mamá se encargaba de todo en la casa, pues mi abuelita sufría de las rodillas. Aunque era unos diez años más joven que el abuelo, no podía dar un solo paso; pasaba los días sentada apaciblemente en su silla de ruedas, observando la vida pasar frente a ella. Nunca la vi alterada, ni estresada por nada, a diferencia de los demás adultos que vivían conmigo, quienes de vez en cuando sí que gritaban.
Mi abuelo se encargaba de ir y venir por las calles, comprando la despensa. Me llevaba con él desde que tenía cinco años, y casi siempre terminábamos sentados en la plaza: me compraba alguna golosina o sacaba una fruta de las que habíamos comprado, mientras veíamos a los niños jugar. Éramos cómplices de esas salidas, como dos viejos camaradas. Era un hombre alto y esbelto. Fuerte, muy fuerte. Mientras yo apenas cargaba la bolsa de manzanas con esfuerzo, él llevaba dos que parecían gigantescas, capaces de contener muchas como la mía. No sudaba, no jadeaba, ni siquiera durante los paseos largos a la plaza, a la que me llevaba medio tramo a pie y medio tramo sobre sus hombros. Había sido pandillero, un chico rudo en su época, pero lo dejó todo al conocer a mi abuelita. Ahora era un fanático de las cámaras; llevaba siempre su polaroid instantánea colgada al cuello. Como muchos hombres de su edad, no mostraba los sentimientos en público, pero mi abuelita me hablaba de las noches llenas de besos y palabras de amor que aún le dedicaba. El resto del día lo pasaba pendiente de ella.
    Mi mamá, en cambio, tenía un aire triste. No tan estoico como el del abuelo, quizá era el miedo. Miedo de que mi padre se ausentara tanto tiempo de casa para cumplir con sus obligaciones. La comprendía; a mí también me volvía serio. Me enojaba con él cuando pasaba apenas un par de horas conmigo, antes de pelear con mamá hasta entrada la noche. Ella se quedaba llorando, y él desaparecía por un par de meses más. Era su obligación. A diferencia del abuelo, que me colmaba de regalos, mi madre era más austera. Pero jamás me faltaron sus caricias, sus besos en las mejillas, ni esas sonrisas hermosas que ofrecía a mis ojos inocentes. Ojos que brillaban cada vez que me recordaba la promesa del abuelo de llevarme algún día a nadar al mar. Era una promesa que me repetía cuando deseaba que me portara bien.


Una mañana, mientras dormía apaciblemente junto con el sol, me despertó un sonido extraño. Jamás lo había escuchado antes. Era parecido a la sirena de una ambulancia, pero más alargado, más feroz. En mis sueños sonaba como un alarido de terror.
    Mi madre irrumpió en la habitación, lanzando la puerta con desesperación. Iba mal vestida, despeinada, y el cintillo de sus zapatos daba brincos sueltos por el aire, provocando un golpeteo ansioso con cada paso. Fue directo al armario y sacó una maleta, la misma que el abuelo me había regalado para llevar mis cosas el día que fuéramos a la playa. Comenzó a meter mis prendas, eligiendo con rapidez aquellas que sabía que eran mis favoritas.
    Me levanté de golpe y corrí por toda la habitación, recogiendo los juguetes, sandalias, artefactos y demás cositas que soñaba llevar a la playa. Las junté en mis brazos y esperé a que mamá terminara. Cerró la maleta con violencia. Yo la miré sin entender. Su primer impulso fue regañarme, pero suspiró… luego acarició con afecto mi mejilla, volvió a abrir la maleta y, con prisa, pero con paciencia, me indicó que colocara mis cosas dentro.
    Me condujo hasta el patio de la casa. El abuelo ya esperaba allí, con su maleta preparada y la Polaroid colgada al cuello. Sentí una calma fugaz al verlo, pero no pude sonreír. La confusión se acrecentó al notar que los colores rojizos, rosas y naranjas del amanecer provenían desde otro lado del cielo. La gente gritaba, tratando de hacerse oír por encima del aullido constante de las sirenas. Y entonces ocurrió: zumbando como un enjambre descomunal, algo pasó volando sobre nuestras cabezas. Jamás había visto tal cosa. A su paso, la multitud corrió y gritó con desesperación, como si la cordura se les hubiera arrancado de golpe.
—Son los dragones, hijo — me dijo el abuelo mientras me entregaba una foto que les había tomado. Eran cinco, pero no se parecían en nada a los dragones de los cuentos que mamá me contaba para dormir. Sus alas estaban extendidas horizontalmente, rígidas como plataformas. Tenían un único ojo alargado, como el de una libélula, y se elevaban por el aire gracias a unas pequeñas alas, similares a las de un mosquito, ubicadas en la punta de la nariz. Al moverlas, generaban el poderoso zumbido que habíamos escuchado. Mi confusión se transformó en terror. En mis cuentos, los dragones llegaban a los pueblos buscando damiselas y tesoros. Destruían casas, asesinaban personas si no conseguían su botín.
    Jalé a mi abuelo por la pernera del pantalón, suplicándole que nos fuéramos. Le dije que sería peligroso caminar hasta el mar ahora que los dragones habían llegado, pero no logró escucharme. Trataba de deliberar algo con mi madre, y yo no alcanzaba a oír nada por todo el estrépito que nos rodeaba. Intenté ignorarlo, pero el corazón se me estrujó al recordar que mi abuelita no podría acompañarnos; quedaría a merced de aquellos dragones. El abuelo me miró, por fin y me sonrió, meció con ternura mi cabello, se colgó la mochila en los hombros y, tras subirme a mí sobre ellos, tomó mi maleta. Ayudado por sus rueditas, emprendió con prisa el camino hacia el mar. Mi madre corrió hacia el cuarto de la abuela. Y más no pude ver.
    Abriéndose paso entre la multitud, daba tumbos sobre los hombros de mi abuelo mientras le gritaba que quería caminar hacia el mar, como habíamos prometido. Pero quizás no pudo oírme por el estruendo, o simplemente no me hizo caso, algo que ocurría cuando estaba muy concentrado. Apenas logró escucharme cuando le dije que mi cachucha se había volado. Se detuvo de golpe, caminó hasta quedar pegado a la pared de una casa y, luego de dejarme en el suelo, se adentró entre la multitud que corría como una estampida. Volvió con mi gorra intacta. Le sopló suavemente, la sacudió contra su pierna y me la colocó. Luego me tomó de la mano, me sonrió, y juntos descendimos calle abajo, rumbo al mar.
    Poco después, los dragones nos alcanzaron. No escupían fuego por la nariz ni por la boca, como en los cuentos. Lo lanzaban desde los costados, no en llamaradas enormes, sino en ráfagas certeras que al impactar destruían instantáneamente, viajaban tan rápido que resultaba imposible verlas. Pero lo que más me aterró fue ver cómo arrojaban sus excrementos en grandes cantidades sobre calles, casas, campos y terrenos. Estallaban con violencia, envueltos en fuego. Ensordecían mis oídos, quemaban y destruían.
    Mi abuelo corrigió el rumbo tanto como pudo, pero no logró impedir que mirara hacia atrás. Lo único que vi fueron escombros ardientes y gente consumida por las llamas o atrapada bajo lo que alguna vez consideraron sus casas seguras. En esa dirección se habían quedado mi abuelita y mi mamá. Quise llorar, soltarme de la mano de mi abuelo correr y buscarlas, pero él me inspiraba una profunda confianza. No podía abandonarlo en medio del desastre y la confusión, así que me mantuve a su lado, esforzándome por mostrarme tan valiente y decidido como podía.
    Ya comenzaba a divisar el mar acercándose. Junto con él, viniendo de frente hacia nosotros, apareció algo que semejaba una parvada de golondrinas. Mis temores crecieron, y se confirmaron cuando el zumbido de los dragones se volvió cada vez más intenso. De no haber sido por la mano firme de mi abuelo, habría corrido estúpidamente hacia el lado del que veníamos huyendo. Este nuevo grupo de dragones sobrevoló nuestras cabezas sin escupir fuego ni arrojar sus heces. Se acercaron al primer grupo de monstruos y comenzaron a intercambiar ráfagas de fuego entre ellos. Se arrancaban las patas y las alas, precipitándose vertiginosamente al suelo. Rápidamente, los dragones que habían arrasado todo fueron superados: ascendieron, intentando huir, perseguidos por el segundo grupo, que aún logró derribar a varios durante la persecución.
     
La primera vez que fui a la playa, iba de la mano de mi abuelo, a quien quería muchísimo. Él llevaba su Polaroid colgada al cuello. Mi mamá me había preparado una maleta nueva, que mi abuelo había comprado especialmente para ese día — me lo tenían prometido desde que cumplí cinco años. En la maleta, mamá colocó mis prendas favoritas, y yo añadí mis juguetes de playa, mis shorts, mis chanclas… incluso mi cepillo de dientes. Caminaba con esfuerzo, porque me habían prometido que solo me llevarían si lograba llegar sin que me cargaran.
    La brisa fresca del mar comenzó a golpearme el rostro. Por fin, el hollín y la mugre empezaban a desprenderse de mis párpados y mi cara. Mi gorra, demasiado sucia y pesada, fue arrojada por mi abuelo una vez que llegamos, por fin, a la playa. Mi maleta estaba igual de sucia, y me entristeció pensar que también la tiraría. Por eso no le dije que quería empujarla. Apenas había soportado el viaje. Me dolían los pies, y la inmensidad de arena me hacía imposible seguir caminando. Mi mamá tenía razón: en la playa hay tanta arena que no se puede caminar con zapatos. Me senté ahí mismo, casi en medio de la multitud, esperando que, en cuanto mi mamá apareciera, pudiera verme.
    Estaba absorto mirando aquel mar de gente, por eso no me di cuenta cuando el abuelo derramó un poco de agua de su cantimplora sobre mi frentecita. Volteé a contemplarlo y, al verlo, me sentí seguro de nuevo. Estiré las manos para pedirle la cantimplora, y bebí como nunca recordaba haber bebido antes. Mamá tenía razón: en la playa da mucha sed.
    Un ruido parecido al de un camión nos hizo voltear a todos. Un dragón había aterrizado en la playa, y pronto comenzaron a llegar muchos más. Lo más desconcertante fue ver cómo las personas que también habían alcanzado la playa corrían hacia ellos, no lejos de ellos. Lo que hizo que mi confusión regresara con fuerza.
    Mi abuelo fue a hablar con los hombres de ropas militares que habían bajado de los dragones. Le entregaron unas cajitas atadas con rafia, y parecieron explicarle muchas cosas. Yo miraba por encima del hombro, asegurándome de que no se fuera sin mí, y también hacia el mar de gente, buscando a mamá. Pero poco a poco, la multitud dejó de pasar, y la esperanza comenzó a transformarse en ansiedad. Finalmente, como a eso de las tres de la tarde, mi abuelo me tomó en brazos. No me subió a sus hombros; me dejó de nuevo en el suelo y me entregó la mano de uno de los hombres que habían descendido de los dragones. Conocían a mi padre y decían que llegaría pronto, pero mi abuelo no podía esperar. Tenía que buscar a mamá y a la abuela antes de que oscureciera. Se fue, dejándome con el orgullo de haber caminado todo el trayecto — y con su “bien hecho, campeón”, que siempre me decía cuando hacía las cosas bien.
    Aterrado, vi a mi abuelo meterse entre los escombros y desaparecer en aquella neblina negra. Me quedé mirando solo hacia adelante, convencido de que volvería con mamá y la abuela. La ansiedad se apoderaba de mí. Dejé de prestar atención al entorno cuando vi que mi padre venía caminando hacia mí; había bajado de uno de los dragones. ¿Por qué mi abuelo nunca me contó nada de todo eso? No podía creerlo. El hombre era casi tan fornido como él, hablaba mucho con los adultos, pero muy poco conmigo. Quise abrazarlo, pero una especie de vergüenza me lo impidió. Le sostuve la mirada como pude y sonreí. Él me respondió con una sonrisa.
    Aquel hombre de uniforme militar me tomó entre sus brazos y comenzó a decir cosas sobre mí, pero no puedo recordarlas: el sonido de su voz no me era familiar. Aun así, lo quería, y estoy seguro de que él también me quería. Me besó y acarició las mejillas. Su mano estaba fría, su piel dura y áspera. Pero en sus ojos había cariño, y su sonrisa era especial.
    Papá me llevó a conocer su dragón. Lo primero que quise hacer fue tocarlo, pero al sentirlo tan frío lo solté sobresaltado. Entonces entendí por qué las flechas y espadas de los caballeros nunca podían atravesar su piel: estaban hechos de acero. Debía estar dormido —o algo parecido— porque nunca pareció notar que estábamos ahí. Comimos cerca de la hélice, aprovechando que aún despedía bastante calor. Papá me ofreció un sándwich, como los que mamá preparó aquella vez que fuimos de excursión con la escuela.
    Comenzaba a escasear la luz. Sólo quedaban algunos puntos iluminados por estructuras improvisadas de palos y mantas que los militares habían dispuesto. Por medio de señas, mi papá me llevó a una tienda cercana, justo donde debía aparecer mi abuelo, quien aún tardó en llegar. Venía trayendo en brazos a una mujer. Cargaba a mi mamá como los príncipes a la bella princesa rescatada, sostenida con esfuerzo en sus brazos. Cuando le pregunté por mi abuela, su rostro empapado en sudor me sonrió con dolor. Jadeante, me acarició el cabello y negó con la cabeza.
    Mamá estaba cubierta de hollín, y un polvo muy grueso se había encostrado en su frente, mezclado con sangre. Se veía agotada, no se movía, pero respiraba.     
    Corrieron a ayudar a mi mamá. Un oficial le exprimía una esponja de agua tibia sobre la frente, tratando de quitarle el lodo; otro le insertaba una aguja en el brazo, conectándola a una bolsa de líquido. Mamá movía mucho los labios, pero no alcanzaba a oír lo que decía… así que, en vez de hablarle, le di un beso en la mejilla, como los que ella solía darme. Un príncipe despierta con un beso a la princesa que fue raptada por el dragón. Al estar cerca de su rostro, pude oír lo que murmuraba: palabras de cariño, promesas de que se pondría mejor, y que me portara bien. Me quedé con ella, acariciándole el regazo, mientras mi padre y mi abuelo se alejaban hacia la oscuridad de la playa. La luz de la luna bastaba para ver que discutían acaloradamente. Fui por un sándwich para mí… y otro para mi mamá.

Me despertó una especie de sueño que me sacudió, dejándome algo confundido. Estaba cobijado por una manta gruesa y pesada, cálida y cómoda. Papá piloteaba el dragón. Estábamos mar adentro. Otros dragones se acercaron al nuestro, pero papá lo elevó bruscamente, y descendió con la misma fuerza, despistando a nuestros perseguidores.
    Llegamos a otra isla, mucho más grande que la nuestra, y el dragón aterrizó. Papá me dejó en una carpa donde sólo había enfermeras. Me sonrió, me dio un beso en la mejilla y me abrazó con fuerza. Me daba pena abrazarlo, pero mi corazón quiso que mis brazos se abrieran, y compartimos un poco de calor. Me habló de lo sorprendido que estaba por mi valentía. Luego corrió hacia su dragón, se subió, y desapareció en el horizonte junto a muchos otros, que a cierta distancia ya no pude distinguir. Vi cómo más dragones se acercaban por un costado de la isla, pero el grupo donde estaba mi papá le salió al encuentro de frente. Comenzaron a intercambiar fuego. Algunos estrellaron sus dragones entre sí, estallando envueltos en llamas. El equipo de mi papá ganó, pero del enorme grupo quedaron muy pocos.
    Me dieron de comer y me hicieron algunas preguntas, justo cuando empezaron a llegar otros dragones. Traían consigo a las personas que habían sobrevivido. No tardarían en traer a mi abuelo y a mi mamá. Las enfermeras me permitieron ir a la playa a esperar a mi familia. Me senté en la arena, que en esta isla era mucho más suave y fina.
    Un dragón llegó y pude ver varios destellos de luz, eran mi abuelo y mi mamá, pasaba ya de medio día, me había acabado mis jugos y mis sándwiches, tenía mucha hambre y apretaba la arena con mis puños que por fin se relajaron cuando vi los flashes de la polaroid de mi abuelo.
    Mamá no pudo bajar sola del dragón, pero logró caminar con la ayuda de unas muletas. Mi abuelo traía mi maleta. No pude sonreír: mi mamá aún se veía malherida, y pensé que mi maleta sucia terminaría en la basura, como mi gorra. Para mi sorpresa, mamá se sentó en la arena, extendiendo una cobija como la de papá. Sacó de mi maleta mis juguetes y mi ropa. Corrí hacia ella, creyendo que íbamos a jugar... Pero sacó todo lo que yo había metido para alcanzar lo que ella había guardado primero: allí mismo me cambió. Me gustó tener ropa limpia, y pude conservar los juguetes. Así, los tres —mi mamá, mi abuelo y yo— nos quedamos sentados en la playa el día que me llevaron a conocer el mar.
    Ya entrada la tarde, la gente comenzó a reunirse en la playa. Las familias, una a una, levantaban montoncitos de piedras como tumbas simbólicas para sus muertos. Mi abuelo, mi mamá y yo construimos uno por mi abuelita. Desde lejos, vi cómo los dragones comenzaban a regresar. Busqué entre todos el de mi padre… pero no llegó. Poco a poco, arribaron los últimos. Incluso una lancha con sobrevivientes del ataque. Por más que esperé, sentado en la playa, mi papá no volvió. Ni su dragón. Sentado sobre la arena, mirando el mar —más allá del mar— al horizonte, esperando la aparición de papá que nunca llegó… No me di cuenta de que mi abuelo estaba detrás de mí, tomándome una fotografía con su Polaroid.

Matías ya jugaba con otra cosa y dejé la foto como él la había encontrado.
 

 

El Lápiz Mágico y la Hoja de Papel (Ejercicio)

Caminaba apaciblemente por la calle aledaña a la plaza pública. Reparaba en la nostalgia que me provocaba el camino miles de ocasiones recor...